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México, país Soberano

En la memoria histórica de México, las resistencias ante las intervenciones extranjeras definieron símbolos, estructura jurídica, línea diplomática, ideología y, en resumen, nuestra cultura política. Tres intervenciones armadas en el siglo XIX (Francia 1838, Estados Unidos 1847 e Inglaterra y Francia en 1861) así como la intromisión del embajador estadounidense en México para la aprehensión y asesinato de Francisco I. Madero en 1911 o la entrada del ejército gringo por las costas de Veracruz en 1914, implicaron a nivel político e institucional, que la defensa de la soberanía fuese un valor inseparable de la diplomacia y la política.

El nacionalismo revolucionario que se forjó desde inicios del siglo pasado, recogió los preceptos del presidente Juárez en su doctrina de política exterior, resumidas en la frase “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” y de manera inédita, los unió a la soberanía energética con la expropiación petrolera emprendida por Cárdenas. De ahí que la soberanía nacional en nuestro país se entienda tanto en su nivel diplomático como económico, de manera muy profunda.

En el neoliberalismo, sin embargo, estos principios fueron un estorbo para la apertura económica al exterior, la liberalización de los mercados y la reducción del Estado a sus funciones mínimas. En la práctica, además, expresidentes y altos funcionarios participaron en el remate de los bienes nacionales o en las puertas giratorias para aprovechar su experiencia política en los negocios internacionales. No es casualidad por eso que Salinas, Calderón y Peña Nieto vivan en España, país donde se hicieron vastos negocios sobre todo en el ramo energético, amparados en el ejercicio político de élites dispuestas a vender el país al mejor postor.

En las campañas que están en curso, vemos claramente que los dos proyectos enfrentados empatan totalmente con esas dos culturas políticas, por un lado la soberanista y por el otro la entreguista. Claudia, por un lado, ha refrendado la dignidad soberana frente a otras naciones, el respeto irrestricto a la libre determinación de los pueblos y también el fortalecimiento de la industria energética como pilar de la economía nacional. Por el otro, Xóchitl expone abiertamente su ímpetu injerencista, dispuesto a abrirle la puerta a los intereses extranjeros incluso a costa de la institucionalidad y democracia nacionales.

Cuando Xóchitl Gálvez fue a Estados Unidos y Europa y se reunió con personajes de medios de comunicación e instituciones dispuestas a invertir recursos para entrometerse en nuestra elección, vaticinó la activa injerencia que ya ha dado sus primeros pasos. Desde The New York Times hasta la conferencia de la marquesa Cayetana, la candidata conservadora demuestra que su línea histórica es la de los conservadores entreguistas de la riqueza nacional, que le abrieron la puerta a los intervencionistas desde el siglo XIX y que en el neoliberalismo utilizaron los bienes nacionales para el enriquecimiento de una oligarquía rapaz.

En contraste, frente a ese proyecto entreguista, destaca el explícito llamado soberanista de Claudia Sheinbaum, quien traza una línea histórica que empata con la resistencia frente al intervencionismo extranjero y por la dignidad nacional. Esta es una línea acorde con nuestra cultura política y nuestra memoria histórica, nacidas de una revolución social.

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