Las tareas en las campañas son interminables. No hay esfuerzos suficientes porque el tiempo es limitado, la ley estricta y la sociedad es tan diversa como compleja. Nunca he creído en la acción de convencer el otro, creo que es disminuir su inteligencia y no reconocerlo como igual, como si se tratara de manipular su voluntad o engañarlo. Más bien es el diálogo franco el que permite encontrar puntos en común, establecer compromisos y compartir la visión de la política lo que nos hará ser compañeros: construir comunidad por medio de las coincidencias. No hay fórmula mágica para llegar ello. Tan solo se trata de caminar e ir al reencuentro, en la calle.
No hay duda: la base de toda campaña electoral está en las tareas de promoción del voto. De ahí se obtienen a los representantes generales y de casilla, la gente encargada de salvaguardar la voluntad popular el día de la jornada. Las agendas de trabajo, tanto del poder ejecutivo como en el legislativo, se conforman en buena parte por las demandas sociales. Los grandes problemas de la sociedad se identifican en lo cotidiano.
En las áreas urbanas es normal escuchar demandas relacionadas a la pavimentación de calles o establecimiento de servicios como alumbrado y drenaje. En cambio, en el sector rural las actividades productivas como la agricultura, la pesca y la ganadería acaparan las inquietudes, pues no solo son áreas de trabajo sino formas de vivir. En ambos lugares los apoyos sociales son importantes: el combate a la desigualdad es una tarea siempre pendiente.
Hay una opinión peyorativa de un sector de la sociedad política sobre la gente encargada del territorio en las campañas. No se les da el crédito correspondiente pese a que es la labor clave para todo proceso electoral. Se propaga la errática idea de que hay gente para el escritorio y gente para la calle. Si bien, para dar dirección en la organización territorial se necesita tener un perfil ordenado y liderazgo, todas las personas pueden realizar recorridos en las colonias y entablar diálogo con la gente. Hasta la izquierda más progresista, que reivindica en el discurso la igualdad social y el reconocimiento al trabajo, no se salva del error.
Los encargados de organizar las tareas de territorio generalmente son personas con arraigo en la comunidad. Es una realidad palpable que las mujeres son protagonistas, son administradores de la economía familiar, tienen redes de apoyo cultivadas desde hace años por el liderazgo que ejercen en sus hogares y muchas de ellas tienen emprendimientos relacionados al comercio informal.
En la política de abajo, la del territorio, siempre ha sido el tiempo de las mujeres. Esperemos que este tránsito histórico se traduzca en una mejora de oportunidades para las personas que hacen la labor del convencimiento desde la calle. La reivindicación del trabajo territorial, más allá de la narrativa, es una tarea más que pendiente.