Hace algunos días, el Comité Ejecutivo Nacional de Morena me designó como Delegado en Funciones de Presidente del Comité Ejecutivo Estatal de Morena en Coahuila, en una sesión en la que también fueron nombrados otras compañeras y compañeros para lo mismo en varias entidades de la república.
Si bien se trata de una decisión completamente legal, pensada para intentar dar continuidad institucional a la vida de un partido que se quedó casi por completo sin ella, se presta a diversas interpretaciones y críticas por sectores de la militancia y dirigentes del partido, así como de algunas personalidades. Sin lugar a dudas, es un tema complejo.
La realidad es que, aún antes del vendaval que significó ganar la presidencia, la Cámara de Diputados, la Cámara de Senadores y una gran cantidad de gobiernos locales, incluyendo todo tipo de espacios —alcaldías, regidurías, diputaciones locales, etc.— el partido vio intensificadas dinámicas que, en realidad, ya venían desde antes, pues el enorme esfuerzo en la batalla electoral decisiva del 2018, implicó obviamente un desgaste, alianzas amplias, llegada de actores nuevos, conflictos y recelos, etc., que en cierto modo respondieron a la respuesta que se da desde el Obradorismo a la pregunta de: ¿qué es morena? ¿Es un fin en sí mismo, o un instrumento?
Así, ante la disyuntiva de hacer todo lo necesario para dar inicio a este proceso transformador ganando nada menos que la Presidencia de México, o defender a toda costa la institucionalidad del partido, se optó claramente por lo primero. Luego, la salida de cientos, o quizá miles de cuadros del partido, incluyendo a algunos de los más consecuentes, empezando nada menos que por nuestro principal dirigente, terminó por acentuar una crisis que alejó al partido de cualquier tarea sustantiva: la disputa político-ideológica con la derecha, el trabajo territorial, el acompañamiento a las autoridades y funcionarios provenientes de Morena, entre otras.
Casi tres años se perdieron en ese pasmo, y si el escenario político nacional no fue desastroso en respuesta a ello, se debe a que el Pueblo de México es mucha pieza y a que la batalla política-ideológica se siguió dando desde la trinchera presidencial.
El desorden institucional del partido lleva a una situación en la que, siendo realistas, ningún órgano goza de cabal legitimidad, de la legitimidad que se tendría luego de un proceso como los que culminaron con la elección de Martí Batres primero y Andrés Manuel López Obrador después en la presidencia del CEN de Morena: con Asambleas Distritales, con un gran Congreso Nacional renovado, con un nuevo Consejo Nacional y Comités Ejecutivo Nacional que represente efectivamente a las bases actuales del movimiento.
Sin siquiera un padrón de afiliados aceptado por todos, ya no digamos órganos instituidos y funcionales, lo cierto es que Morena perdió sus mecanismos para realizar acuerdos legítimos, incuestionados, y el gran reto es retomar esa posibilidad: pues bien, precisamente la “Alianza popular” establece un calendario y un mecanismo para que la militancia tenga nuevamente en sus manos el partido. En mi opinión, eso es lo que la hace legítima.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, existen enormes tareas políticas inminentes, para las que no hay prórroga posible: la movilización del partido, la formación política, la ratificación del mandato del compañero Andrés Manuel López Obrador, el acompañamiento a autoridades emanadas de las filas de morena, el trabajo territorial y sectorial, la operación electoral para derrotar al PRIAN ahí donde todavía gobierna. De ese tamaño es el reto.
Afortunadamente, hoy tenemos mejores condiciones que nunca para asumirlo: el pueblo de México, a pesar de la crisis partidista que vivimos, se ha venido politizando rápidamente y no solo está receptivo a Morena, sino que, en realidad, exige nuestra presencia territorial en cada colonia, en cada barrio, en cada sección sindical que busca democratizarse, en cada agrupación magisterial, en cada movimiento campesino en defensa de sus territorios y recursos: tenemos que estar a la altura de las circunstancias.
Entiendo la preocupación de muchos compañeros, pero es mi convicción que nadie puede asegurar que el oportunismo no se impondrá en Morena, excepto el abrir lo más posible nuestro partido al pueblo. Creer que es un asunto a dirimir burocráticamente es un error: el campo de disputa está en los barrios, en las fábricas, en los ejidos. La politización masiva de millones de personas y su integración al partido, ahí es la verdadera disputa. En la medida de que Morena se entienda como un instrumento del y para el pueblo, su destino a la izquierda estará asegurado.