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¿Vale la pena pensar en utopías?

Por ahí de 1516, Tomás Moro escribió Utopía, un libro no muy extenso en el que retrata una comunidad imaginaria en la que, a grandes rasgos, la población lleva vidas modestas, ordenadas, absueltas de toda carencia y feliz. Se podría decir que en la realidad ahí planteada se vive bajo un comunismo ideal. A pesar de que la vida de Moro terminó trágicamente al ser decapitado por oponerse al matrimonio de Enrique XIII con Ana Bolena en 1535, su obra no solo creó y dotó de significado una nueva palabra, sino también fue de las primeras ocasiones en las que se nos ofreció la posibilidad de pensar nuevos mundos posibles. Ideales.

Es así como a lo largo de la historia ha habido un debate constante entre los realistas y los idealistas. Por un lado, los primeros sostienen que los seres humanos son primordialmente seres egoístas que velan antes que nada por sus propios intereses y que los idealistas no pasan de tener buenas intenciones; los segundos, por otro lado, consideran que sí se pueden construir consensos generales, y que los primeros se niegan a luchar por cambios políticos y sociales que puedan transformar la realidad radicalmente.

Si bien lo anterior se trata de un debate interminable y considero que inclinarse sin hesitar hacia un lado o hacia el otro no es lo correcto, también sostengo que, si no nos ponemos realidades aparentemente inalcanzables como metas, lo único a lo que aspiraremos será a resolver los problemas que la inmediatez nos ponga delante. Aunque por supuesto son los más fundamentales a ser resueltos, porque sin presente no hay futuro, no podemos dejar de cuestionar si lo que se nos presenta como cierto e inamovible no puede sufrir una profunda transformación. Es decir: hace no mucho más de 100 años nadie hubiera imaginado que la inmensa mayoría de las monarquías caerían y transitaríamos hacia sistemas de gobierno donde cada voto valdría lo mismo.

Para ser sincero, ni siquiera creo que lo que deberíamos de hacer es algo como lo que hizo Tomás Moro al pensar con detalle una sociedad que funcione a la perfección; podemos ser más humildes en nuestras proyecciones. Pienso que con no abandonar los esfuerzos por dilucidar un mundo en el que haya una verdadera redistribución de la riqueza, se erradique la pobreza extrema y los discursos de odio no encuentren cabida, podemos darnos por bien servidos en un inicio, por ejemplo. El mismo Presidente nos invita a no ver tan lejanos ni irrealizables estos planteamientos que muchos podrían pensar que suenan a utopías en su discurso ante la ONU cuando nos habló de un Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar.

Sí, seamos realistas, nunca dejemos de estar conscientes de los distintos contextos, intereses y fuerzas que hay de por medio y que se opondrán a la llegada de una hegemonía distinta a la que les ha beneficiado por tantos años. No olvidemos que hay una realidad que nos presenta infinitas limitaciones, pero, a pesar de estas, no desistamos en la labor de luchar por lo que a veces se nos presenta como imposible. Veamos el pensamiento utópico como una técnica formal para romper el hechizo del presente, tal y como lo concibe Frederic Jameson.

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