No pretendo caer en el lugar común que todos conocemos: sabemos que este domingo 1 de agosto se hizo la primera consulta popular tal como la conocimos.
Lo sensato hubiera sido hacer la consulta en las elecciones de junio. Sucede en otros países. No se hizo. Con todo y las dificultades, fue histórico. Casi 7 millones de personas salimos a votar, sin spots de tele a favor del sí, sin casillas especiales, con una pandemia encima, con 30% de mesas instaladas. Fue un ejercicio inédito considerando todo lo anterior.
Mucho se puede hablar de la preparación de la consulta, de la decisión de la SCJN y del INE; sin embargo, considero que esos temas ya han sido tratados por otros actores y lo que propongo es justamente salirnos ya de ese debate. Sobre todo, considero que encasillarnos en el reproche al INE únicamente es incorrecto; es una trampa en la que muchos de nosotros caemos y de nueva cuenta estaríamos poniendo al centro algo que no es lo importante ahora.
Lo más interesante de la consulta ahora, me parece, es la post-consulta.
¿Qué se hace después?
Primero, varios de nosotros depositamos en la figura del Presidente grandes expectativas sobre lo que formularía con este resultado. Vimos ilusión la mañanera del lunes en Puerto Vallarta, donde por supuesto se abordaría el tema, inquietos por su respuesta, esperamos esperanzados la línea que tiraría Andrés Manuel al respecto.
La sorpresa que nos llevamos fue que terminó la mañanera y nunca escuchamos una respuesta clara. Por un lado, tuvo el gran tino de hablar sobre democracia participativa y representativa, felicitó el ejercicio ciudadano del domingo, reprochó la actitud del INE, habló de la voluntad política necesaria para que ejercicios de esta naturaleza salgan como se deben, sin poner pretextos presupuestarios, tiempos, etc. Pero poco se habló del panorama a futuro, sobre qué hacer con casi 7 millones de personas y muchísimas más que no pudieron votar, sobre el «sí» arrollador, sobre la confianza y esperanza depositada en las urnas nuevamente por las víctimas de sexenios pasados que siguen esperando justicia, y sobre una sociedad sedienta de memoria y verdad.
Se abren preguntas obvias: ¿le toca(ba) al Presidente establecer la línea de lo que seguiría? ¿Reside en su persona liderar el proceso que la justicia transicional constituye? ¿Necesitamos de su autoridad moral y fuerza política para lograrlo?
Como varios de ustedes, me encuentro aún en proceso reflexivo, pero al menos tengo algunas ideas claras de lo que deberíamos permitir y no permití en esta nueva etapa post consulta.
En primer lugar, deberíamos salirnos urgentemente del embate al INE —aunque razones sobran— desgastar nuestra energía en eso, es de forma ciega dejar de ver lo que verdaderamente nos convocó a la consulta, hacerlo de forma contraria nos pone en un panorama de dar —de nueva cuenta— la espalda a las víctimas y a una sociedad ávida de memoria, verdad, reparación y no repetición.
En segundo lugar, sostengo que es incorrecto el camino no-estatal, algunas propuestas enmarcan un futuro a tratarse en tribunales populares no institucionales. Me niego a volvernos a situar en el sexenio peñista en donde nos dábamos cita en el auditorio Ho Chi Min de la Facultad de Economía de la UNAM. Aunque es y será una iniciativa noble, sostengo que no debemos renunciar a disputar los espacios institucionales, estatales para seguir un verdadero proceso de justicia transicional con toda la fuerza del Estado.
En tercer lugar, estamos frente a un panorama histórico para fortalecer y mandar claras señales de cercanía, empatía y total cobijamiento a las víctimas. Sería omisa si no viera que se han hecho esfuerzos importantísimos en la 4T por propiciar estos acercamientos no solo en la narrativa, sino en los recursos públicos dispuestos para ello, en los esfuerzos institucionales y políticos, sin embargo considero importante mandar un mensaje enfático que afiance esta idea. Sin duda, apuntar y fortalecer este entendido mandaría una señal crucial para los últimos 3 años de gobierno.
En cuarto lugar, entiendo la potencia figurativa de la campaña a favor del sí de encontrar en “el juicio a los expresidentes” una clara imagen de transmitir lo que se quería, sin embargo, considero un error sostener ese como el fin último, los procesos de memoria, verdad, reparación y no repetición implican muchas más herramientas jurídicas, sociales, simbólicas para llegar a una justicia integral que el solo hecho de “ver tras las rejas a los ex presidentes” a veces incluso ver a personajes en prisión no es lo más importante, ni lo más reparador y se puede depositar mucho tiempo, energía y esfuerzo en algo que a lo mejor no es lo más relevante.
Por último, nunca perder de vista que votamos por una Cuarta Transformación de la vida pública entre otros motivos, con el fin de poner al centro a los pobres, a los siempre marginados, excluidos. También votamos por el dolor de vivir en una sociedad que busca a sus hijos, por unas familias que van tocando puertas para encontrar los restos de sus seres queridos, por un Estado que ha dado la espalda todos estos que nos interpela, por una fiscalía inútil que nos mueve, por una violencia que se reproduce también institucionalmente que nos aqueja.
Por el bien de todos, primero las víctimas.