En todo el mundo, y México no es la excepción, las mujeres hemos estado expuestas a múltiples formas de violencias y exclusiones, siendo relegadas del espacio público, es decir, allí donde se discute, se analiza, se confrontan ideas y, por supuesto, donde se toman las decisiones que nos impactan a todas, todos y todes.
Las mujeres que, por mérito propio y por el impulso colectivo de todas, logramos acceder a posiciones de poder nos encontramos siempre bajo un escrutinio implacable. Casi nunca se reconocen nuestras habilidades, conocimientos y experiencia, sino que se nos desdibuja afirmando que, para llegar, lo hicimos por ser “la esposa de”, “la amiga de” o “la amante de”.
La hostilidad que enfrentamos en sistemática: desde los permanentes cuestionamientos al estilo Sandra Cuevas: ¿quién es? ¿qué estudió?, ¿por qué alza la voz?, hasta las interrogantes sobre nuestros intereses, expectativas, opiniones, e incluso, nuestra apariencia.
Y entonces podemos preguntarnos: ¿qué hombres “públicos” deben responder cotidianamente esas preguntas?
Todo esto no solo afecta nuestra salud mental, sino que ademas limita nuestra capacidad de gestión, operación y organización.
Por ello, el amor propio y colectivo, como un acto político, se presenta como un escudo frente a un sistema que ha mercantilizado a las mujeres, reduciéndolas a sombras en la sociedad. La irrupción y expansión del movimiento feminista busca desmantelar estas narrativas, ofreciendo nuevas formas de relacionarnos con lo político, lo que es de todas, todos y todes, brindándonos la oportunidad de ser protagonistas de nuestro propios destinos.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de la República, no solo es un hito histórico, sino también un reflejo de una nueva cultura política, que trae consigo la transformación la vida pública de México.
El triunfo electoral de Claudia y del movimiento que ahora ella dirige, es el resultado de años de esfuerzos colectivos para que las mujeres puedan acceder a espacios que durante décadas nos fueron vetados.
Sin embargo, el desafío va más allá de su llegada al poder; se trata de desmantelar un sistema patriarcal que sigue controlando la estructuras sociales, políticas y económicas a todos niveles.
El feminismo, impulsando férreamente una política de cuidados, ha comenzado a trazar un nuevo camino para las mujeres en la vida pública. La política de cuidados no solo busca reivindicar el trabajo no remunerado de las mujeres, sino también exigir que la sociedad lo dignifique y lo compense.
En un contexto donde el trabajo de cuidado ha sido históricamente infravalorado, uno de los ejes transversales y prioritarios de la presidenta electa, que además de forma histórica ha puesto en marcha la Secretaria de la Mujer, por primera vez en la historia, con Citlalli Hernández como titular.
La política de izquierda en México, con su espíritu de justicia social, ha sido un terreno fértil para el avance de las mujeres en la vida pública. Sin embargo, el camino sigue siendo arduo. Las mujeres seguimos enfrentando el desafío de equilibrar nuestra vida personal con la política en una sociedad que exige ser perfectas en todos los aspectos, marcando muros y obstáculos para evitar que logremos cumplir metas personales y colectivas
A las batallas que damos por participar y protagonizar el espacio público, debemos sumar los machismos, misoginias, la impunidad, la brecha salarial, y las violencias estructurales que enfrentamos día a día, de la cual estamos destinadas.
Más profundamente, a pesar del triunfo de 2024, es nuestro deber seguir observando los obstáculos estructurales que forman parte de la realidad de millones de mujeres, y que se acentúa aún más a las niñas, adolescentes y mujeres adultas en situación de pobreza.
Se trata de un resultado de una larga y paciente lucha de las mujeres en todo el país, esfuerzo que debemos profundizar hasta lograr visibilizar el hecho de que las mujeres enfrentamos múltiples formas de opresión, y los feminismos en diversidad buscamos abordar estas injusticias desde una perspectiva de justicia social.
En última instancia, el feminismo, el amor propio y la política se entrelazan en un proceso de transformación que está forjando un nuevo México. Cada avance, cada victoria, es un paso hacia la justicia. Donde llega una, llegamos todas. Donde el poder no es un arma de dominación, sino una herramienta para el cambio. Y donde la justicia ya no es un sueño lejano, sino una realidad tangible para todas las mujeres mexicanas.
En esta nueva visión de México, el humanismo mexicano, se convierte en el faro que sostenemos las mujeres hacia un futuro donde el poder y la dignidad convergen, y las niñas cambian el sueño de ser princesas para ser presidentas.
Ahí entonces, todo habrá valido la pena.