Por: Eduardo Santiago
El presente texto no busca aleccionar, ni atemorizar a nadie sobre este terrible mal; más bien pretende que mi experiencia sirva para que alguien más se cuide mejor, actúe a tiempo y tenga empatía con quienes hemos tenido la mala fortuna de contraer el virus SARS-CoV-2.
Todo inicia con una fiebre, luego una infección de garganta y, finalmente, postración.
La fiebre comienza una noche, acompañada de un dolor de huesos insoportable; con ello, el error constante: la automedicación. Logré dormir esa noche, pero a la mañana siguiente el dolor en la garganta molestaba y no poder tragar me ponía inquieto y desesperado, por lo que decidí consultarme con un doctor cerca de mi domicilio. Hasta el momento, no he logrado entender cómo algunos médicos, en medio de la tercera ola de contagios, se limitaron a dar un tratamiento para la tos, una infección o una gripa, siendo estos los principales síntomas de covid-19. A mí me sucedió que, por no creer que pudiera haberme infectado o por simple descuido, después de 4 días de llevar tratamiento, no logré recuperarme sino que los síntomas se volvieron más agresivos y vinieron la pérdida del gusto y el olfato, así como un cansancio excesivo.
Ante esto, y por mi nula evolución, decidí hacerme la prueba rápida de antígenos, que resultó positivo. Lo mismo le pasó a la mayoría de mi familia, en especial mi esposa quien, a la par, comenzó con algunos síntomas y su doctor le recomendó un tratamiento para la tos, lo que desencadenó problemas respiratorios, que la llevaron a la hospitalización por emergencia en un estado grave. Todo fue causado por negligencia nuestra o de los médicos, pues de habernos realizado las pruebas a tiempo, pudimos evitar pasarlo terriblemente mal.
Conforme pasaban las horas, todo empeoraba; los días de crisis fueron terroríficos, no hay forma de explicar esos malestares, el hartazgo por el aislamiento y la preocupación por tener a mi esposa hospitalizada mientras las cifras de muertes aumentaban exponencialmente… Los días se volvieron sombríos y las noches espeluznantes e insoportables. El virus se había apoderado de mi cuerpo, de cada rincón de mi ser y, sin sonar exagerado, sentía que esta no la libraba y recordar a mi compañera resultaba un martirio interminable.
Afortunadamente, y después de dos semanas, lo peor pasó.
Después, nos encontramos aislados en casa, recuperándonos por recomendación médica. Sin embargo, somos conscientes de que la recuperación no dura solo 14 días, pues continúa la incertidumbre por saber cuándo volveremos a la cotidianeidad mientras las secuelas nos hacen sentir que la enfermedad sigue latente.
Es frustrante enterarte que alguien cercano contrajo este mal y no poder hacer nada; al mismo tiempo, causa indignación y tristeza sentir o ser tratado como una bomba andante o como un monstruo por haber contraído esta enfermedad. No cabe duda de que este virus ha sacado lo peor del ser humano: el prejuicio, la estigmatización y la discriminación contra las personas contagiadas y que se han recuperado es muy evidente, y no es más que el reflejo de la desinformación, la falta de sensibilización y solidaridad.
Quienes lucharon y siguen en la lucha contra covid-19, después de haber librado una pelea entre la vida y la muerte, merecen ser tratados con respeto, se debe tener presente que se trata de personas con los mismos derechos que el resto, con proyectos de vida y laborales, así como estructuras familiares.
No es discriminatorio tomar distancia y acatar las medidas de prevención y protección, sin embargo, las reacciones de rechazo pueden llevar a las personas a ocultar la enfermedad, no atenderse y adoptar comportamientos no saludables que puedan traducirse en contagios. Además, en el peor de los casos, el rechazo y la exclusión pueden llegar a tener un impacto negativo en la salud mental y emocional de las personas. Las personas diagnosticadas con el virus merecen un trato digno y respetuoso en todo momento.
Es importante no bajar la guardia ante covid-19, esto es esencial incluso en este punto de la pandemia. En mi caso, no encuentro respuesta sobre cómo pude contagiarme, y me preguntaba mientras esperaba los resultados de la prueba, cómo era posible esto, si tomaba todas la medidas de prevención y ya estaba vacunado. Cabe recalcar que recibir la vacuna me ayudí a transitar mejor la enfermedad y con mayores posibilidades de recuperación, cosa que no paso con mi compañera, quien al no haber recibido la vacuna al momento de contagio (por su rango de edad), corrió un mayor en riesgo.
No es fácil saber en qué momento nos hemos curado, solo queda ser pacientes y soportar el hartazgo que genera el encierro. Debemos tener bien en claro que la salud es un asunto colectivo, que el bienestar de uno es el bienestar de los demás: quienes aún no reciben la vacuna, quienes no pueden extremar precauciones y quienes son más vulnerables. Lo único que nos toca hacer es asegurarnos de no contagiar a nadie, y que, más que nunca, nos necesitamos los unos a los otros.
Quiero dar gracias y hacer un reconocimiento a todos los doctores, enfermeros y personal del sector salud por cuidar de nosotros sin descanso, por sus recomendaciones y por su profesionalismo. Son un ejemplo de humanidad.
A mi familia y a todas y todos aquellos que estuvieron pendientes de nuestra salud, gracias infinitas.
@ehsm91
Indígena Totonaco, Forestal y obradorista. En la lucha constante por la defensa de las causas justas y la reivindicación de los derechos del Pueblo.