El 27 de noviembre de 2022 el país aún intentaba procesar el trauma económico y social que supuso la pandemia de covid-19. Apenas dos meses antes, el Gobierno de México había ordenado la suspensión del uso obligatorio de cubrebocas en espacios cerrados, preámbulo de la terminación de las medidas extraordinarios para frenar los impactos letales del virus. Consciente de las aflicciones del Pueblo de México, Andrés Manuel López Obrador convocó a mexicanos y mexicanas a un nuevo encuentro, el primero tras la prolongada cuarentena, para concurrir y marchar nuevamente con las muchedumbres, quienes acudieron, en millones, a su encuentro.
El discurso que profirió ese día, convertido en testimonio de una nación que se alza digna y valiente frente a las desventuras que le impone la historia, permitió recordar cuando más se necesitaba la capacidad del Pueblo de México para sobreponerse ante las adversidades y conquistar su bienestar mediante la unidad popular y la ayuda mutua. Sin embargo, el discurso también produjo otro hito emblemático: fue ahí que Andrés Manuel acuñó, por primera vez ante las multitudes, el concepto de humanismo mexicano, para describir la teoría que sustenta, impulsa y orienta los arrestos transformadores que hoy son gobierno. Fue ahí que se plantearon, de cara a un zócalo abarrotado, sus primeras premisas y coordenadas.
Sin embargo, serían necesarios quinces meses más de trabajo para que, con la publicación de su libro ¡Gracias!, en el que resume las lecciones en política cultivadas a lo largo de una trayectoria que se extiende por medio siglo, el propio Andrés Manuel nos ofreciera una versión más acabada sobre la hondura y alcances del concepto de humanismo mexicano. Consciente de que cualquier proyecto de transformación política requiere de bases teóricas que sostengan los esfuerzos emprendidos y guíen su cauce próspero, Andrés Manuel nos brinda así el conjunto de principios que, articulados, dan horizonte al gobierno de la Cuarta Transformación. Humanista porque parte del antiguo precepto de que nada humano no es ajeno; y mexicano, porque procede de dos raíces sumidas en lo más profundo de nuestra propia historia.
La primera raíz se aloja en la rica herencia cultural, legada a lo largo de siglos de historia de los pueblos y comunidades indígenas de México. De los esplendores y resistencias de este México profundo, el movimiento transformador recoge cuatro preceptos fundamentales que inspiran y encauzan el nuevo quehacer político. El primero, se relaciona con la concepción comunitaria que rige la relación con la tierra, la cual rompe de tajo con la megalomanía privatizadora de la modernidad eurocéntrica para ofrecernos como alternativa un mosaico prolífico de posibilidades de manejo y usufructo ligadas al bien común.
El segundo se vincula al añejo principio de la ayuda mutua que ha regido la relación entre trabajo, bienestar y responsabilidad con la comunidad desde el auge de las civilizaciones prehispánicas hasta la cotidianidad de nuestros días. El tequio náhuatl, el kórima rarámuri o la guelaguetza zapoteca son manifestaciones que reivindican la solidaridad y nos recuerdan la potencia del principio ético que entraña servir a los demás.
El tercer precepto que el humanismo mexicano recupera de la sabiduría indígena se halla en la inmarcesible postura de oposición contra cualquier forma de esclavitud que ha distinguido al espíritu de nuestros Pueblos. Desde los intentos de sometimiento colonial hasta las prácticas de enganche implementadas en el Porfiriato, y aún en nuestros días, frente al acoso del crimen organizado, la defensa acérrima de la libertad y la lucha contra la dominación en todas sus manifestaciones han sido ideales que han perseverado en la acción política de Pueblos y comunidades indígenas en todas sus latitudes.
El cuarto y último precepto abreva de la innata inclinación de nuestro Pueblo hacia la honestidad, la cual, en palabras de presidente, “sigue siendo la mayor riqueza de nuestro país”. A la luz de este balance, descubrimos que la insaciable codicia que impulsa la corrupción y los vicios del poder nunca ha tenido ancla en nuestra cultura o nuestra identidad, sino que ha sido traída y azuzada por intereses forasteros, desde los potentados oligarcas de la Colonia y el Porfiriato hasta los tecnócratas neoliberales egresados de Harvard o de Yale; que ni el robo, ni la mentira, ni la traición son vocaciones del Pueblo de México.
La segunda raíz que nutre al humanismo mexicano parte de la inspiración que proviene de la reflexión sobre el ejemplo y las proezas, así como de las causas blandidas y heredadas por los próceres que nos han dado patria a lo largo de las tres transformaciones políticas que ha vivido nuestro país. De las lecciones sobre honestidad, dignidad y amor al Pueblo que encarnan en las luchas de Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas, entre tantos y tantas más. Esa revisión, sin embargo, será motivo de una próxima edición de esta columna.