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Recordar y no olvidar: Campo Algodonero

En el marco del próximo 25N, cuando cada año las mujeres salimos a gritar fuerte “No más violencia contra las mujeres”, escribo este texto sobre Campo algodonero, para no olvidar lo que sucedió en Ciudad Juárez, Chihuahua. Hace un año estuve tres días en esa ciudad, y no había podido escribir este texto, porque me impactó a sobremanera que me hospedaran en un hotel precisamente en ese lugar.

Hace treinta años, esos eran terrenos donde se sembraba algodón y —donde igual que hoy— se instalaron cientos de maquiladoras a donde acudían miles de migrantes mujeres y hombres del centro y sur del país. Ahí sucedieron los asesinatos de mujeres que fueron denunciados ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y por los que hubo una sentencia contra México en noviembre de 2009, conocida como El Caso González y otras vs. México, conocido también como Campo Algodonero, que presentaron familiares de Laura Berenice Ramos Monarrez, Claudia Ivette González Banda y Esmeralda Herrera Monreal y cinco jóvenes más asesinadas. Esta sentencia fue definitiva e inapelable, en cumplimiento al artículo 67 de la Convención Americana sobre los Derechos Humanos.

La sentencia especificó que el Estado mexicano incumplió con su deber de investigar -y con ello su deber de garantizar- los derechos a la vida, la integridad personal y la libertad personal, consagrados en la Convención Americana (Pacto de San José) y falló en tomar las medidas apropiadas para sancionar a los agentes y oficiales encargados de la seguridad, así como en investigar efectivamente el aumento considerable de la violencia contra las mujeres por condición de género, al no someter a los autores de los crímenes ante la justicia ni imponerles castigos apropiados, ni asegurar reparaciones efectivas a las familias de las víctimas.

Como parte de dicha sentencia, se obligaba al gobierno mexicano a construir un memorial en el lugar donde se encontraron varios cuerpos de las mujeres asesinadas. Y esa fue mi mayor sorpresa, ya que, al llegar al hotel, era el atardecer, divisé algo por la ventana, pero no pude distinguir bien que era; sentí cierta ansiedad, aunque no pude explicarme de qué se trataba, quizá recordaba la presentación del libro sobre la sentencia realizada en Guadalajara, o quizá un evento al que me invitó la embajada norteamericana para hablar de los asesinatos de las mujeres en esa ciudad. Sin poder dormir bien, a la mañana siguiente desperté y lo primero que hice fue enfocar con el celular desde la ventana y me percaté de que eran unas cruces. Intuí que ahí habían sido asesinadas mujeres, porque cuando se pone una cruz, tiene esos motivos. Me impactó tanto que de nuevo esa noche no pude dormir.

Al siguiente día por la tarde, después de regresar del evento por el que estaba en la ciudad, al caminar por el pasillo del hotel, miré una construcción que no pude explicar qué era, aunque sobresalía. No había caminado por ahí, ya que el tráfico es muy intenso, no hay banquetas, ni ninguna tienda o algo que te haga caminar y disfrutar el ambiente. Entonces, pregunté a las chicas que atendían en la recepción qué era, y ellas medio desenfadadas me dijeron que era una construcción para las mujeres. Sin falta, al siguiente día en la mañana, fui hacia el lugar. Mi sorpresa fue darme cuenta de que era el memorial. Estaba solo, medio desierto y sentí cierto temor entrar, pero me animé. Estaba caminando, leyendo los murales que tenían escritos los nombres de las mujeres. Tomé algunas fotografías y, de repente, me sorprendió una voz detrás de mí. Era un joven como de 35 años, quien me dijo era el vigilante. Mientras él me animaba a entrar, sentí un escalofrío y decidí que sola no iba a ingresar hasta el final.

Por supuesto me invadió cierto miedo, estaba sola y estaba recordando que la sentencia decía que el Estado mexicano debía tomar las medidas necesarias para erradicar los estereotipos de género que “son la causa de la discriminación y la violencia de género en contra de las mujeres de Ciudad Juárez”. No sabía si el hombre era realmente el vigilante o no y si yo podía estar en riesgo físico. Tomé las fotos y salí del lugar.

Todavía esa noche dormía en el mismo hotel, no solo estaba nerviosa, sino ansiosa porque me parecía increíble que ahí donde varias mujeres habían sido asesinadas, se hubiera construido un hotel. Quizá la mayoría de la gente que se hospedaba no sabría de los hechos, pero yo sí.

Por la tarde fui al centro de la ciudad y al regresar en el taxi, el chofer me dice: “¡Ah! Está hospeda en ese hotel, ahí encontraron varios cuerpos de mujeres.” Por supuesto, me quería ir de ahí, salir y huir, pero viajaba al siguiente día por la mañana. Estaba sorprendida de cómo unos días antes del 25N23 había ido a parar ahí. Y ahora un año después escribo esto.

No puedo olvidar que la sentencia Campo Algodonero exhortaba a modificar y eliminar los patrones y prácticas en el sistema de justicia penal, que permitieron la perpetuación de la discriminación e impunidad de estos crímenes contra las mujeres. Esas prácticas omisas, permitieron que los feminicidios siguieran aconteciendo, lo que generó una cultura de impunidad.

Incluso cuando esta sentencia fue muy importante, lo cierto es que los derechos humanos de las mujeres se siguen violentando. Aún demandamos vivir libres de violencia y es que, si las violencias contra las mujeres no son erradicadas, no podemos hablar de que vivimos en una sociedad democrática. Por supuesto, el gran reto de las recomendaciones, que estuvieron dirigidas a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial se deben cumplir a cabalidad.

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