La frase con la que inicio la retomé de Ana de Miguel[1] para dar cuenta de que, efectivamente, las mujeres compartimos historias muy parecidas, unas más, otras menos, pero todas hemos vivido las discriminaciones y las violencias por ser mujeres. Hemos sido invisibilizadas o borradas de la historia como sujetos políticos y cuando hemos tenido logros, el sistema machista y neoliberal desarrolla sus garras para generar procesos de sexualización que nos divide y confronta a las mujeres. Mientras desde el feminismo se lucha por el reconocimiento de las mujeres como sujetos humanos y sujetos de derechos, el sistema patriarcal está profundamente anclado en la estructura social y ha impulsado una profunda contra reacción ideológica para descalificar los logros obtenidos (Ana de Miguel, 2015).
Una de las reacciones ideológicas del patriarcado neoliberal es la hipersexualización de las mujeres (Rosa Cobo, 2015[2]) que hunde sus raíces en las estructuras simbólicas y que trae de nuevo a la escena pública, la discusión que creíamos superada, que es la de vincular a las mujeres con la naturaleza, la biología y el sexo, que subordinan, inferiorizan y devalúan a las mujeres social y políticamente.
La hipersexualización convierte a las mujeres en sujetos entre la reproducción y la prostitución, entre la maternidad y la seducción, ancladas a esos procesos de sobresexualización, que se instala en el imaginario colectivo y en la estructura social y para que tenga lugar, las instancias de socialización deben crear permanentemente discursos y representaciones con la finalidad de fabricar «modelos normativos femeninos» articulados en torno a la sexualidad como eje de la identidad de las mujeres, de una feminidad que objetualiza el cuerpo femenino.
Para ello, desarrolla dispositivos coactivos como el canon de belleza, la moda, la industria de la cirugía plástica, las nuevas tecnologías reproductivas, la pornografía o la prostitución, y de esto se ha valido el pensamiento patriarcal para colocar a todas las mujeres en la exigencia de un modelo normativo de feminidad sobrecargado de sexualidad a fin de satisfacer los deseos sexuales masculinos.
Recolocar a las mujeres como objetos, en lugar de sujetos, y que todas se adscriban a una feminidad normativa que exalta la maternidad y la sexualidad, al servicio del poder masculino, nos obliga a compartir la misma historia de opresión. Porque este modelo de hipersexualización se le estará exigiendo a todas, lo que configura nuevas formas de violencia patriarcal, porque uno de los objetivos del dominio patriarcal es disciplinar los cuerpos de las mujeres como seres disponibles sexualmente al servicio de los varones.
La hipersexualización consiste en la tendencia a sexualizar las actitudes, las expresiones, las posturas, las formas de vestir y de hablar de las mujeres y niñas. Los atributos físicos se convierten en parte fundamental de las cualidades que se deben poseer. Además, esta hipersexualización se vincula al éxito social y como la vía para que las mujeres sobresalgan profesionalmente.
Aún cuando el valor de las mujeres por su aspecto físico no es nuevo y que la reacción patriarcal moderna ha utilizado a la misoginia romántica para apaciguar al feminismo radical de los años 60 y 70, los intereses masculinos y capitalistas, explotan este modelo normativo para su beneficio: que las mujeres vuelvan a ser valoradas por ser hogareñas, sexualmente atractivas y buenas esposas y madres.
Los medios de comunicación, las redes sociales y especialmente el sistema neoliberal mercantilista, se han encargado de difundir esa versión, que consideran el cuerpo de las mujeres como objeto y construyen todo un andamiaje de artilugios físicos y simbólicos para “adornar” la figura femenina.
Para Rosa Cobo, la anestesiante ética del consumo, nos quiere vender como “libertad” el derecho a ponerse lo que se quiera, pero lo que se coloca como deseo, está mediatizado por lo que se ofrece en el mercado patriarcal y neoliberal: la hipersexualización, que acentúa el individualismo y la competencia y justifica que las mujeres decidan sexualizarse «libremente».
Lo que el feminismo ha develado es que la cosificación y la objetivización de las mujeres tienen un uso perverso, pues somos “libres” y “decidimos”, aunque en realidad desde que nazcamos se nos socialice para agradar a los hombres. Esa hipersexualización no significa empoderamiento y libertad, sino ser utilizadas para justificar ese proceso de dominación.
Sí, quizá es muy difícil escapar a esa presión hipersexualizante, que es una trampa de la «decisión libre y empoderante» y reconocer que esas prácticas representan formas de violencias con graves consecuencias para nuestras vidas. Como afirma Rosa Cobo, la sexualidad es el núcleo fundamental sobre el que se sostiene el sistema patriarcal, de tal manera que la «libertad sexual» amplía los derechos masculinos sobre nosotras, porque les damos más poder sobre nuestros cuerpos.
[1] Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Ana de Miguel. Ed Cátedra, España, 2015.
[2] El cuerpo de las mujeres y la sobrecarga de sexualidad. Rosa Cobo. Revista Investigaciones feministas 2015. Num. 6