Entre la libertad y la dignidad

Es característico de nuestro tiempo el ningunear el rechazo a la pornografía desde una falsa asepsia. El feminismo liberal, pretendidamente progresista, cree tener una posición «técnica y neutral» ajena a la moral; y desde ahí señala a correctas y puritanas a placer. 

Este método es criticable porque, en realidad, la neutralidad es un mito en política. Todas y todos damos opiniones partiendo de un sistema de valores predeterminado, seamos conscientes de ello o no. Cuando defendemos nuestras ideas como neutrales, sólo las estamos escondiendo detrás de un sentido común que las hace parecer neutrales sólo porque son muy compartidas (y no necesariamente ciertas o «mejores»). Es el tibio truco de esconderse detrás de la hegemonía para hacer prevalecer, a la mala, nociones propias. 

Basta con despegarse un poco de la tribu para reconocer, por tanto, que todas tenemos una moral y que desde ahí emprendemos acciones políticas. Esto incluye a las liberales que, sabiéndolo o no, priorizan siempre a la libertad individual de unas cuantas por encima de la dignidad, el trabajo digno, el ingreso remunerador y el derecho a la no discriminación de muchas. 

Cuando, en cambio, se priorizan estos últimos valores, es fácil ver que la pornografía es uno de los instrumentos de opresión patriarcal más arraigados en la historia, con consecuencias devastadoras.

La base de la pornografía es el control violento que sólo se hace pasar por instrumento de deseo, o por un «trabajo», para apropiarse de los cuerpos femeninos. Si, en efecto, el feminismo es la causa por la liberación de las mujeres, no hay cabida para la pornografía en el mismo. 

El debate importante no es sobre si las personas, en su mayoría hombres, tienen derecho a ver pornografía en redes de internet públicas. Tampoco es sobre si las mujeres podemos o no hacer lo que queramos con nuestros cuerpos; ni si es posible destruir al porno “patriarcal” para construir un nuevo porno “feminista”. La discusión real, si la liberación es realmente la meta, es sobre cómo abolir una industria monstruosa que genera ganancias billonarias a costa de vidas humanas. El negocio no puede estar por encima de las personas. Y no es que esta postura sea moral y la otra no; es que ésta es honesta con su preferencia por la dignidad sobre el negocio y sobre la libertad egoísta. A veces, trágica existencia, no se puede tener todo, y hay que ponderar.

Al respecto, debemos ser implacables. Se deben exigir políticas públicas que atiendan los problemas estructurales que la pornografía genera, como la trata de personas, la misoginia normalizada y la violencia contra las mujeres en múltiples niveles; además de afectar negativamente la salud emocional y cognitiva y las relaciones sexoafectivas de quien la consume. 

Debemos exigir la integración de educación sexual en todas las escuelas de todos los niveles, porque la pornografía es el único referente de educación sexual que se tiene. De manera histórica la educación sexual se ha transmitido a través de la pornografía, y se pone peor en el presente hiperconectado, en donde niñas y niños de tan sólo siete años tienen acceso a ver pornografía con un solo clic. 

Las feministas exigimos educación que incluya entendimientos saludables sobre sexualidad, orientación sexual, derechos sexuales, derechos reproductivos y experiencias sexuales seguras, libres de coerción, discriminación y violencia. Básicamente, una educación liberadora que cultive la idea radical de que las mujeres son personas y no mercancías.

El análisis argumentativo para acallar las voces en contra de esta industria de muerte se basa en la egoísta predilección por la libertad individual en todo momento. Cuando se tienen otras preferencias, es claro que en la base de la pornografía sólo hay un elemental y milenario odio hacia las mujeres.

Sandra Barrón. Activista y feminista radical,
maestra en diseño estratégico en innovación
por la Universidad Iberoamericana.

Twitter: @feministsan

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