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Reggaetón y gentrificación

Hace unos días, estaba con Didi (la menor de mis hermanas) escuchando música —la que gusta esta generación— y me puso una canción. «Es la nueva de Bad Bunny», exclamó con el tono de una conocedora. La melodía se llama “Lo que le pasó a Hawaii”, y la letra cuenta algo así “…quieren quitarme el río y también la playa; quieren al barrio mío y que abuelita se vaya…”. El ritmo y la manera de interpretarla inevitablemente te invita a atender a la letra, en la que podrías —o no— advertir algún mensaje, aunque también solo disfrutarla. Lo cierto es que nos pareció que el cantante revela una clara denuncia sobre los procesos de gentrificación que vive su natal Puerto Rico.

Sin embargo, dicha problemática no es exclusiva de sitios paradisiacos, pues ahora también ha permeado en urbes como la Ciudad de México, donde cada vez es más común encontrar extranjeros radicando en colonias que por años mantuvieron un alto nivel de vida dentro de la economía local; incluso están al interior de la república, en ciudades icónicas del país, como San Miguel de Allende, Guanajuato, San José del Cabo, Baja California Sur o Mazatlán, Sinaloa, por citar algunas.

Antes de profundizar, les platico que la RAE define la gentrificación como: “un proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de sus habitantes”. Esto ocasiona el aumento en los costos de vida, así como una significativa pérdida cultural, dada la estancia de nuevos residentes con mayores ingresos que la población originaria.

Lo preocupante de esto que narro es el fenómeno de la migración, entendiéndola como la salida de personas de sus lugares natales en búsqueda de mejores condiciones de vida y trabajo —como el caso de los nómadas digitales, que son profesionistas que realizan sus actividades de forma remota desde su casa o cafeterías—.

En la Ciudad de México, particularmente en colonias como Polanco, Condesa o Roma, por mencionar algunas, encontramos presencia extranjera proveniente de Estados Unidos, Canadá o Europa, Se trata de personas que, muchas veces, llegan a nuestro país a disfrutar de su etapa jubilatoria. Y aunque todos los pueblos son bienvenidos a México, dicha estancia permanente ha generado un encarecimiento en los precios de la vivienda y alimentos, en virtud de que los ingresos económicos de la nueva población son significativamente mayores a aquellos de los nacionales; además, ponen de manifiesto el cambio cultural, pues a menudo se nota publicidad en inglés.

La consecuencia de estos sucesos ha sido que los antiguos habitantes se desplacen a lugares con mayor marginación —periferia—, por la incapacidad de mantener los nuevos costos de la vida; mientras las personas migrantes estadounidenses o europeas se quedan en las zonas céntricas de la capital del país.

Mientras tanto, la buena noticia es que nuestra Presidenta está tomando medidas en materia de vivienda. Desarrollo: en días pasados, presentó el “Programa de Vivienda y Regularización”, a través del cual se construirá aproximadamente un millón de viviendas y se entregará un millón de escrituras, con la finalidad de apoyar particularmente a poblaciones vulnerables —como mujeres jefas de familia, jóvenes, población indígena y adultos mayores— en el acceso a este derecho. Estos grupos vulnerables se ven más afectados por las consecuencias de la gentrificación que cada día genera sea más difícil el tener un techo en unidades habitacionales cerca de sus trabajos.

Lo anterior es con apoyo de las instituciones del Estado —INFONAVIT y CONAVI—; de tal suerte que habrá subsidios, plazos y monto razonables de pago, otorgados de acuerdo con los perfiles que arrojen los estudios socioeconómicos.

Esta medida humanista busca confortar en alguno de sus extremos las preocupaciones de las familias mexicanas, que —a lo largo de su vida, e incluso, desarrollo laboral— no han logrado establecerse en un hogar permanente ni asegurado estabilidad en ese rubro. Son núcleos parentales que a veces están integrados hasta por cuatro generaciones, sin que ninguna persona integrante haya logrado acceder a vivienda propia y —en muchos casos— digna.

Ahora, con relación al fenómeno narrado al inicio, aunque ahora mismo es controvertible decir si recibir las divisas extranjeras nos beneficia o si —por el contrario— esa plusvalía general desplaza ilegítimamente a nuestras y nuestros connacionales, es oportuno difundir que tales proyectos nacionales resguardan derechos colectivos fundamentales de la sociedad mexicana. sentando las bases para que las nuevas generaciones accedan a un patrimonio propio.

Pero, de eso, les quiero contar en la próxima entrega, así que esta historia continuará…

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