Reconocida con el Oscar a mejor película extranjera, Aún estoy aquí,[1] explora con profundidad el dolor de la familia Paiva, centrándose en las secuelas emocionales y psicológicas que dejó la desaparición forzada de Rubens Paiva, en 1971, el crimen más emblemático de la dictadura brasileña. El filme muestra el sufrimiento de Eunice, esposa de Rubens, quien encarna la mezcla de angustia, incertidumbre y resiliencia al enfrentar la ausencia de su marido sin respuestas claras del régimen militar, así como el impacto en sus hijos, quienes crecen marcados por el trauma de un padre arrancado de sus vidas.
Además de la erosión silenciosa de sus hogares por el aislamiento social que impone el miedo, las desapariciones selectivas y secretas infunden terror en la población, desalientan la resistencia y evitan que los opositores se conviertan en mártires, por lo que inspirados en el Gran Terror de Stalin; la Operación Noche y Niebla de los Nazis y la estrategia de desaparición forzada que el ejército francés empleó durante la Batalla de Argel, los norteamericanos adoptaron el terrorismo paramilitar en Vietnam con la Operación Phoenix para luego incorporarlo en sus manuales de contrainsurgencia y desplegarlo con funcionarios de la USAID en las dictaduras militares de Sudamérica, alcanzando su máxima expresión con la Operación Cóndor, y en México, mediante grupos militares de élite entrenados en la Escuela de las Américas, que operaron de forma brutal durante la Guerra Sucia.[2]
A finales de los años 90, cuando ni el sistema de justicia mexicano ni la CNDH habían logrado esclarecer los crímenes del pasado, el fenómeno de las desapariciones se extiende a grupos civiles con la irrupción de los Zetas, el brazo armado del Cártel del Golfo formado por exmilitares de élite del GAFE.[3] Al separarse del Cartel en el sexenio de Calderón, los Zetas iniciaron una expansión territorial agresiva utilizando las desapariciones y la eliminación de evidencias como herramienta de terror y control. Estas acciones fueron imitadas por otros grupos delictivos en todo el país, provocando una crisis de violencia sin precedentes y el surgimiento de movimientos de víctimas que compartían el peso de un duelo suspendido y el dolor colectivo de los familiares de desaparecidos durante la Guerra Sucia y que luchaban contra el olvido y la impunidad como el Comité ¡Eureka!, liderado por Rosario Ibarra de Piedra.[4]
Para contrarrestar la afinidad entre los colectivos de víctimas de la Guerra Sucia y los de la “Guerra” contra el Narco, en lugar de procurar la justicia y pacificar al país, los gobiernos del PAN proyectaron una imagen de una sociedad civil «constructiva” apoyando a organizaciones cercanas a García Luna y dependientes de fondos públicos, como Mexicanos Unidos contra la Delincuencia[5] y Alto al Secuestro de Isabel Miranda de Wallace,[6] que con calumnias contaminaron el debate público, al tener amplio acceso a espacios privilegiados en los medios de comunicación masiva.
Sin embargo, ante la magnitud de la tragedia humanitaria se les cayó el teatro y los intentos de ocultar la realidad y reescribir la historia con pactos de silencio, con presupuestos ilimitados para mover tendencias en redes sociales y recurriendo a montajes de comunicadores sin escrúpulos, no sirvieron para frenar la candidatura de Peña Nieto, y al revelarse detalles de las masacres de Tlatlaya y Ayotzinapa no fueron capaces de convencer a la opinión pública de continuar con la estrategia de represión para combatir la delincuencia.
Tampoco han sido efectivos para restarle potencia a MORENA en las urnas ni popularidad al gobierno de Claudia Sheinbaum, más bien lo contrario, incluso así, la oposición nuevamente recurre a campañas negras como en el reciente caso del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, tratando de endosar al Obradorismo la responsabilidad de los desaparecidos —una de las más terribles tragedias provocadas por los gobiernos del PRIAN—, algo tan ridículo como que los militares responsables del asesinato de Rubens Paiva culparan por los crímenes de la dictadura a los gobiernos democráticos que les reemplazaron en el poder.
¿Con qué fin o para quién se tejen historias ficticias que ya casi nadie en México cree? El repudio a estos relatos, alimentado por la indignación ante los intentos mezquinos de lucrar con el sufrimiento de quienes padecen la desaparición de un ser querido, es unánime. Lejos de encontrar eco, sus relatos enfrentan un rechazo rotundo por la falta de credibilidad y por la burla descarada del dolor de las víctimas. Parece otro desesperado esfuerzo de la oposición para abrir la puerta a una intervención militar extranjera, traicionando cualquier pretensión de verdad y justicia.
[1] Aún Estoy Aquí el Tráiler Oficial
[2] La figura de Dan Mitrione, el agente estadounidense infiltrado en Brasil como asesor de la USAID entre 1960 y 1967 cobra relevancia en este caso. Parásitos de la USAID – El Soberano.
[3] Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales
[4] CNDH, autonomía e independencia – El Soberano
[5] MUCD recibió más de 4.2 millones de pesos de la SSP y un financiamiento de la Iniciativa Mérida en 2009, cuando la dirigía María Elena Morera
[6] Wallace fue utilizada como un símbolo para legitimar la guerra contra el narcotráfico, desviando la atención de las víctimas de violaciones a derechos humanos fabricando culpables de alto perfil como Florence Cassez