Ciudad de México a 15 junio, 2025, 21: 30 hora del centro.
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“Si el poeta eres tú”

“Si el poeta eres tú, como dijo el poeta,
y el que ha tumbado estrellas en mil noches
de lluvias coloridas, eres tú…
¿qué puedo yo cantarte, Comandante?”

Te vas sin ruido, como viviste. Sin ceremonia, sin alarde, sin permiso. Pero aquí te quedas, sembrado en la memoria de un continente que alguna vez soñó despierto, y que, contigo, entendió que la política podía tener el rostro de la ternura.

En las páginas de esta interminable historia, llamada vida, hubo un capítulo, no tan lejano, de una honestidad descalza caminando por los caminos del sur, Uruguay, para ser exactos, caminando con la convicción de quien nace con los pies en la tierra y los ojos en el cielo. Tenía voz pausada, ropa sencilla y un corazón endurecido por la cárcel, pero intacto en su fe por el ser humano. José Mujica.

Su historia no se cuenta como la de los próceres, sino como la de los hombres sabios que contemplaron, y después, cuando fue necesario, hablaron.

Fue guerrillero por convicción, preso por consecuencia, y presidente por deber. Pero fue libre siempre, porque jamás se sometió al odio ni a la codicia. Vivió con lo justo; gobernó con lo necesario, y nunca permitió que lo extraordinario se le subiera a la cabeza. El poder pasó por él sin dejar rastro, pero sí un brillo y una luz que hasta hoy nos alumbran.

No le interesaron los palacios ni los retratos oficiales, porque sabía que un discurso pronunciado sin alma vale mucho menos que un silencio lleno de dignidad. A cada exceso, le opuso una renuncia; a cada privilegio, una causa; y a cada adulación, una carcajada.

“¿Qué puedo yo dejarte, Comandante,
que no sea cambiar mi guitarra por tu suerte
o negarle una canción al sol o morir sin amor?”

Cambiar la guitarra por su suerte, es colgar el aplauso para levantar la herramienta, o, mejor aún, lanzar cantos con semillas, para sembrar su nombre en la fértil tierra del tiempo. Negarle una canción al sol, es renunciar a la belleza si no transforma. Y morir sin amor, es vivir sin haber creído jamás en lo humano; en la conmovida lágrima que brota de ver materializada la lucha por la verdad, la dignidad y el amor.

Mujica no fue perfecto, y esa fue, quizá, su mayor enseñanza: la coherencia no exige pureza, sino coraje para no traicionarse. Dejó claro que la política no es el arte de fingir, sino de servir; que el liderazgo no se hereda ni se impone, sino que se construye cada día con actos sencillos y una mirada limpia.

Su vida fue un acto de resistencia ética en medio del espectáculo del poder; y esa forma de estar en el mundo no hay manera de fingirla; solo se recuerda, se honra y, no se si con éxito, pero, algunas veces, se intenta imitar. Hay vidas que no iluminan por contar historias fantásticas u obras titánicas, sino por nunca haber dejado de ser humanas. ¿Qué más podría el mundo contar si no un día cantarle su vida a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos? Que no nos herede el pedestal, sino la costumbre de hablar bajito y vivir con grandeza.

Hasta siempre, Comandante bondadoso.

Hasta siempre, Presidente humano.

¿Y qué podemos cantarte, Pepe,
si el poeta eres tú?
Hasta siempre, maestro José “Pepe” Mujica.

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