Cuando era pequeño mi papá me contó un cuento para explicarme cómo funcionaba el mundo.
Un gringo o francés o italiano o español o whitexican o lo que sea, llega de vacaciones a algún lugar recóndito de la república mexicana y da un paseo en lancha. Queda maravillado por la naturaleza y la belleza fuera de serie de este pedacito de mundo. Pero algo le falta y le pide al lanchero que lo lleve más allá, a un lugar lejos de todo, sin turistas , virgen.
El lanchero lo lleva fuera de la bahía, donde no existen caminos pavimentados o luz siquiera.
Nuestro amigo queda tan fascinado por el “descubrimiento” que dice querer comprar el lugar, todo el lugar, la extensión completa de playa junto con los cerros que la coronan.
—¿Quién es la autoridad aquí? ¿Con quién se puede hablar para comprar estas tierras?
—Pues hay un presidente municipal (gobernador, presidente, diputado, líder sindical o lo que sea) que es la Autoridad.
—Llévame con él.
—Hecho.
La Autoridad y nuestro amigo platican alegremente sobre comprar la playa, pero le advierten que esas tierras ya tienen dueños: unos pinches prietos minoguanas que dizque son pescadores y llevan ahí quién sabe cuántas generaciones.
—Pues mándamelos a chingar a su madre.
—Hecho.
Después de varias protestas, marchas y bloqueos, la Autoridad le pone una madriza de antología a los minoguanas, encarcela a varios y desaparece a otros con la ayuda del crimen organizado, la policía, el ejército, o lo que sea. Los que sobreviven se quedan a vivir en la periferia o emigran a las ciudades más cercanas… y a las más lejanas también.
Nuestro buen amigo hace su hotel a toda madre, un desarrollo turístico de no mamar y campos de golf bien bonitos a los que los prietos minoguanas tienen prohibido entrar a menos de que sean dueños de una membresía que cuesta varios miles de dólares.
Todo marchaba muy bien con el bisne, imagínate: las tierras le salieron regaladas a nuestro amigo a cambio de volver socios accionistas a la Autoridad y su prole. Llegan turistas de todas partes del mundo, con mucho dinero y ganas de disfrutar del paraíso.
Hasta que un fatídico día que se dan cuenta de algo gravísimo que no habían calculado: no hay quien limpie la pinche caca del baño.
—Mierda, ¿qué vamos a hacer, patrón?
Pues tráete a los pinches minoguanas a limpiar y dices que todo esto es fomento a la inversión y creación de puestos de trabajo para el desarrollo de estos pueblos incivilizados tan dejados a la buena de Dios.
—Hecho.
Tenía como siete años cuando mi jefe me la contó y me dijo que esta historia se repite en diferentes versiones: playas, bosques, minas, petróleo, telefonía, educación, salud, banca, tamales, tacos, piñatas, Día de Muertos… hasta la pinche forma de hablar.
Aún escucho su voz:
“Y así, hijo mío, es como perdimos la tierra pero nos ganamos el honor de limpiarles la caca a esos hijos de la chingada”.
@TenochHuerta