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Más allá de la campaña

Hace ruido allá afuera. El barullo propio de la contienda electoral se apodera de calles y pantallas, de atuendos y estaminas. La cotidianidad se llena de estratagemas, de colores neón y enunciados cuidadosamente calculados, a veces también artificiales. Es comprensible. Hay tanto en juego. Un país, una aurora, una sentencia, la promesa de ensanchar nuestros derechos, el retorno de viejos privilegios, un segundo piso, una tormenta, la temperatura en primavera. En ese umbral de esperanzas en vilo, de artificios y osadías en disputa, cada decisión parece adoptar más gravedad, mayor estatura, azuzando la fe en nuestro oficio de alfiles en el ajedrez del porvenir.

Es verdad que la algazara así parece razonable. Que las lámparas relampagueen, que las redes rujan y que crezcan las escuadras de lanceros si lo que está en disputa es la nación, la justicia, el firmamento. Con esa certeza, nadie podrá respingar ante la tarea de rebelarse en todas las trincheras, incluso aquellas forradas de plástico y lentejuelas. Pero hay que reconocer también que el barullo desconcierta, eriza el juicio y suele despertar sospechas entre quienes están más habituados al lento recorrido de las nubes, las suspicacias de la memoria o la razón o los poemas escritos en lo profundo de la selva.

Por eso escribo hoy. Para decir(nos) que en esta promesa de país por y para todos, en esta terquedad transformadora con que perseguimos la utopía y la dignidad, hay mucho más que el efluvio electoral. Hay cantos, leyendas, tragedias, visiones. Hay hombres y mujeres que luchan, que abrazan, que esparcen su sabiduría sin miramientos, que se adentran en las veredas más sinuosas con tal de no dejar a nadie atrás. Gente buena, honesta, inspirados en una nueva concepción de la política, sin mayor ambición que la de ayudar a aligerar la carga para quienes fueron desechados en los tiempos en que gobernó el clasismo y la codicia.

Hay también ideas, arrestos, empeños por reformular. Demostrar que el poder debe servir para construir certezas de paz y bienestar para quien más lo necesita, no para imponer un Estado de derecho urdido al servicio de cúpulas y mafias. Planes de consultas populares, pensiones universales, trenes rehabilitados, policías probas, caminos transitables, gobiernos austeros, semilleros culturales y otras muchas propuestas que con mucho esfuerzo se han echado a andar en estos primeros años, no exentos de enredos y errores, pero que urge defender y profundizar. Y detrás de cada compromiso, de cada propuesta, profesionales íntegros, capaces, decididos a reivindicar el servicio popular.

Nadie dice aquí que la reyerta que ha detonado la carrera electoral no ha dejado ver peligrosas grietas que minan nuestro movimiento, inercias que amenazan los horizontes que heredemos de las luchas por tierra y libertad. Han sido, después de todo, días ruidosos, de encantamientos superfluos y maromas de escasa sensatez. Pero es precisamente por este cúmulo de sueños y coordenadas vigorosas, de adalides leales a los potentes preceptos de la transformación, que vale la pena insistir que estamos dando los primeros pasos de un camino más largo y vibrante que nos pide estar ahí para encauzar. Que no es tiempo de perder valor sino momento de calibrar las brújulas.

Así que no flaqueemos, ni tampoco renunciemos. No intentemos, como nos advertía un viejo montevideano, salvarnos al borde del camino. Vayamos más allá de estupor de las campañas y encaremos de frente la estampida de la historia, con todo y sus chubascos, tartufos y anatemas. Rechacemos con vehemencia cualquier afán de convertir nuevamente a la nación en un motín de corruptos y déspotas, lo mismo que a los mercenarios que se adornan como nobles partisanos, sólo para retener sus pequeñas parcelas de lucro y adulación. Pronto la bulla se acabará y el país pedirá música.

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