No lo podríamos considerar un periodista independiente como tal, pero dentro de los estrechos marcos para la libertad de expresión existentes en la televisión de la décadas de los años 80, sí podemos considerar a Óscar Cadena un precursor de la comunicación alternativa y crítica en México, autor intelectual y material de una de las primeras brechas que resquebrajó el monólogo del imperio informativo de las dos grandes televisoras (Televisa e INMEVISION-TV Azteca); porque el señor de los tirantes y cámara al hombro fue de los primeros que, aún con las limitaciones de estar bajo la lupa de jefes de noticias en turno y la entonces temible RTC (Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía que censuraba lo no conveniente para el PRI-Gobierno), se propuso dar voz a los sin voz, o a los actores marginados de los medios masivos, simplemente: los ciudadanos comunes con sus virtudes y defectos, la gente del Pueblo. Los de a pie.
Quizá junto con Héctor Lechuga como antecedente de periodismo televisivo de sátira social en los años setenta y su Ensalada de Locos, y de la mano en cierto sentido de sus contemporáneos Víctor Trujillo y Ausencio Cruz (en la primera etapa de trabajos conjuntos de En tienda y trastienda), y sobre todo de Héctor Suárez (¿Qué nos pasa?), Óscar Cadena a través de sus programas Ciudadano Infraganti y Cámara Infraganti, también supo tener el talento para deslizar la crítica y autocrítica de la realidad social, política y económica del país en el periodo que coincide con el despertar ciudadano generado por los sismos de 1985 en la Ciudad de México, y el fraude electoral de 1988, que es el momento donde la gente comienza a decir lo que realmente piensa de la vida pública, pues el sistema político electoral del PRI se agrietaba y derrumbaba a pasos gigantes.
Para todo lector informado, es importante revisitar algunos programas y reportajes de Cadena especialmente de la década de los años ochenta, que hoy es posible visualizar gracias a YouTube y otras plataformas, esto nos permitirá tener parámetros del verdadero papel de los medios masivos de comunicación de entonces y ahora, y sobre todo de como era su relación con la sociedad, y como es la relación medios, poder político, y ciudadanía actualmente. Porque en el siglo XXI existen ya tantos caminos para compartir información, realidades y opiniones quizá como el mismo número de ciudadanos interesados en hacerlo, cosa que antes estaba vedada.
Periodistas como Óscar Cadena se plantearon espacios que incitaron a la autocrítica social, la reflexión del papel del individuo en su colectividad, y la ponderación de valores cívicos del buen vecino o el buen ciudadano, aunque hay que decirlo, en el caso del Ciudadano Infraganti (Que en mi opinión es la principal aportación del comunicador en años de INMEVISION cómo televisora pública) el reportero no estaba exento de la moralina, cierto amarillismo para llamar la atención y los prejuicios -dictados por quienes monopolizaron la comunicación en la época-, pero es plausible que tuvo intentos no menores ni tibios de visibilizar las otras voces del pueblo, y no solo las hegemónicas de los levantacejas que daban las noticias, los grupos musicales del playback diseñados en piel de plástico para gustos estandarizados, las mujeres «pobres» que se volvían ricas en los cuentos de hadas de las telenovelas, y los comentaristas de fútbol que cuidaban al América; sino también de algún vecino agraviado por otro vecino o por alguna autoridad, y de alguna injusticia en la vida cotidiana de las calles de las grandes ciudades.
Gracias a Cadena aparecieron en la pantalla chica que entraba a todas las casas del país: «los viene-viene», las madres solteras, los abuelos en el olvido, los policías, los burócratas, las amas de casa, los estudiantes, los tianguistas, los taxistas, los chavos banda, y un largo etcétera de personajes urbanos de todas las clases y sectores sociales.
Al tipo de televisión que en México inauguró Óscar Cadena después se le conoció como «Telerrealidad», que implicaba llevar tan solo una cámara y micrófono para llegar en vivo y sin previo aviso a la confronta o entrevista de un ciudadano o el desarrollo un episodio común de las calles, -fuera positivo o negativo-, la mayor de las veces con dejos de conflicto, como un abuso policiaco, el vecino que tiraba la basura en vía pública, el policía que pedía «mordida», el chavo que era detenido injustamente, el revendedor del cine que llegaba a los golpes para ganarse la vida, la señora que se metía a la mala en la fila, y si, en ese sentido Cadena es el abuelo de youtubers, influencers o ciudadanos que el día de hoy hacen «en vivo» para mostrar realidades sin edición, maquillaje o filtros, de las cosas tal como pasan, aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías.
Los trabajos de Óscar Cadena sobresalieron por su contenido social, que en un sentido más crítico e integral ha desarrollado Cristina Pacheco en su célebre Aquí nos tocó vivir, pero que en el caso del personaje que se volvió todo un icono por siempre usar pantalones con tirantes, habría que ubicar en la justa dimensión de su tiempo y época, dónde no era posible otra forma de comunicar imágenes y voces salvo por televisión, y la televisión estaba controlada por dos cadenas la privada y la pública (Televisa e INMEVISION), y ambas a su vez sujetas a la censura implacable y sofocante de la secretaria de Gobernación.
Son memorables la serie de programas que a manera de crónica realizó Oscar Cadena sobre el concierto de Rod Stewart en Querétaro, México, en abril de 1989. Este evento se dio en el contexto venir de dos décadas de prohibiciones abiertas o soterradas de las grandes concentraciones de jóvenes -en especial de los conciertos de rock-, que datan de los sucesos de 1968 y 1971, y del festival de Avándaro, pues la consigna en los gobiernos priistas de la época era que los jóvenes eran un verdadero peligro si se reconocían así mismos y se juntaban. No obstante, en 1989 ya estábamos en el salinismo que se auto caracterizaba con aires de “primer mundo” y «modernidad», por ello habría que permitir los grandes conciertos, trascender el primitivismo cultural priista y poner a las ciudades de México a la par de “las grandes capitales del mundo”. Así, el concierto del rockero internacional Rod Stewart fue autorizado para medir el terreno, porque después el salinismo permitiría no solo más conciertos sino también la domesticación y apropiamiento de los espectáculos del rock y su periferia a través del nuevo monopolio del espectáculo llamado OCESA.
En su saga sobre el concierto de Rod Stewart, el reportero presenta todo lo que rodea al suceso, llega al estadio Corregidora 40 horas antes para grabar desde como los chavos ávidos de rock se encuentran acampando y formados día y noche esperando el momento, los de las clases populares (Cd. Neza por ejemplo) dicen que darán portazo, los “fresas” ya con su boleto en mano pero igual de ansiosos por que llegue la hora, pero todos con el común denominador de la necesidad de expresarse frente a una cámara, es decir frente a alguien que los escuche, y por ende se explayan. Además de las voces, se observan los portazos, las rejas que caen, los gases lacrimógenos afuera del estadio, y adentro la raza se brinca las mallas de las gradas hasta la cancha, para tomar lugar apretujados frente al ídolo que viene del exterior. En algún momento se pretende mostrar con amarillismo lo que ocurrió, pero a su vez se reconoce que el músico dio un gran y pertinente espectáculo, y que la mayoría de los asistentes se comportó. Pero lo central son todas esas voces que rescata Cadena. Los que quieren dar portazo dicen: “los que tienen para pagar no saben quién es Rod Stewart”, “¿qué hubieras hecho tu para entrar en nuestro lugar?” -le dicen desafiantes al reportero; pero también los que hablan de “auto control y organización para que el rock masivo vuelva” y dicen: “estamos haciendo la cola (fila) y hay autoorganización entre nosotros” -explica otro chavo banda.
El comunicador si bien emite algunos desafortunados juicios como el expresar «los nefastos chavos banda», es de reconocerse que con ese gesto por poner un botón de muestra, sitúa en horario triple A o el de mayor rating en todo México a los chavos que de diferentes orígenes, condición social e identidades (fresas, banda, punks, estudiantes) que acuden al «gran acontecimiento» del “hombre blanco” que viene a tierra azteca a compartir el auténtico rock en inglés, y lo más inédito e interesante: pueden compartir su rostro y voz con el público de todo México. Por cierto, del programa especial sobre este concierto se dieron a conocer quizá dos de las más de 42 horas de grabación, habrá que indagar si en el resto del material grabado no hay otros testimonios de crítica social que fueron censurados, pero es loable aun así lo que se dio a saber a la luz pública, pues insistimos significó un atisbo de voz de los sin voz.
Cuando dejó de hacer este tipo de programas y se adentró más en el humor involuntario, Óscar Cadena dijo: “Me cansé de decirles ‘no tires basura’, ‘cuida el agua’ y ‘¡cuidado con la inseguridad que está ganando terreno!’”. Habrá quien lo considere un producto más de la vieja forma de hacer televisión supeditada a un sistema con el que se conjugaban los intereses de los grandes medios, pero habrá quien tenga una opinión más equilibrada y reconozca su valor.
El personaje se adelantó el pasado 28 de octubre, quizá todavía no se aprecie su aportación a la comunicación alternativa y crítica, pero su obra es un testimonial de la realidad del país a fines del siglo pasado, y referencia de quienes buscaron abrir caminos y puertas a la verdad y la pluralidad de voces en el fangoso terreno de los grandes monopolios mediáticos.