Han pasado ya 5 meses desde que se desató la ola de violencia en Culiacán, una ola visible y narrativamente caótica, ha sido palpable por el color que generan los hechos delictivos, la cobertura mediática que ha tenido en todo el país y por supuesto, la politización de la violencia.
Pero Sinaloa es un estado fuerte, se dice que nos caracterizamos por nuestro tono de voz y nuestra actitud «recia» y hasta confrontativa —por algo ha de ser— se volvió costumbre andar en la quema, envalentonarse ante la violencia cultural con la que nacemos, andar «al tiro», «alterado», «alucín», bien «fierro pariente».
Esa fortaleza, nos ha servido para defendernos viviendo en el ruedo, sabemos muy bien que vecino, que «pariente», que negocio, quien y quienes han tenido nexos con los que son hoy generadores de violencia, el sinaloense lo huele, lo percibe, nace con ese sentido innato para identificarlo, para protegerse de esa persona y para adoptar esa posición de alerta, esa que nos pone a la «defensiva».
Sin embargo, tampoco lo romantizamos, sabemos que existe una especie de corresponsabilidad de lo que sucede, algunos otros más hipócritas no, que teniendo el generador de violencia en casa o habiendo hecho tratos con ellos, exigen que les resuelvan sus problemas, es cuestión de ética también.
Sobre todo, tenemos en cuenta que la violencia es tan estructural que se ha normalizado en sus diferentes tipos y manifestaciones, que no distinguimos a veces, la situación de violencia o inclusive las replicamos por desconocimiento de ello.
Este cúmulo de escenarios que vivimos desde el núcleo familiar y nos atrapa hasta hoy en la sociedad de la que somos parte, nos hace ser como somos, nos estereotipa como Sinaloenses culturalmente inmersos en la violencia.
Aunado a ello, la «braveza» que nos caracteriza, nos ha preparado para estos escenarios, hemos sido resilientes, con la capacidad de adaptarnos ante estos espacios tan adversos para generar resultados positivos. También eso somos.
Jamás hemos perdido la esperanza de que todo vuelva a ser mejor que antes, nos mantenemos de pie, pero también reflexionamos sobre nuestra corresponsabilidad, o deberíamos de hacerlo.
Es innegable ver que existen resultados en seguridad en el estado, pero también sabemos que no ha sido suficiente, ¿cómo va a ser suficiente con un problema que lleva décadas y del cuál hemos sido permisivos? No podemos tapar el sol con un dedo de que no sabíamos nada, pero tampoco podemos negar que el Estado, está combatiendo el problema desde la perspectiva de garantizar seguridad y acabar con los grupos delictivos.
¿Y desde la cultura? Bueno, ahí entramos nosotros. Porque el daño no es solo con quien padece el problema, ya no podemos decir «Es que si no andas enredado no te toca» porque el problema ya es colectivo, afecta a todos los grupos etarios, a las infancias, a las estudiantes, a los adultos mayores, a todos ellos que no «andan mal», pero que hoy son parte de la estadística.