Ante la insuficiencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) como organismo para la mediación entre las demandas de los países de América, principalmente de la región de Latinoamérica, y la evidente supeditación a otros intereses del norte occidental, a consideración de un consenso en común y en el contexto de la emergente ola progresista de inicios de milenio en América Latina en 2010 se creó la CELAC (más de 60 años después de la fundación de la OEA) con la finalidad de poner en práctica las propuestas de los nuevos regionalismos latinoamericanos, con bases claramente contrapuestas a las de la oleada neoliberal que caracterizó a la región durante las últimas décadas del siglo precedente. En aquel 2010, fuertes personalidades estuvieron presentes —como Cristina Fernández de Kirchner, Lula da Silva, Evo Morales, Hugo Chávez, Raúl Castro, entre otros—; hoy, en 2021, después de cuatro años de no celebrarse la cumbre, México, ostentando la presidencia pro tempore, fue anfitrión de los países de América Latina y el Caribe, en la búsqueda para acordar una agenda común. La gran y lamentable ausencia fue Brasil; más allá de las justificaciones pronunciadas por su canciller, el gobierno de Jair Bolsonaro parece no comulgar con los intereses regionales.
La cumbre inició con el discurso del Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien habló textualmente del interés por consolidar una integración económica —similar a la que dio origen a la Unión Europea— siempre en el marco del respeto a las soberanías. En este punto quisiera detenerme un poco, ya que hubo quienes interpretaron las palabras como una intención de crear una unión latinoamericana similar al organismo europeo; sin embargo la integración este no es lo mismo que la integración económica que tuvo en sus albores (antes de consolidarse como tal) que fue a la que hizo referencia el Presidente. También hicieron ruido entre alguna personas las ideas de “integración” y “soberanía” al considerar una coexistencia imposible. Si bien es verdad que la integración siempre demanda una cesión de cierta soberanía en ciertos aspectos, no significa dar pie al intervencionismo, altamente rechazado durante la cumbre. Efectivamente, se puede ceder soberanía en asuntos que conllevan el bienestar común, pero los países que se integran suelen mantenerla en sus sectores estratégicos —lo cual es altamente comprensible—. Además, las críticas se hacen en el imaginario de la Unión Europea, la cual se fundó bajo acontecimientos muy particulares. América Latina, con una historia de sometimiento, explotación e intervencionismo, rechaza la injerencia y el colonialismo y clama en favor de la libertad de decidir y hacer. Es este contexto particular lo que dio pie al nacimiento de corrientes de integración regional post neoliberal; fueron precisamente las demandas de no intervención, reducción de la desigualdad, paliación de los efectos del cambio climático que castiga inequitativamente y la urgencia de atender la pandemia, las más recurrentes en los discursos de los jefes de Estado y, por supuesto, la disposición de cooperar.
Los señalamientos de Uruguay, Paraguay y Nicaragua y posteriores discusiones no son extrañas en estas reuniones, a pesar de no ser el lugar para ello.
Pese a algunos desencuentros la cumbre fue satisfactoria. No hay duda alguna de que América Latina y el Caribe son regiones con un alto potencial que pueden mover la balanza mundial, el reto como siempre es poner en práctica los acuerdos pasmados en papel.