En esta ocasión estaba dispuesto a hablar de la minería expansiva a cielo abierto y de la fractura hidráulica, mejor conocida como frácking, con la idea de llamar la atención sobre la necesidad de fortalecer la legislación ambiental; cuando llegaron, sobre todo por redes sociales, las alertas de incendios incontrolados en el Amazonas —principalmente en Brasil y Bolivia, pero también en Colombia, Perú y Paraguay, según se puede constatar en imágenes ahora ya virales.
Llama poderosamente la atención que de un año a otro los incendios incrementaron en un 84 por ciento. Este aumento drástico no puede atribuirse al cambio climático. Según el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía, este año la estación seca se comporta en rangos normales, así que esto tiene que ver más bien con una actitud deliberada de gobiernos y empresas rapaces que se sostienen en ver a las selvas como una industria “minera extractiva” sin control y para impulsar una agricultura industrial salvaje.
¿Por qué digo carajos? Porque por años cientos de organizaciones ambientalistas, comunidades indígenas y científicos de la región y todo el mundo, han venido denunciando y advirtiendo el saqueo indiscriminado del pulmón más importante del planeta Tierra. La selva más compacta y representativa del mundo, con una superficie de 5.5 millones de kilómetros cuadrados y que alberga los hábitats de cerca de la tercera parte de biodiversidad existente en el mundo, está en llamas, como se muestra en esta foto que circula por todos lados.
Como bien documenta la World Wildlife Fund (WWF), además, la cuenca del Amazonas ayuda a regular las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) pues funciona como un sumidero de carbono (CO2), lo que a su vez contribuye a regular el clima de las plantas y, por tanto, a frenar el calentamiento global. Por sí misma, es la proveedora del 20 por ciento del oxigeno que respiramos todos los humanos. Cálculos conservadores hablan ya de medio millón de hectáreas quemadas, más que toda la superficie de la Reserva de la Biósfera Montes Azules, en la Selva Lacandona de México.
Como era de esperarse, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, promotor del saqueo del bosque tropical del Amazonas y quien ha reducido en más de 90 por ciento los recursos económicos para la conservación del Amazonas —incluyendo a las organizaciones de la sociedad civil y los gobiernos del norte de Brasil contrarios a sus políticas—, acusa sin fundamento y en forma irresponsable a las ONG de ser las causantes de esta tragedia, como presión para obtener fondos. Debe estar muy mal para decir esa barbaridad.
Por si fuera poco, la cuenca del Amazonas es la encargada de cerca del 20 por ciento de los reservorios de agua dulce del orbe y alberga más del 10 por ciento de la biodiversidad conocida a nivel mundial. Quinientos pueblos originarios y más de 35 millones de personas quedan en grave riesgo ante ese acontecimiento, denuncia la WWF.
Nuestra importante y ahora precaria Selva Lacandona, que hace poco más de 30 años tenía cerca de 2 millones de hectáreas, está ahora reducida a menos de 500 mil; de sus tres reservas, una de ellas, comunitaria en posesión de los lacandones, también está en riesgo. Sólo para dimensionar su importancia, y en consideración del Corredor Biológico Mesoamericano, representa un porcentaje similar de entre el 8 y 10 por ciento de la biodiversidad conocida en el mundo. Deberíamos hacer dos cosas al menos: levantar la voz y, como dice el dicho popular, “poner nuestras barbas a remojar”.
Pedro Álvarez Icaza. Experto en política ambiental y en gestión
y manejo de recursos de cooperación multilateral internacional.
Forma parte del programa de líderes ambientales del Colegio de México.
@alvarezicazapc