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No son las formas

«¿Qué hacemos con las personas que disienten? ¿Las aniquilamos o las dejamos sobrevivir? Y si las dejamos sobrevivir, ¿las detenemos o las dejamos circular, las amordazamos o las dejamos hablar, las rechazamos como desaprobadas o las dejamos entre nosotros como ciudadanía libre? No se puede negar que la prueba de fuego de un régimen democrático está en el tipo de respuesta que dé a tales preguntas. Con ello no quiero decir que la democracia sea un régimen basado en el disenso y no en el consenso; quiero decir que en un régimen que reposa en el consenso no impuesto desde arriba, alguna forma de disenso es inevitable, y que solamente allí donde el disenso es libre de manifestarse, el consenso es real y que, solamente allí donde el consenso es real, el sistema puede llamarse justamente democrático.»

Norberto Bobbio, El futuro de la democracia (1986).

 

En un contexto democrático, de transformación y cambio de régimen, puede resultar más tentador mantener hábitos “malos por conocidos”, que encontrar nuevas formas de actuar. Esto aplica para todas las personas en todos los roles que desempeñan; es decir, para quienes gobiernan, legislan, imparten justicia, emprenden negocios, practican el arte, la ciencia y la cultura en la sociedad o para quienes consideran que sus acciones pueden pasar desapercibidas por dedicarse a las labores del hogar (aunque, de hecho, no sea así).

Sin embargo, lo cierto es que cada una de estas personas le dan forma a la nación con su participación y con su manera de juzgar. En este sentido, la ciencia política ofrece una clasificación de la participación a través de formas convencionales y formas no convencionales. Las primeras consisten en actividades aceptadas o normalizadas, mientras que las otras generan encono división y antipatía.

Por ejemplo, las personas pueden estar de acuerdo en los presupuestos participativos, pero estar en desacuerdo con la pinta de consignas en paredes o la toma de vialidades. Sin embargo, ambas formas están delatando una necesidad de justicia para los grupos que las promueven… quienes participan en el marco de los presupuestos participativos buscan infraestructura digna en sus comunidades y que los recursos públicos se gasten bien; quienes optan por pintar consignas en las paredes o tomar las vialidades estarían evidenciando retos de los gobiernos como puede ser superar la impunidad o que los servicios públicos estén disponibles.

En ambos casos, los grupos que participan deben de ser escuchados porque en un régimen democrático ambas formas, las convencionales y las no convencionales, reivindican las causas que defienden. Por lo tanto, “la forma correcta de protestar” no existe. Mientras las sociedades sean imperfectas, existirán problemas públicos susceptibles de manifestarse y a mayor atención de las causas justas, menor será la intensidad de la violencia en la manifestación de las ideas.

Todo lo anterior es relevante para sanar el dolor de las víctimas de feminicidio, homicidio, violación, acoso, lesiones y de corrupción que actores públicos y privados han cometido acogidos por la impunidad material en el marco de las instituciones que el antiguo régimen había edificado. Únicamente cambiando los hábitos en todos los roles que las mexicanas y los mexicanos desempeñan, será posible sanar el dolor para una transformación profunda en la sociedad.

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