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Reflexión en torno al Reino Unido y Francia

Nos ha tomado por sorpresa lo sucedido en días pasados en el Reino Unido y Francia, nada más y nada menos que dos países potencia y líderes de la región europea, pues en ambos casos ha habido elecciones generales para elegir Parlamento y Asamblea Nacional cuyo resultado es un viraje al progresismo otorgado por los electores, con los matices que se le puedan aplicar.

Por el lado del Reino Unido, han sido elecciones contundentes las que han colocado al Partido Laborista de Keir Starmer como el que conformará el Gobierno de Su Real Majestad, al quedarse con una mayoría aplastante en la Cámara de los Comunes con 421 escaños de 650, dejando en un muy alejado segundo lugar al Partido Conservador con 121 escaños. Una derrota muy sonada, pues pierden de una manera importante presencia territorial y les retira del gobierno que encabezaron por 14 años consecutivos desde David Cameron, pasando por el polémico Boris Johnson hasta el sutil y desinteresado Rishi Sunak y la estrambótica decisión de separarse de la Unión Europea a través del llamado Brexit, concretado apenas en 2020.

En Francia, por ejemplo, el pasado 30 de junio en la primera vuelta de las elecciones a la Asamblea Nacional, la ultraderecha encabezada por Marine Le Pen  obtuvo una victoria importante, sin embargo en el ballotage o segunda vuelta (dónde no se logró el 50% + 1 de los votos), surgió como entre las cenizas una coalición de izquierdas encabezada por La Francia Insumisa, El Partido Socialista, El Partido Comunista de Francia y los Ecologistas llamada el Nuevo Frente Popular, que se hizo con alrededor de 182 de 577 escaños, colocándolos como el enano más grande en la Asamblea Nacional, dejando al partido de Emmanuel Macron y aliados en segundo lugar con 163 escaños y a la Agrupación Nacional ultraderechista con 143.

En ambos casos sucedió algo interesante, y no precisamente el viraje hacia el progresismo o la izquierda, sino que, en estas latitudes, el dominio tradicional de los partidos políticos está quedando en el anacronismo y se configura una nueva realidad dónde crecen otras opciones políticas y éstas mismas se colocan en los extremos ideológicos. Hay discursos más radicales del ala izquierda, pero también unos más de la derecha.

Pese al resultado favorable para el progresismo hay un consistente crecimiento de las opciones ultras de derechas, las cuales cargan con narrativas acercadas a los fascismos de los años 30 del siglo XX. En Francia es muy claro que la Agrupación Nacional de Le Pen obtiene mayores espacios y se prepara para la elección Presidencial de 2027. En Inglaterra, la derrota Conservadora se explica por su propio desgaste; sin embargo, el voto Conservador derivó en darle presencia (pequeña), pero simbólica al partido de reciente creación Reform UK, cuyo líder Nigel Farage no pasa por alto las políticas anti migratorias y nacional populistas.

Tal vez, lo que suceda del otro lado del charco no sea excepcional, sino sintomático, al igual de lo que sucede en México y en diversas partes de América, o incluso cuando Donal Trump fue electo presidente de los Estados Unidos, pues existe una tendencia en quebrar al statu quo o por lo menos proporcionar un aire diverso a los sistemas políticos y la forma en que venían operando.

Es decir, hay un reclamo social y popular hacia la clase gobernante tradicional, y en las democracias se opta por dar virajes “radicales” en la medida que lo permitan los sistemas; pues es la vía común para cambiar a los gobiernos. Y menciono en la medida que se permita, pues como tal no han sido partidos o vías antisistema las que ganan, pero sí políticos y movimientos que denuncian que el sistema, como funciona, no lo hace bien y que pasa por alto las necesidades de la gente.

Volvemos a las viejas discusiones políticas, dónde el centro del discurso es el rumbo de las naciones, sus sistemas internos. Los replanteamientos político-ideológicos cobran importancia a la hora de pronunciarse electoralmente y la era de la política monotemática y pro-establishment está pasando por aguas, dejando en el vacío al maridaje de la Democracia Liberal + Capitalismo como el mejor estadio que puede tener el ser humano civilizado en el Siglo XXI.

Cobra importancia el papel del Estado en la economía, aparecen guerras, se discute el sentido de los sistemas financieros, se hace hincapié en la formulación de la riqueza, y la redistribución de esta, los programas de renta mínima o básica suelen ser insuficientes, los salarios son de discusión pública, y la lista puede continuar. ¿Será que entramos en la era dónde los extremos se vuelvan a topar?

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