Pluma Patriótica

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Reflexiones de una boda

Para mí, una boda —por supuesto que civil, porque al ser ateo (y además homosexual) no encajo en ninguna grey de religión alguna— es un acto de la consumación de la relación entre de una pareja que mutuamente se debe resguardo, lealtad, protección, cobijo, etcétera. Al ser meramente la firma de un papel, no se necesita más que dos contrayentes que deseen casarse para hacerlo. Obviamente, mi visión de una boda ideal —como la que tuve yo— puede sobrevenir como extravagante para la mayoría. Pero la mía sí fue la boda de mis sueños, ya que hace 11 años, después de 11 de relación, decidimos casarnos Arturo y yo, sin nada de la parafernalia usual para quedar bien con nadie, ni con la familia más cercana ni con los amigos y colegas más queridos: fuimos al registro civil los dos solos, firmamos, lloramos al escuchar el emotivo discurso del juez y al reconocer la trascendencia de la ceremonia y de la formalización civil de la unión de nuestras vidas. Después, nos fuimos a comer un gran banquete en un puesto de quesadillas sentados en sendos tambos de pinturas Comex de 20 litros. Todo fue ideal para nosotros. De cualquier forma, juntos estábamos 11 años antes de casados y juntos seguimos 11 después.

No todo mundo debe querer casarse así, ni todo mundo debe casarse de la manera opuesta. Cada uno o una se casa con quien quiere, con quien puede y como puede. Sin más.

Pero alguien que está en el servicio público —en un país donde se ha acostumbrado a lo oneroso, a lo ostentoso y a lo superfluo por parte de las clases “acomodadas” con tal de salir en “Hola” y ser admirados, envidiados y reconocidos socialmente por sus congéneres, amigos, parientes y por la gente de “sociedad” — debe comportarse con todo cuidado ante cualquier situación que dé a mal pensar. En la boda de Santiago Nieto y Carla Humphrey, estoy seguro de que no fue tanto el aparente ostento lo que provocó la reacción adversa que hubiera desatado la destitución de Nieto Castillo —porque al parecer, escuchado de varios testimonios, no hubo tal ostentación—. Casarse en Guatemala no es tan caro como casarse en México y más a la usanza de las clases altas. Además, quiero creer —por el infinito respeto y admiración que le tengo a Nieto— que, por razones emocionales y profundas como las que se han declarado, su boda en Guatemala fue básicamente por remembrar el lugar donde murió su madre —dicho por él mismo y otros como Jaime Cárdenas en entrevista—. Lo más certero es aceptar que todo el malestar institucional y social provino al enterarse de quiénes fueron algunos de los invitados, porque han sido enemigos declarados del Presidente y de su proyecto, o exfuncionarios que, aparentemente, tienen mucha cola que les pisen. Además, no fue para menos todo el desconcierto de la opinión pública que se suscitó después de la noticia del avión privado donde se hallaron los ya consabidos 35000 dólares en efectivo y donde, aparte de la ya —con toda razón— depuesta Secretaria de Turismo de la CDMX, Paola Félix Díaz, viajaba uno de los más severos críticos del Presidente, dueño de El Universal, Juan Francisco Ealy Ortíz.

Ese desconcierto de los ciudadanos como yo es no otra cosa más que el miedo y sinsabor de la población a tener más de lo mismo que en sexenios anteriores. En ellos, sabíamos que, aunque un funcionario público era enemigo acérrimo y declaraba pestes y horrores de otro, al final del día los captaban tomándose una copa o cenando juntos cual grandes y entrañables amigos. O eran precisamente invitados a las bodas de sus hijos o de ellos mismos.

Eso nos dio siempre una enorme desconfianza, por mucho que se nos diga que así puede ser en la política. Crecimos con incredulidad y desconfianza descomunales e infinitas hacia todo lo que implicase la palabra “autoridad”, producto de la consubstancial e inherente corrupción institucionalizada a la que desde el poder estábamos acostumbrados —y resignados—  en sexenios pasados. Aunque sepamos que el Presidente López Obrador, con toda su integridad y honestidad irreprochables, esté tratando a toda costa de frenar ese maligno cáncer de la corrupción a nivel nacional —e internacional, después de su memorable discurso la semana pasada ante el Consejo de Seguridad de la ONU— vemos aún con tristeza que hay muchos sectores de la población que se resisten al cambio de estos hábitos. Eso es lo que duele, que aunque tengamos en Santiago Nieto a un paladín de la lucha contra la corrupción en quien en verdad creemos, sea él quien, con algunos invitados a su boda —invitados por cualquiera de los novios—ocasionó una especie de pesadilla de la que aún, ciudadanos como yo, nos está costando y con mucho dolor despertar.

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