El retiro de la vida pública de José Mujica en Uruguay y Andrés Manuel López Obrador en México marca una etapa significativa en la historia reciente de la izquierda latinoamericana. Ambos líderes, cuya presencia política definió un cambio de paradigma en sus respectivos países, comparten un legado que va más allá de sus gestiones: representan principios de justicia social y compromiso ético que han resonado profundamente en las sociedades que lideraron.
José Mujica, expresidente de Uruguay (2010-2015), exguerrillero y expreso político, es ampliamente conocido por su estilo de vida austero y su enfoque pragmático y humanista hacia el gobierno. A los 89 años y afectado por el cáncer de esófago, Mujica parece haber emitido lo que él mismo denomina su «último voto». Este gesto, un acto de resiliencia y amor a la democracia, evidencia su compromiso hasta el final con el pueblo uruguayo y sus ideales de cambio y justicia. Su influencia en la política uruguaya sigue viva: el pasado domingo 27 de octubre, su correligionario Yamandú Orsi, del Frente Amplio de izquierda y cercano a Mujica, que va a la segunda vuelta el 24 de noviembre como el candidato más votado de la primera vuelta, renovando la esperanza en los valores izquierdistas que ambos comparten.
Andrés Manuel López Obrador, quien recientemente entregó la presidencia de México a su sucesora, Claudia Sheinbaum, también deja una marca indeleble. López Obrador simbolizó una renovación en la política mexicana, impulsando la «Cuarta Transformación», que puso en primer plano valores como la honestidad y la soberanía nacional. Su retirada, en la cúspide de su popularidad, abre una nueva etapa para la izquierda mexicana y deja la promesa de una nación más igualitaria.
Ambos líderes han dejado una huella única, representando valores fundamentales en la construcción de una izquierda comprometida con sus sociedades. Mujica encarnó una política de austeridad que trascendió las palabras: vivió en una pequeña granja, donaba la mayor parte de su salario y optó por un estilo de vida que rechazaba el consumismo, como reflejo de su creencia en una vida simple y en la empatía con quienes menos tienen. Su gobierno fue un ejemplo de justicia social en acción, logrando avances importantes en educación, equidad de género y regulación de sectores como el cannabis y el matrimonio igualitario, que ubicaron a Uruguay como un referente progresista en el continente.
López Obrador, por su parte, asumió el liderazgo en México con la premisa de devolverle al país su soberanía, tanto económica como política, y de erradicar la corrupción, que él consideraba uno de los principales males que socavaban el bienestar de la nación. Con una visión de justicia social profundamente arraigada buscó hacer de su mandato un parteaguas en la lucha por la igualdad. Reformas en sectores estratégicos, mejoras en los salarios y condiciones laborales, programas sociales ampliados y la creación de nuevas instituciones públicas son parte de su legado, encaminado a construir una base para un México más justo e incluyente.
Con el retiro de Mujica y López Obrador, América Latina se encuentra en una encrucijada para definir el futuro del progresismo en la región. La «estafeta» que ambos líderes dejan a sus sucesores no es sólo una serie de políticas, sino un conjunto de valores que reflejan una nueva ética política. Mujica y López Obrador recordaron a la izquierda latinoamericana la importancia de la coherencia entre la vida pública y la privada, y de la empatía y la austeridad como medios para conectar profundamente con las y los ciudadanos.
En la nueva generación de líderes, algunos retoman estos principios, adaptándolos a sus realidades nacionales. La izquierda latinoamericana tiene el desafío de mantener vivo el espíritu de justicia, honestidad y sencillez que ambos encarnaron, buscando siempre nuevas formas de conectar con sus pueblos y de enfrentar las demandas cambiantes de una región en constante transformación.
El legado de Mujica y López Obrador no concluye con su retiro; su influencia se mantiene viva en cada joven que se inspira en su ejemplo y en cada proyecto que busca consolidar un cambio profundo. En última instancia, la gran lección que ambos líderes dejan es que el progreso y la justicia social no son metas alcanzables en un solo mandato; son proyectos de vida que requieren compromiso, perseverancia y la creencia genuina en la transformación social.
Como bien dijo Mujica: “La política es la lucha por la felicidad de todos”, una máxima que complementa el ideal de López Obrador cuando afirma: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Con estas frases, el mensaje de ambos líderes resuena y marca un camino para la izquierda en América Latina.