En agosto de 1994, en el poblado tojolabal de Guadalupe Tepeyac, Chiapas, en medio de la selva Lacandona, se levantó un gigantesco foro de madera para recibir a más de 6000 personas convocados por el EZLN a la Convención Nacional Democrática, concebida como opción política para apoyar su propia propuesta de organizar una nueva Constituyente, y como camino para ratificar durante sus sesiones que un gobierno de transición solo podía lograse por la vía electoral.
Una nueva Convención Nacional Democrática se realizó en agosto de 2006 en el zócalo de la Ciudad de México, con miles de asistentes convocados por Andrés Manuel López Obrador, después de haberse consumado un nuevo fraude en las elecciones presidenciales, legitimado por las élites y sus personeros; la confluencia de todas las fuerzas opositoras al régimen espurio que se instauró volvió a optar por la organización y la vía electoral como estrategia de lucha.
Ambos acontecimientos, aparentemente distantes, se inspiran en uno de los episodios más brillantes y esperanzadores de nuestra historia política nacional: la Soberana Convención Revolucionaria realizada en la ciudad de Aguascalientes en 1914. En el punto álgido de la lucha revolucionaria, después de la derrota definitiva con la Toma de Zacatecas de la usurpación encabezada por Victoriano Huerta, más allá de sus diferencias programáticas e ideológicas, las principales fuerzas revolucionarias lograron dialogar y alcanzar acuerdos básicos ante los graves problemas nacionales.
La Convención Revolucionaria, que se llevó a cabo en el Teatro Morelos, demostró a la luz de la historia, que sí existía un Proyecto de Nación edificado y proclamado desde el México profundo levantado en armas, representado principalmente por la División del Norte de Francisco Villa y el Ejército Libertador del Sur de Emiliano Zapata. En los días subsecuentes a este encuentro, y producto de los acuerdos ahí alcanzados, los principales dirigentes revolucionarios entraron triunfantes a Palacio Nacional, donde renunciaron a tomar directamente el poder para ceder la autoridad a los representantes de la Soberana Convención, pues su lucha no era por intereses personales o facciosos sino por los derechos sociales para todos los mexicanos, tal como se expresó en las sesiones de la Convención de Aguascalientes.
El mismo Francisco Villa se presentó personalmente en el Teatro Morelos de Aguascalientes y, según el testimonio de Martín Luis Guzmán, ahí el general expresó interpelando a la responsabilidad histórica de los presentes:
“Compañeritos, señores generales y oficiales… yo, señores, no pido nada para mí, no quiero que nada venga en beneficio de mi persona… en manos de ustedes está el futuro de la patria está el destino de todos nosotros los mexicanos, y si eso se pierde, sobre la conciencia de ustedes, que son personas de leyes y de saber, pesará toda la responsabilidad”.
La Convención de Aguascalientes fue un momento cargado de utopías para el porvenir; el mismo Álvaro Obregón pidió que los jefes revolucionarios firmasen en una bandera mexicana el compromiso de acatar las resoluciones de la Convención. Ahí hizo lo propio otro gran general revolucionario: Felipe Ángeles, aquel visionario que, formado en la academia militar del régimen porfirista, supo leer su lugar en los acontecimientos históricos, y actuó con gran patriotismo al no avalar el golpe del sátrapa Huerta contra el Presidente Madero, y después al poner toda su experiencia con total humildad y convicción al servicio de la causa revolucionaria y en especial de la División del Norte villista, lograron la completa rendición del ejército federal porfirista.
Durante las sesiones de trabajo de la Convención de Aguascalientes, los generales armados le dieron la palabra a todas las voces civiles que militaron para revertir el golpe de estado, en un primer ensayo para discutir las principales problemáticas que provocaron el estallido revolucionario y poder planificar las reformas que eran necesarias para subvertir el orden económico, social y político que se había heredado del porfiriato. Si bien este gran esfuerzo de conciliación política y de discusión colectiva sobre los grandes problemas nacionales resultaba inédito para todos los mexicanos, fue trastocado por el mismo jefe del constitucionalismo, Venustiano Carranza, quien supo captar que este ejercicio ponía en cuestión la autoridad que la guerra le había conferido. El fracaso de esta iniciativa política significó el inicio de la etapa más sangrienta de nuestra revolución cuando la guerra fratricida enfrentó a los antiguos aliados revolucionarios.
No obstante la traición de Carranza, en los derechos sociales que terminó de reconocer la Constitución de 1917 que él mismo promulgó, como en nuestras principales instituciones y leyes, se advierte el legado de las mejores aspiraciones de quienes dejaron su sangre en los campos de batalla, por ello, en la lucha de transformación que hoy en día respaldan pacíficamente millones de mexicanos, el mejor homenaje a los convencionistas de 1914 es profundizar la transformación de manera pacífica y concretar el acceso a los derechos sociales, que son mecanismos garantes de mejores condiciones de vida para el Pueblo y en especial para los más desprotegidos y vulnerables.
Nuestros mejores ejemplos para construir el futuro los tenemos en nuestra historia.