Como Heller y Fehér dictaron en su imponente testamento intelectual, Biopolítica, la polémica de la raza y del racismo está en lo que la modernidad quiso negar durante mucho tiempo: las cualidades corporales de los otros. La modernidad, esa gran enemiga de El Cuerpo, obvio las diferencias para subsumirlas dentro del imperio de la razón y la humanidad. El drama de la historia es que el cuerpo negado por una ilustración astigmática, resurgiría en forma descarnada ya no como la raza -un concepto animal social, en su sentido originario, la raza humana- sino a través de una categoría politizada al extremo: el racismo.
El racismo, o la política de la raza, surgió como una doctrina o ideología política que supone que el surgimiento de una formación social depende de la raza. Este racismo posterior a la Ilustración, supone que existe una raza superior cuyo destino es dirigir al género humano. El moderno racismo volvió a los orígenes de la humanidad sólo para regresar al presente a mostrar su delirio por el culto a la diferencia racial. Los inhumanos experimentos raciales ensayados en Australia a principios del siglo XX, da cuenta de ello. Pero sólo cuando el arianismo hecho mito se manifestó en La Solución Final, nadie se atrevió a volver a poner a la raza en el centro de un proyecto político de Nación.
Pero raza y racismo volverían a resurgir con más fuerza. La vuelta a el cuerpo tuvo que prescindir de los parámetros genéticos ostentados por el mito del arianismo y la jerarquización de razas que estuvo detrás de la doctrina del exterminio nazi para poder presentarse en la política. La Biopolítica posterior a la segunda mitad del siglo XX se inscribió en el contexto del constitucionalismo liberal, el sobreviviente doctrinario de la era del cataclismo mundial. El cuerpo sería negado una vez más dentro del marco del derecho público, los derechos humanos y de la categoría del ciudadano, ajustada a los modelos de democracia pluralista, bajo el supuesto de un- voto-un-ciudadano-anónimo, sin distinción o diferencia alguna tatuada en el cuerpo.
La modernidad post-ilustrada se encargaría de revivir la biopolítica al castigar toda diferencia hecha visible, aquello que se atreviese a salir del anonimato, en actitud excéntrica. La raza y toda marca corporal apareció entonces como lo exótico. El liberalismo, y la democracia aséptica, perderían toda capacidad para reconocer la nueva revuelta. La doctrina walzeriana de la tolerancia fue incapaz de comprender que la política de la raza tiene el objetivo de liberar al cuerpo de las ataduras formalistas, como las de la ciudadanía, que suponen desde el derecho público que todos somos iguales ante la ley, con independencia de nuestras marcas corporales. En su contra, la biopolítica exige que seamos considerados desiguales y que esta desigualdad sea la base para alcanzar la equidad en una sociedad, no sin riesgos que debemos señalar en toda política de la raza.
Rafael Morales. Analista político. Ha colaborado para El Economista y la Radio Nacional Argentina.
@Rafael Morales
Otros títulos del autor: