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#TaxtheRich

“Jeff Bezos, el ser humano más rico del mundo viajó al espacio el martes. Fue una breve excursión, se elevó más de 96 kilómetros en el cielo sobre el oeste de Texas, en una nave espacial que fue construida por Blue Origin, su compañía de cohetes” decía el encabezado de New York Times de una nota dedicada al fundador de Amazon que describía el viaje al espacio como una hazaña que convertiría al espacio en un creciente negocio.

Con el pretexto de una nueva modalidad de turismo, este viaje espacial se convirtió en un símbolo de lo que debería hacer un empresario “visionario” según los medios de comunicación afines, ya que habría nuevas posibilidades de poblar el espacio o llevar los desechos industriales más dañinos fuera de la tierra.

Sin embargo, como cualquier actividad humana, el viaje al espacio por motivos de ocio de Jeff tuvo consecuencias, o externalidades, en términos económicos que alguien, o varias personas tendrán que pagar, pero al tratarse de un nuevo “rubro”, la realidad se llevará por delantera a la norma.

Según datos de la prensa, solo el lanzamiento del cohete puede emitir entre cuatro diez veces más óxidos de nitrógeno que la Central Térmica Drax en Inglaterra, una de las más contaminantes de la Unión Europea; los diez minutos que estuvo Jeff en el espacio equivalen a la contaminación de 100 pasajeros de avión que se quedarán en la atmosfera entre 3 y 4 años aproximadamente.

Mucho se ha debatido sobre las contradicciones del empresario, quien hace activismo a favor del medio ambiente por medio de “becas” a científicos para luchar contra el cambio climático pero no tiene ni las mínimas condiciones laborales que dicta la legislación. Por el contrario, aunque públicamente la empresa Amazon ha dicho no estar en contra de la organización sindical, en sus informes de 2018 y 2019 ha dicho explícitamente estar en estado de alerta ante cualquier manifestación que dé indicios de sindicalización por parte de los trabajadores, boicoteando cualquier manifestación. Esto es muestra de que no hay interés genuino por la preservación de la vida, ni siquiera la vida humana, sino que se reduce a un ejemplo de Greenwashing.

Una vez que comenzaron algunas críticas de grupos ambientalistas, la filantropía del empresario se hizo valer: inmediatamente anunció millones donados, por ejemplo, a la restauración de manglares en México.

Esto para algunos quizás sea motivo de agradecimiento, la idea de recibir donaciones de un millonario pareciera ser un hasta cierto punto “justo”. Lamentablemente, en términos económicos y presupuestarios, estas donaciones no se acercan ni un poco a lo que tendría que pagar por el simple hecho de la posesión de la riqueza y por el daño al medio ambiente que causa su estilo de vida.

Pero, si no lo paga él, entonces ¿quién paga los daños medio ambientales? La respuesta es las naciones más pobres. El mercado de los bonos de carbono permite que las naciones responsables de emitir más gases de efecto invernadero “compren” o “paguen” a otras por no emitir, aunque las coloque en una situación de desventaja; es decir, las naciones más pobres asumen el costo de oportunidad de no hacer alguna actividad extractiva, a gran escala o industrial, a cambio de que las naciones con economías predominantes puedan transitar a modelos y prácticas más sostenibles. Por consiguiente, cada beneficio que obtiene una nación por la actividad económica que realiza, es un beneficio perdido para otra que renuncia a hacerlo.

Así que cada vez que observemos aquella capa naranja en los cielos de las grandes ciudades, pensemos en lo que nos costará quizás no solo en términos monetarios sino en el tiempo y el grupo de personas que dedicarán a saldar esta deuda ajena y lejana a las circunstancias que le rodean.

No es extraño entonces que Greta Thunberg esté ausente en esta situación: es muy evidente e ilustrativa la actitud ante los hombres más ricos del mundo, la atención y la capacidad comunicativa de la “activista” es en contra las naciones y mandatarios que no siguen al pie de la letra las recetas del FMI o simplemente deciden hacer lo que consideran conveniente con  los factores de producción que poseen. Nunca ha hablado en ningún foro del fondo y las causas del calentamiento global, ya que implica trastocar intereses económicos ajenos a los intereses públicos.

Que Jeff Bezos sea del 10% de la población responsable del 50% de las emisiones en el mundo no mereció ni un tuit de la activista, porque el pacto de las elites va mucho más allá de las causas, por muy noble que sea esta.

No es suficiente entonces la progresividad fiscal, sino que se debe imponer un impuesto a la riqueza y comenzar a debatir el uso desmedido de energías con fines recreativos, que con el pretexto de la generación de consumo (y por tanto de empleos) no reparan en los daños ocasionados. Aunque fuera el caso, esto no significa precisamente la diversificación de la economía; por ejemplo, se calcula que sólo el 28% de la población mundial ha viajado en un avión, cifra que se refleja en México en el que el 70% de la población no lo ha hecho. Entonces, ¿quién se beneficiaria de la creación de estos empleos? Aquellas empresas que tienen cooptado el mercado, como Amazon o las empresas que viajan al espacio.

La presión de las potencias hacia los países en vías de desarrollo para “conservar” el medio ambiente tiene una razón de ser y no es precisamente una sensata preocupación por la naturaleza, sino una oportunidad de controlar la velocidad de crecimiento y desarrollo de las mismas. En consecuencia, aunque el movimiento ambientalista en el mundo representado por las grandes élites y sus voceros sea un tanto selectivo a la hora de indignarse, los otros “anti” movimientos con menos herramientas no deben pasar desapercibidos, una razón más para exigir #taxtherich.

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