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¡Otra vez Bolivia!

Las convulsas horas que pusieron a Bolivia en el foco mediático internacional nos bombardearon con imágenes que se creían superadas en la América Latina del SIGLO XXI, escenas que se antojan de un pasado cuyas heridas, aún abiertas, siguen atormentando a un continente al que la democracia y la soberanía le siguen costando vidas.

Las tanquetas y contingentes que rodearon la Plaza Murillo y que derribaron la puerta del Palacio Quemado, nos remiten sin dudar a los más terribles episodios del militarismo golpista que marcó la historia política del hemisferio en el siglo pasado; la efigie de un general, Juan José Zúñiga, quien la jornada anterior fungía como comandante General del Ejército, se hizo presente pronunciando actuar para “recuperar la patria”, “establecer la democracia” y “liberar a los presos políticos”.

La Plaza se rodeó también de civiles, obreros, militantes y miembros de movimientos sociales, quienes a pesar del constante gaseo con el que los golpistas intentaban dispérsalos se mantuvieron firmes recriminando la ocupación y respaldando al gobierno de Luis Arce Catacora, quien se encontraba celebrando una reunión de Gabinete con sus ministros en pleno al interior del Palacio Quemado.

Juan Carlos Huarachi, dirigente de la Central Obrera Boliviana (principal organización gremial del país), manifestó su respaldo al gobierno, convocó a una huelga general y a la movilización nacional para impedir el golpe; el exmandatario Evo Morales, también llamó a los movimientos sociales a tomar las calles para impedir la ruptura constitucional y líderes de todo el mundo manifestaron su respaldo al gobierno de Bolivia.

La tensión llegó a su momento más álgido cuando el Presidente salió a la puerta acompañado de su gabinete a confrontar a Zúñiga y exigirle la desmovilización militar, tras el desacato Luis Arce nombró a José Wilson Sánchez Velásquez como nuevo comandante de las Fuerzas Armadas, quien en cadena nacional ordenó el regreso de los elementos militares a los cuarteles.

Los militares apostados en la Plaza se desbandaron ante la huida de Zúñiga quien fue detenido y puesto a disposición de las autoridades junto a otros líderes del levantamiento; el Presidente Arce fue cargado en hombros y se dirigió a los miles que se congregaron para celebrar el fracaso del golpe.

Hasta aquí pudiera parecer un desorganizado e infructuoso intento de golpe militar, pero este hecho no debe ser entendido como un fenómeno aislado, hay que atender la historia reciente del país andino; tan solo cuatro años antes de este acontecimiento, Bolivia vivió su más polarizada y controvertida elección cuando en octubre de 2019 Evo Morales y Álvaro García presentaron por cuarta vez consecutiva su candidatura tras una serie de reformas y procesos jurídicos que les permitieron concurrir a elecciones.

Esta última candidatura fue cuestionada a razón de haber sido habilitada por el Tribunal Constitucional bajo el argumento de que limitar la reelección indefinida era violatorio de los derechos humanos y por tanto debía ser inconstitucional; adicionalmente en 2016 se celebró un Referendo para consultarle a la población si la constitución debía modificarse para permitir una reelección adicional; el resultado fue desaprobatorio por lo que la candidatura obtenida por resolución judicial y el desconocimiento de los resultados del referendo alimentaron la narrativa que los opositores de Morales utilizaron para señalarlo de querer establecer una dictadura.

La crisis devino al termino de la jornada electoral cuando la publicación del sistema de conteo de resultados se suspendió por 24 hrs. en un momento en el que la diferencia de votos era de alrededor del 3%; al reiniciarse, la brecha se había ampliado en favor de la formula oficialista en 10%, lo que implicaba el triunfo de Evo Morales sin necesidad de realizar segunda vuelta electoral.

Al llamado de líderes de la oposición las calles se llenaron de indignados que acusaban fraude electoral y cuyas protestas degeneraron en motín con la quema de instalaciones electorales, el ataque, secuestro, persecución y actos de violencia contra líderes y simpatizantes del MAS; 21 días de confrontaciones, parálisis y violencia, el amotinamiento de la policía y la “recomendación” de las Fuerzas Armadas al Presidente Morales de renunciar porque no podrían “garantizar su seguridad”.

En una sesión del Senado sin quorum, Jeanine Áñez, fue nombrada Presidenta Interina y junto a Luis Fernando Camacho, Gobernador de Santa Cruz, principal bastión opositor, dieron un mensaje en el que celebraron el “regreso de Dios” al palacio de gobierno y retiraron la “satánica” Wiphala, bandera que el proceso de cambio había revindicado como oficial en reconocimiento a los pueblos originarios andinos.

Los presos políticos a los que el General Juan José Zúñiga se propuso liberar son justamente, Jeanine Áñez y Luis Fernando Camacho; procesados por los actos que derivaron en el golpe de Estado de 2019. Hoy sabemos que la oposición boliviana cuenta con una amplia red de alianzas y patrocinadores internacionales que han conspirado, fondeado y colaborado en los esfuerzos de desestabilización que desde 2006 se pusieron en marcha para impedir el proceso de cambio.

Hoy sabemos que la Misión de Observación Electoral de la OEA manipuló los datos que presentó en el informe en el que “concluyó” que la elección de 2019 había tenido irregularidades que ameritaban la reposición del proceso; hoy conocemos las líneas de financiamiento y asesoría que las agencias norteamericanas National Endowment for Democracy (NED), Ofice of Transition Initiatives (OTI), United States Agency for International Development (USAID), Albert Einstein Institute, entre otras; tienen con los dirigentes, organizaciones, iglesias y grupos opositores que han operado en las últimas dos décadas para frenar los esfuerzos soberanistas de Bolivia y de toda la región.

Conocemos la larga tradición golpista que Bolivia tuvo el pasado, los nocivos efectos de la Escuela de las Américas, de los tentáculos ideológicos y operativos de la Doctrina de Seguridad Nacional y de nueva estrategia de guerra hibrida y golpes blandos de las Embajadas Norteamericanas y el Comando Sur.

Hoy sabemos que, en Bolivia como en América Latina, sigue pesando la oscura sombra de la injerencia, el imperialismo y la complicidad entreguista de grupos privilegiados a quienes poco les preocupa ver arder su país y morir a su gente. ¡Otra vez Bolivia, siempre Bolivia! ¡Otra vez nuestra América!

El triunfo de ayer no es el cierre definitivo del permanente asedio al que se enfrenta el proceso de cambio en Bolivia; es tan solo una batalla más, una que la movilización popular resuelta, coordinada, bragada y calada en el fuego y la sangre de 2019 pudo sacar avante, por el momento. Sin embargo, el reto más importante del proceso de cambio en Bolivia no está solamente en la debilitada, moralmente derrotada y golpista derecha; sino también al interior de sus organizaciones y en la pugna entre sus dirigentes.

A meses de las próximas elecciones generales y en una cada vez más álgida confrontación entre liderazgos, el proceso de cambio resiste de momento los embates externos, pero puede implosionar. Determinante serán las pesquisas que se desarrollen en próximos días sobre los dichos del General Juan José Zúñiga sobre un autogolpe orquestado por el propio Luis Arce para aumentar sus bonos políticos y lo que sobre ello opinen tanto la oposición y las organizaciones que sostienen la estructura del MAS.

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