En los patios de escuela no se tolera a niñas y niños que se salen del molde. Si un niño tiene inclinaciones artísticas, los matoncitos corean “maricón”. Si una niña prefiere los deportes a las actividades “femeninas”, es una marimacha y hay que ponerla en su lugar. Esos insultos infantiles son parte de la socialización: tienen el propósito de hacer sentir mal al blanco de la crítica para ver si así se corrige.
Detrás de ese regaño social hay, además de terror a la diferencia, dos supuestos: un niño afeminado es un futuro homosexual y el homosexual es en el fondo una mujer, tal como una niña que rechaza la feminidad será lesbiana y por lo tanto un hombre wannabe. “Mujercitos”, llamaban burlonamente los diarios sensacionalistas a los gays todavía en 1986. En tiempos de represión sexual, los mismos homosexuales y lesbianas participan en ese juego de roles en el que uno hace de hombre y otro de mujer, pues la idea de una relación amorosa entre personas del mismo sexo es difícil de digerir, sobre todo para alguien formado en valores religiosos tradicionales. Los “cuarenta y un lagartijos disfrazados la mitad de simpáticas muchachas” detenidos en 1901 e inmortalizados por Posada siguen ofreciendo un marco de referencia a esos a los que nomás no les cuadran dos hombres bailando juntos sin que uno esté vestido “de raso y seda”.
Más recientemente, en un documental de la BBC sobre “niñez trans” un padre narra que su hijo, que “corría como niña”, asistió a un campamento para que chiquitos que no encajan en los estereotipos sexuales hagan la “transición social”. Al regresar del campamento, que a juzgar por las imágenes incluyó un taller para vestirse de cabaretera y un concurso de belleza, ya no era un niño que corre como niña: era ¡una niña que corre como niña! En ese instante todo se acomodó dentro de él.
En la CDMX, una iniciativa de ley presentada ante el congreso local el 10/10/2019 capitula frente a los matones de patio escolar. La iniciativa “referente al reconocimiento de la identidad de género autopercibida para personas menores de 18 años” da por sentado que existen cuerpos equivocados: un niño al que le gusta disfrazarse de princesa es en realidad una niña y una niña alérgica a la feminidad es un niño. En vez de combatir efectivamente el acoso escolar enseñándole a la gente que la feminidad no hace a la mujer y la masculinidad no hace al hombre (lección básica del feminismo), le están dando la razón al bully y de paso facilitándole las cosas al lucrativo negocio de bloquearles la pubertad y hacerles cirugías innecesarias a niños sanos.
En Inglaterra ya estalló el escándalo y los jóvenes “detransitioners” interesados en denunciar a quienes los llevaron por el camino de la transición están aquí. Pero quienes impulsaron esa iniciativa dicen dormir tranquilas. Allá ellas.
Laura Lecuona. Filósofa por la UNAM, divulgadora del feminismo, traductora y editora, autora del ensayo para jóvenes Las mujeres son seres humanos (Secretaría de Cultura, 2016)
@laura_lecuona