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Militar en la locura

Algo quedó claro el sábado 13 de julio. Donald Trump no es un farsante.

Alguna vez escuché al exdiputado y diplomático argentino, Óscar Laborde, referirse a Milei como un gran farsante: “Todo es un acto”, me dijo, “Es un tipo normal, pero en cuanto las cámaras empiezan a correr, sabe entrar en el personaje enloquecido que ha construido”.

Mucho se ha especulado sobre la sinceridad de estos personajes extravagantes de la política moderna. ¿Hasta dónde llega el alter ego? ¿Qué partes son reales y cuáles otras construcciones de mercadotécnica política?

El sábado 13 de julio una de las fotografías más icónicas de la historia política de los Estados Unidos fue capturada por Evan Vucci. El candidato y expresidente recibió el impacto de una bala en la oreja, proyectil que rozó por centímetros su cráneo. La fotografía captura lo sucedido no más de 10 segundos después de las primeras detonaciones. La bandera de Estados Unidos detrás, el expresidente rodeado por 5 agentes del servicio secreto que intentan que sostenga la cabeza baja, el cuerpo agachado mientras Trump lucha por mantenerse firme a la vez que levanta el puño sin haberse limpiado la sangre del rostro. En los momentos de máxima tensión, alto estrés y peligro real, las máscaras se caen, las cuartas paredes se rompen. Trump mostró que él no utiliza máscaras. Cuando su vida se vio en riesgo, nos mostró que sigue siendo el mismo Donald J. Trump… Loco, radical, errático, pasional; el mismo Donald J. Trump; así de fácil se convirtió en la resistencia encarnada.

De un momento a otro, sin que nada haya cambiado, Trump dejó de ser un farsante. Dejó de ser un gran actor de una compleja obra política y en la mente de los ciudadanos americanos indecisos se convirtió en un hombre sincero. Un loco, criminal, pero sincero.

En la era de los grandes histrionismos políticos y de los malos asesores de comunicación, la ciudadanía busca poco más que alguien que sea capaz de ofrecerles nada más que sinceridad radical. En la era de Santiago Creel gritando y llorando por la defensa de las instituciones o Xóchitl Gálvez encadenándose a una silla para evitar una sesión legislativa; la ciudadanía pide políticos que se levanten con el puño en alto después de un atentado o que cuando levanten la mirada para voltear a ver al dron que sobrevuela para fotografiar una marcha, se pueda ver conmovido por el amor recíproco del Pueblo.

Quizá esa es la lección para quien aspire a ser política popular y populista. Las grandes ideas, los grandes personajes, las grandes locuras, no pueden ser una máscara que se pone y se quita. La verdadera militancia debe ser absoluta. Quien aspire a gobernar desde la convicción debe militar en su propia locura.

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