Hacia la abolición de la prostitución

La bancada de Morena en el Congreso de la Ciudad de México anunció recientemente que impulsará la regulación del llamado trabajo sexual en la capital del país. Con ello abren una discusión cuyo centro debe ser siempre el bienestar de las mujeres y niñas.

Este tema divide al feminismo. Por un lado, las compañeras regulacionistas consideran que la prostitución es un trabajo que, como cualquier otro, tiene su componente explotador, pues pone el cuerpo a disposición de la patronal para la generación de plusvalía y salario mediante actos sexuales. No es una transacción rebosante de consentimiento pero ¿cuál transacción laboral de hecho lo es? En esto tienen un punto.

Sin embargo, las abolicionistas tenemos claro que hay de explotaciones a explotaciones. La prostitución, a diferencia de las actividades laborales, está condicionada directamente no sólo por las dinámicas opresoras del capitalismo, sino también por las del patriarcado; que además de ser distintas a las del primero también le preceden. Como han apuntado varias compañeras teóricas feministas, Marx se equivocó al pensar que el origen de la fuerza trabajadora está en las mismas mercancías consumidas por sus productores. El origen está en todo el trabajo de cuidados —no remunerado, por cierto— que le permite a la clase obrera recuperarse y llevar su renovada fuerza laboral a calles, fábricas y oficinas.

De la misma forma, el origen de la prostitución no está en la mera búsqueda y disposición de valor económico en un mercado particular. No es, pues, una mercancía más. La prostitución descansa sobre un deber del rol femenino: el proveer cuidados. Bajo el patriarcado, es nuestra obligación procurar la restauración masculina, y eso incluye el sosiego de los deseos sexuales. Sólo después de distribuir estos roles sexuales puede entenderse la construcción de un mercado en el que las proveedoras son, por mucho, mayoritariamente mujeres; y los consumidores mayoritariamente varones. En esto el capitalismo abreva del patriarcado y no al revés.

El argumento regulacionista tendrá razón en un mundo oprimido sólo por el capitalismo. Pero si algo no podemos hacer como feministas es obviar la existencia y dinámica del otro gran opresor: el patriarcado.

Sin duda habrá casos excepcionales de mujeres que logran enfrentar al capital y obtener de la prostitución el salario digno que todas y todos buscamos porque ya han vencido a su reducto de patriarcado individual y acuden a sus labores con vocación. A ellas, todo el reconocimiento de sus derechos. Yo, sin embargo, prefiero enfocar mis esfuerzos en esa gran mayoría silenciosa de mujeres de quienes se siguen esperando cuidados obligatorios en forma de actos sexuales, al grado de construir toda una red de trata, miseria y explotación.

Es a ellas, a las que todavía se enfrentan a las grandes estructuras, a quienes creo que debemos darles nuestra sorora prioridad, asegurando un contexto que prohíba el consumo y no la oferta. Al final, ¿cómo es que en un tema de opresión solemos hablar tan poco de los opresores; cínicos portadores de privilegios milenarios?

Sandra Barrón. Activista feminista radical, maestra en diseño estratégico
en innovación por la Universidad Iberoamericana. 

Twitter: @feministsan

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