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Sobre lecciones y directrices

Entre las distintas lecturas que trajo consigo la avasallante victoria de la coalición “Sigamos haciendo historia” el pasado 2 de junio ha sido la distinción del proceso político que ocurre en México, en donde un gobierno orientado a la distribución de la riqueza, el combate a la corrupción institucional y el fortalecimiento de la soberanía nacional goza de vigoroso respaldo social, frente a lo que está ocurriendo en otras naciones en el mundo, en donde proyectos de derecha, muchos de ellos ultra conservadores, parecen ganar terreno en la disputa de los espacios de toma de decisiones.

Me gustaría dedicar las siguientes líneas para abonar a la reflexión de las causas que explican este hecho, a fin de encontrar pistas que nos permita defender y profundizar la transformación iniciada en julio de 2018 hacia una vida pública anclada en los principios y horizontes del humanismo mexicano. Para ello, me gustaría comenzar argumentando que el énfasis que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha hecho para enfrentar vicios, desviaciones y contradicciones estructurales heredades por la política neoliberal ha sido clave para alcanzar los altos niveles de apoyo popular que se tienen actualmente.

Debemos considerar que en otras partes del mundo, gobiernos y movimientos de izquierda están tendiendo a posponer la discusión sobre las vías para combatir las brechas de desigualdad y formas de expoliación económica que se producen en el seno del régimen neoliberal para, en su lugar, ponderar luchas de carácter lingüístico y cultural que algunos han sintetizado mediante el término woke. Algunas de las críticas que López Obrador ha recibido respecto a su abordaje de causas como el feminismo, el papel de la sociedad civil organizada y la inclusión a la diversidad se producen en este contexto global de nuevas reivindicaciones.

Empero, la presidencia de López Obrador se caracterizó por conformar su agenda de gobierno no a través de los reparos y aportaciones de vanguardias progresistas, sino mediante el diálogo activo y constante con la población y, especialmente, con sus sectores históricamente excluidos y desposeídos. De esta forma, en donde en otros países se ha producido un auténtico divorcio entre las élites políticas posicionadas en el progresismo y las clases trabajadores (como está ocurriendo en Francia, Estados Unidos y Argentina, por dar algunos ejemplos), en México hay una conexión sin precedentes entre el Pueblo y sus representantes y por extensión, con las líneas de acción política que están en curso.

El intenso proceso de politización de la población que distingue a México abreva, me parece, de dos fuentes importantes. La primera está relacionada con el fortalecimiento de la cultura democrática que se ha vivido en este sexenio. La promoción de mecanismos de plebiscito y referéndum, la celebración de informes cotidianos sobre el quehacer gubernamental en la forma de conferencias matutinas y el fortalecimiento de las distintas formas de organización popular a través de la incorporación de comités de padres de familia, de obra pública o de contraloría social como parte inherente de la implementación de políticas sociales, entre otras cosas, ha resultado en una revitalización de la arena pública.

La segunda tiene ver con la decisión que implica no sólo atenuar las consecuencias de las estrategias de privatización de lo público y expoliación de las mayorías propias del legado neoliberal, sino confrontar las raíces del sistema. Me parece que es precisamente aquí en donde versan algunas de las diferencias más notables de la realidad política mexicana con lo que sucede en otros países. El cuestionamiento del andamiaje institucional que se edificó y consolidó durante régimen neoliberal, que incluye las burocracias doradas del INE y el Poder Judicial, así como los esfuerzos por develar los intereses de medios de comunicación y cúpulas empresariales y tecnocráticas para sostener viejos privilegios han sido ejemplo de ello.

En síntesis, considero que el papel estelar que hoy tiene México como uno de los mejores referentes en el mundo de una nación que se construye con una dirección de izquierda cimentada en el bienestar de las mayorías responde a dos definiciones políticas de relevancia histórica: la defensa de la democracia a través de la incesante politización de la población y la definición de una agenda de gobierno que conjugue la crítica a las contradicciones estructurales del modelo neoliberal con la atención de las necesidades y preocupaciones concretas de la población en su día a día. Si acaso deseamos que este proyecto se sostenga en los años por venir, estas son dos vertientes de acción a las que no podemos renunciar.

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