Con los años, Medellín 33 se convirtió en una calle y número grabados en la memoria de periodistas y medios de comunicación, pero sobre todo en el corazón de familiares de desaparecidos, perseguidos políticos, estudiantes, sindicatos, pueblos y comunidades indígenas, y un sinfín de víctimas de violaciones de derechos humanos que acudían desde los años 60 a la colonia Roma en búsqueda de un espacio de denuncia, de visibilización de sus luchas, pero también de refugio y solidaridad.
Medellín 33 es la dirección de la casa que vio nacer en junio de 1964 el Centro de Comunicación Social A.C. (Cencos), hace exactamente 55 años, y desde entonces ha tenido varias etapas. Luego de oponerse a la postura de la jerarquía católica ante la represión sufrida por el movimiento estudiantil de 1968, Cencos inició un proceso de ruptura con el episcopado y con su mandato inicial desde Roma, convirtiéndose desde entonces en un centro de comunicación social. En la década de los años 70, debido a los golpes de Estado en países de Sur, Centroamérica y el Caribe, Cencos fue clave para algunos movimientos sociales que buscaban el cambio hacia una sociedad más justa. Ya hacia los años 80, el Centro apoyó a movimientos sociales, como los derivados del temblor de 1985, sobretodo abocándose a luchas sindicales y obreras, así como a las movilizaciones luego de fraude electoral de 1988.
En 1994 el Centro apoyó el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el movimiento indígena en Chiapas, participando activamente en la cobertura del mismo y en los procesos posteriores al levantamiento armado, como el Congreso Nacional Indígena. Por esos mismos años, Cencos inició actividades para promover la participación ciudadana en la toma de decisiones y en procesos de fortalecimiento y crecimiento de organizaciones de derechos humanos de la sociedad civil.
Desde los años 2000 y ante el incremento de los ataques a periodistas en el país, Cencos se enfocó sobre todo en la promoción del derecho a la libertad de expresión y en dar seguimiento a casos de intimidación a reporteros y trabajadores de comunicación.
Cencos fue una organización pionera en su tipo, con un profundo entendimiento de la fe cristiana. Sus fundadores entregaron su vida a las causas justas y entendieron que, con el paso del tiempo y las circunstancias, la organizaciones tenían que ir adaptando su misión, siempre con un profundo sentido de la justicia social.
Entender la trayectoria de Cencos, a poco más de medio siglo de existencia, es sólo el pretexto para repensar el rol de las organizaciones de derechos humanos con este nuevo contexto político y social. Es normal que esto suceda, como lo hicieron en su momento las Madres de Plaza de Mayo, encabezadas por Hebe de Bonafini, cuando comenzó el kirchnerismo en Argentina —el enemigo no duerme más en Casa Rosada— y dejaron de marchar cada jueves, hasta que llegó Mauricio Macri a la presidencia de Argentina y lo retomaron.
Aunque no todas las organizaciones coincidan en la lectura del momento histórico que nos está tocando vivir, es indispensable que la sociedad civil organizada provoque espacios para reflexionar su papel frente a este nuevo escenario, bajo el entendido de que al menos existe consenso respecto al cambio de régimen en sentido democrático. Esto debería derivar en una invitación a que las organizaciones se replantearan de qué manera y cómo se hará la defensa y promoción de los derechos humanos con estos nuevos actores políticos, nuevos espacios de interlocución, nuevas voluntades políticas, etcétera. ¿Se posicionarán de facto como opositoras? ¿La consigna per se será siempre contra el poder? ¿Se buscarán los mismos métodos de presión? ¿Repensarán la legitimidad de quienes dicen representar? ¿Buscarán tomar una posición política?
Julia Álvarez Icaza Ramírez. Abogada de la UNAM
con formación en derechos humanos. Desde distintos espacios
ha trabajado temas de derechos económicos, sociales y culturales.
Actualmente investiga sobre justicia transicional,
reparación integral del daño y justicia restaurativa.
@Jualicra