Primero Milpa Alta

La estrategia de vacunación en México no fue distinta a lo planteado como fundamento de la política nacional, que es la máxima de la Cuarta Transformación: “Por el bien de todos, primero los pobres”. La Ciudad de México, parte de la más grande zona metropolitana y uno de los principales focos de infección del país, por su alta movilidad y concentración poblacional,  fue de los primeros lugares donde se aplicó la vacuna; sin embargo, no fue a contentillo de quienes tuvieran para pagarla, sino que se comenzó en las zonas más apartadas y con menos capacidad de atención en términos de salud: Milpa Alta, la Magdalena Contreras, Cuajimalpa y, en el segundo esfuerzo, Tláhuac, Xochimilco e Iztacalco. Las filas y la organización se corrigieron al segundo día, cumpliendo con la meta de tener a las personas de 60 años en adelante vacunadas. 

Según datos de la Secretaría de Salud del Gobierno de la Ciudad, Milpa Alta sólo tiene un hospital. Esta situación para muchos no sería un problema al ser la delegación menos poblada de la Ciudad; sin embargo, cabe destacar que al ser la menos poblada y la segunda con mayor territorio después de Tlalpan, tiene un alto nivel de dispersión, sin omitir que tiene menos vías de acceso que otras Alcaldías, por lo que la movilidad en un caso de emergencia o una simple consulta requiere de más esfuerzo e insumos. 

Si tecleamos “Milpa Alta” en un buscador, las palabras predeterminadas que siguen son: “¿Cómo llegar?”, “¿Dónde está?”, muestra de la poca información que existe no solo para la oposición que reventaba de rabia al no ser vacunada primero, sino para la población en general.

Esta Alcaldía, ubicada al sur de la Ciudad, está clasificada por la PAOT como territorio rural, y alberga el 32% del suelo de conservación total; es, por tanto, uno de los principales pulmones de la CDMX. La ruralidad, vista desde un punto de vista conservador, es sinónimo de atraso, pobreza y marginación; como si nacer y vivir en una zona rural fuera parte de un destino manifiesto que condenara a quienes la habitan a morir en pobreza. Paradójicamente, los conservadores añoran parques eólicos y de celdas solares para producir energía, pero desprecian la protección de quienes salvaguardan el suelo de conservación, acusan al Gobierno de la Cuarta Transformación de no ser “ecologista” aunque ni siquiera conocen como viven quienes diario, con inclemencias de tiempo, sin subsidios en gasolinas o seguridad social abastecen de alimentos, agua y aire a toda la Ciudad. Por ejemplo, el exjefe de gobierno ‒hoy senador‒ Miguel Angel Mancera visitó una vez la Alcaldía durante su mandato, justo después de la elección intermedia en 2016. En seis años de gobierno, no se tomó la molestia en volver a recorrer la zona después de su campaña. Por eso no es de extrañarse que desprecien lo que no conocen, si tan solo hubieran conocido la mitad de sus pueblos, reconocerían la gran reserva de valores morales y la gran aportación de que hacen quienes la habitan. 

En esta alcaldía, aunque no tiene la mayor cantidad de hablantes de lenguas indígenas, la identidad histórica se vive en cualquier rincón y circunstancia; en el territorio de Milpa Alta habita la cultura viva que ha resistido el embate de la globalización, incluso estando a dos horas de una de las urbes más grandes del mundo. 

Aunque pareciera lejos de la realidad de la burbuja de los múltiples columnistas y epidemiólogos de ocasión ‒que escriben desde sus escritorios cómo se debe manejar una pandemia‒, los servicios ambientales son vitales para la sobrevivencia de todas y todos: ayudan al mantenimiento de calidad atmosférica ‒que impacta directamente al clima‒; controla los ciclos hídricos y mejora la calidad del agua; genera y conserva suelos fértiles; controla plagas parásitas, y es hogar y destino de polinizadores, además de ser “banco genético” (espacio donde las especies pueden seguir cumpliendo su ciclo de vida). Todos estos procesos suministran de vida a la humanidad, incluyendo a quienes compran sus alimentos en los supermercados; por muy elitista que sea el círculo en el que se desarrollan, nadie se exime de la necesidad de respirar aire y beber agua. 

En este sentido, los territorios urbanos plagados de concreto y plantas de ornato para decoración refuerzan la idea de que el agente moderno ha cumplido su tarea de mitigar el cambio climático si tiene un cactus en casa o si, desde el teléfono móvil, exige energías limpias ‒aunque eso atente contra la soberanía energética‒. Para muchos conservadores, especialmente los citadinos, la protección al medio ambiente es una causa de ocasión, situación que se demostró en la aplicación de vacunas. Era lo más justo ‒socialmente hablando‒ comenzar a aplicar las vacunas en los sitios de más alta marginación y vulnerabilidad, pero también era lo más justo ambientalmente hablando. 

Estos paradigmáticos hechos suscitados durante la pandemia han sido también una oportunidad para desenmascarar los intereses de una élite que se mira abandonada por el gobierno. En el fondo, no conciben cómo la adquisición de un servicio de salud ‒la vacuna‒ que nunca se les ha negado, ha sido primero para quienes más alto índice de mortalidad tienen ya que, combinado con las desventajas de vivir en un territorio alejado de la urbe, es la más clara intención de ver primero por quienes menos tienen. 

Sin duda, la deuda con los pueblos originarios de Milpa Alta no estará saldada en muchos años, pero queda la certeza de que el camino no es otro más que la justicia social. Por eso, muy a pesar de los conservadores, por el bien de todos, primero los pobres. 
 

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