En estos tiempos de contingencia sanitaria es importante continuar con una reflexión activa sobre las necesidades más básicas y apremiantes que nos ocupan. Casi podemos detener y prescindir de muchas necesidades, digamos, no esenciales, por no calificarlas, pero alimentarnos y sanamente se vuelve clave.
Saco a colación esta premisa porque podría asegurar que muchos habitantes de la ciudad de México no saben que más de la mitad de su territorio es suelo de conservación ecológica por los servicios ambientales que provee a la capital. Bosques y humedales que captan agua, retienen suelo evitando deslaves e inundaciones, regulan el clima. Sus ríos como el Magdalena alimentan el manto freático de permeabilidad y plasticidad que contiene su mayor hundimiento, evita su rigidez amortiguando los movimientos del suelo. Nos da aire limpio, paisajes verdes y sanadores para la recreación y el esparcimiento, pero lo más importante es que nos da la oportunidad de proveernos de alimentos de consumo cotidiano esencial en cadenas cortas de abasto alimentario para todos sus habitantes.
Sin embargo esta relación urbano rural ha sido desigual históricamente para los campesinos y productores de las alcaldías involucradas: Tlalpan, Milpa Alta, Xochimilco, Magdalena Contreras, Álvaro Obregón, Cuajimalpa e Iztapalapa principalmente. El valor de los productos perecederos y no perecederos son regateados por los compradores de las cadenas de suministro de las tiendas de autoservicio y de la central de abasto generando un conjunto de consecuencias perversas que bien vale la pena enunciar.
En efecto, por un lado los bajos precios de los productos del campo (claro no solo aquí, sino en todo el país) desestimula su producción y por su cercanía a la gran urbe promueve la especulación inmobiliaria como alternativa. A pesar de las restricciones legales, la urbanización ilegal del suelo de conservación es una práctica común y diría casi cotidiana. Por el otro lado provoca el abandono de tierras y envejecimiento de la población dedicada al campo. El promedio de edad de los productores de las zonas rurales es de 65 años, otra vez, no solo en la zona metropolitana si no en todo el país.
Además estimula el cambio del uso del suelo fomentando la desforestación para la venta de madera ilegal. Los incendios provocados y acelerados por las condiciones climáticas complican la ecuación. Desarraigan a sus jóvenes, produce emigraciones y desarticulación del tejido social, aumenta la inseguridad y al final la gobernanza comunitaria se ve impactada.
La Dra. Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno, conoce esta problemática perfectamente. Como académica que ha sido y por su inserción pública, primero como secretaria de Medio Ambiente en la administración de Andrés Manuel López Obrador al frente de la ciudad y recientemente al frente de la alcaldía de Tlalpan.
Su comprensión de la urgencia del diagnóstico enunciado brevemente líneas arriba, la ha comprometido a un ambicioso programa de atención con una mirada al sur de la capital de México con más de mil millones de pesos por año a programas como el de Bienestar para el Campo Altepetl y Sembrando vida en la Ciudad de México.
El reto no es menor: si se quiere cuidar la transparencia, la eficacia, eficiencia y la planeación democrática y lo más importante sembrar esperanza para el futuro y no solo como respuesta ante la urgencia planteada. La actual secretaria de la SEDEMA la Dra. Marina Robles y la Ing. Columba Gómez, joven pero avezada luchadora social del suelo de conservación y directora de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural (CORENADER), lo saben y buscan encontrar un sano equilibrio entre las demandas campesinas urgentes (más ahora por la contingencia sanitaria del Covid19) la innovación y la consolidación de programas de mediano y largo plazo que incorporen y arraiguen de nuevo a mujeres y hombres, sobre todo jóvenes, con proyectos novedosos pero con potencial de éxito que fortalezcan la economía social y solidaria (economía moral) tan reclamada en estos momentos.
En este contexto la Dra. Rosaura Ruiz, Secretaria de Educación Ciencia Tecnología e Innovación (SECTEI) y la SEDEMA con el involucramiento de centros de investigación de la UNAM, del IPN y de la Universidad Autónoma Chapingo, junto a cientos de promotores rurales que se capacitan, en campo, indagan con los adultos, buscan oportunidades y espacios productivos para impulsar proyectos sostenibles en un proyecto novedoso y complementario denominado: Cadenas de valor para la recuperación económica-productiva de la Ciudad de México. Parte del cinturón verde de la capital. Pronto veremos sus impactos.
Por otra parte muchos productores ya se encuentran vinculados a cadenas alternativas de suministro con mercados alternativos de abasto que acercan al productor con los consumidores evitando en lo posible las cadenas de intermediación que encarecen los productos. Este cambio de conciencia de todos es paulatino pero ya es una realidad. Cálculos conservadores reconocen que la producción con sello verde, orgánico o sustentable crece cada año en México y en el mundo. Estos tiempos de confinamiento son un buen pretexto para repensar nuestra relación campo-ciudad y hacerla más justa y amigable.
 
				



