El Diccionario del Español de México define activismo como la acción constante y decidida de una persona en favor de alguna causa. Basta, por tanto, obstinarse con la producción y distribución de sillas de tres patas, por ejemplo, para ser un activista de las sillas tripié. Poco importa si de hecho se venden más de estas curiosidades o no; el activismo ha nacido.
Conozco a esos plebeyos porque fui uno de ellos: los orígenes de mi quehacer (pretendidamente) político estuvieron en varios de estos activismos que se contentan con acciones decididas (una forma sutil de voluntarismo). A partir de estas experiencias he llegado a la hipótesis de que el activismo es uno de los ejemplos más notorios en México de lo que Debord llamaba espectáculo: esa relación social entre la gente que es mediada por imágenes.
En Sociedad del Espectáculo, Debord profundiza el concepto de fetiche de la mercancía de Marx para llevarlo a los medios de comunicación: de una mera devoción a los objetos producidos en un régimen capitalista pasamos a la mucho más amplia devoción de la imagen: la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer: la apariencia como carta de corsario para entrar a todos lados con autoridad moral.
En mi opinión, el activismo es el espectáculo de las causas: es la acción constante y decidida, y sobre todo aparente, de una persona en favor de una causa. Poco importan los logros; lo fundamental es la proyección de compromiso, y esta proyección media la relación entre personas. Es decir, se te trata distinto si aparentas activismo. Con la apariencia se abren las puertas de espacios especiales de incidencia; recursos internacionales; autoridad para hablar en público y privado; relaciones de poder, e incluso se da la posibilidad de desplazar gente que sí tiene una relación directa con las causas, pero no una capacidad mediática… En fin: se es, a partir de lo que meramente se aparenta.
Esto, más que concluir, abre discusiones: ¿es esto indeseable por sí mismo? ¿Es siquiera viable plantear un retorno a las relaciones “directas” con la reputación a partir de acciones concretas? ¿Es esto más deseable que el espectáculo? ¿Por qué lo sería? Personalmente, preferiría que no mediara nada más que nuestra persona en la relación con los demás; pero esto es tan utópico que ni siquiera imagino cómo se vería. Por lo menos, preferiría que nos mediaran acciones y resultados para poder hablar de personas comprometidas. Y, en este sentido, propongo la distinción entre activistas y personas políticas: a las primeras les basta el espectáculo; las segundas requerirían transformaciones de la realidad para ser calificadas de buenas políticas. El carnet no sería automático. Y la razón por la que lo propongo es sencilla: hay gente a la que le urge la transformación de la realidad, independientemente del espectáculo que podamos ofrecerles.
Mercurio Cadena. Abogado administrativista especializado
en administración de proyectos públicos.
@hache_g
Otros textos del autor:
–La pregunta de oro
-Contra la resignación