- Ir a la historia es una herramienta que ayuda a imaginar el porvenir. Esa es una de las principales razones por las que me adentré en la gran obra de Héctor Alejandro Quintanar Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional. ¿Qué queremos para el Obradorismo y, en específico, para su instancia partidista?
Después de hacer un análisis muy completo de la historia política de Andrés Manuel y de los orígenes de Morena, Quintanar nos ubica en el tiempo y nos recuerda que siempre es más amplio de lo que nos parece en primera instancia:
La génesis de Morena, las movilizaciones contra el desafuero, databan de una década atrás, en las que el nacimiento de un grupo ciudadano identificado con el proyecto que encabezó el entonces Jefe de Gobierno, devino en una organización política nueva que nacía tanto de una base social propia como de una escisión partidista. Para un partido emergente en México, con la aspiración de adquirir la preeminencia opositora en el país, lograr el apartado legal de su registro no significaría la culminación de un proceso, sino más bien el verdadero inicio de su propia historia.
El final de su libro es, pues, el inicio de la verdadera historia: 14 de julio de 2014. En esta fecha Morena logró su registro formal y culminó, al menos temporalmente, una larga lucha: ser partido o ser movimiento social. En realidad, Morena no se decantó propiamente por ninguna de las dos opciones, sino que optó por lo imposible (requisito indispensable para hacer política): volverse un partido-movimiento. La definición de lo que esto significa sigue en constante determinación, pero se le ha dado el sentido concreto de ser, al mismo tiempo, tres vías para el Pueblo: el acceso a candidaturas, a una política de cuadros y a una correa de transmisión permanente entre los movimientos sociales y el Estado. Es así como Morena intenta ser consistente con las dos fuentes que le dieron origen y que encontraron coincidencia en su resistencia al régimen neoliberal: una base social apartidista que se opone al giro ideológico dado en los ochenta; y una escisión partidista del Revolucionario Democrático derivado del viraje de su dirigencia hacia el neoliberalismo panista.
Dos de esas tres instancias son, todavía, proyectos en vías de consolidación: la política de cuadros y la correa de transmisión con los movimientos sociales. Trabajar estos pendientes es importante no sólo para cumplir las promesas orgánicas de un esfuerzo colectivo de más de 30 años, sino también para dotar al Obradorismo de la fuerza suficiente para ser un cambio de régimen, y no sólo un momento herético en la larga noche neoliberal. Hacerse con el Estado sin garantizar que éste sea ocupado e interpelado por el pueblo organizado no servirá de gran cosa en el mediano y largo plazo.
Reconocer si el régimen cambió no será tan complicado: bastará con revisar qué tan reales se han vuelto los principios que Luis Javier Garrido y muchas otras personas legaron al Movimiento en su declaración hace ya un par de años. Hay uno en específico que me parece especialmente atinado como indicador del cambio verdadero: la política debe ser una vocación de servicio a la colectividad, no al interés propio, y no sólo algo reservado a las élites, sino una actividad en la que participen todos y todas.