La Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, mi alma mater, es una universidad federal cuya sede principal está en Saltillo. Es, para los que no la conozcan, similar a la Universidad Autónoma Chapingo: orientada al estudio del campo mexicano, con servicios asistenciales relativamente amplios (internados, comedor, transporte, becas) y una gran mayoría de estudiantes de origen campesino e indígena. Como tantos otros estudiantes, durante mi paso por mi querida universidad, pude constatar la potencia del neoliberalismo para ir penetrando en todos los aspectos de la vida universitaria, con mayor o menor éxito. Del mismo modo, y al igual que cientos o miles de estudiantes en todo el país, me formé políticamente en la lucha contra estas tendencias, y otras que vienen de otras fuentes, pero son igualmente nefastas: el autoritarismo priista, la antidemocracia, los sindicatos blancos, etc.
Pienso que a cualquiera que haya participado en las muy diversas luchas para detener estos procesos de las universidades públicas, le resultará sorprendente la reacción de un sector que puso el grito en el cielo por los señalamientos del Presidente López Obrador. Pero claro que hay una derechización y un avance de planteamientos neoliberales en las universidades públicas, precisamente contra ello hemos luchado. Puntualmente, ubico cuatro elementos centrales de estos procesos:
- La precarización de la actividad docente y la ruptura del espíritu gremial y asociativo que mucho tiempo imperó en las universidades, al dividir el salario en categorías muy diferenciadas entre sí, separar el salario base (casi siempre insuficiente) de estímulos internos o externos (SNI) que llevaron a que una buena parte de la planta docente se dedicara a buscar calificar en las condiciones para acceder a esos estímulos individualizados y se dejara de lado la lucha colectiva por mejores condiciones laborales para todos, además de que obliga a muchos a rechazar una jubilación en la que verían reducidos drásticamente sus ingresos
- La permanente amenaza a la gratuidad de la educación, así como la restricción de derechos y beneficios logrados por alumnas y alumnos, como es: el establecimiento o aumento de cuotas de ingreso, pago de exámenes, pagos de trámites, eliminación, restricción o abandono de servicios estudiantiles como el transporte, internado, comedor, etc. que se traducen en un avance palpable de la concepción de la educación como una mercancía y, además, amplían y exacerban inequidades sociales de origen
- La modificación paulatina de los planes de estudio para, en casi todas las carreras, empobrecer el contenido científico de la formación universitaria. En lo que respecta a mi Alma mater, se trató de un proceso no solo de reducir o eliminar toda reflexión social, económica o filosófica en las áreas técnicas o aplicadas sino que incluso orientar la formación a necesidades coyunturales del “mercado laboral”, lo que implicaba en muchos casos la eliminación de áreas completas de estudio en congruencia con un modelo que reclamaba más bien operarios de tecnologías diseñadas en el extranjero y capataces, que científicos e ingenieros críticos y con capacidades técnicas para plantear soluciones propias a nuestros problemas nacionales.
- La aparición de cursos de “emprendedurismo” directamente provenientes de la cultura empresarial y de la educación universitaria privada, lo que llevó a muchas universidades incluso a crear áreas especiales orientadas a ello, lo que contrasta con toda idea de formación universitaria encaminada a resolver problemas sociales antes que directamente buscar una suerte de ascenso social individual por medio de “hacerse empresario” (lo que, además, es rotundamente falso para la gran mayoría que lo intenta)
Estos cuatro aspectos, en mayor o menor medida, se aprecian en las universidades públicas en general de nuestro país, con particularidades y diferencias, obviamente. Pero hay que agregar otros que no se originan directamente de las propias universidades. La precarización del empleo, que llevó a la reducción en términos reales del salario mínimo y del salario industrial promedio durante todo el periodo neoliberal, también modificó indirectamente el perfil de ingreso a las universidades públicas, pues cada vez era más difícil para la clase trabajadora el mandar acceder a la universidad por barreras múltiples: la necesidad de trabajar para completar el gasto en el hogar, las incapacidad para asumir el pago de cuotas y gastos asociados a la educación, etc. De tal suerte que la composición estudiantil también, se advierte, ha venido cambiando, para concentrarse más y más en las llamadas “clases medias”.
Ante este escenario, el planteamiento del Presidente López Obrador no solo es pertinente en su crítica, sino que apunta al mecanismo para la transformación de la Universidad y la salida de esa penosa realidad: la lucha estudiantil, de académicos y trabajadores democráticos a lo largo y ancho del país. No solo es la postura de un demócrata, sino la de un hombre que entiende la magnitud del fenómeno. La Universidad, como el país a final de cuentas, no se transformará por la acción de un solo hombre. La Transformación es obra del Pueblo, es tarea de todos.