Andrés, Francisco, Fidel y la religión

El papa Francisco recientemente puso al servicio de los más débiles la posibilidad de cambiar su circunstancia por medio de la esperanza y la voluntad inquebrantable que caracteriza al cristianismo. Sobre todo, puso en tela de juicio el dogma económico de la individualidad sobre la colectividad que funge como la base ideológica y funcional del neoliberalismo. 

Para algunos quizás es una contradicción “hasta biológica”, el binomio religión-capital se resumía en la frase marxista “la religión es el opio de los pueblos”. La simplista concepción de la Iglesia al servicio de la burguesía nubló la coincidencia más profunda que tienen el socialismo y el cristianismo: el amor como exigencia revolucionaria. Para quienes buscan -por encima de todo- la justicia social en las condiciones actuales con las herramientas a su alcance (la esperanza y la organización) es una posibilidad de nombrar a las élites por su nombre y de encarar a quienes se han escudado de las instituciones para el provecho individual a costa de los más desprotegidos so pretexto de la democracia. Por ello, el texto publicado por pontífice latinoamericano adquiere tal relevancia. 

Asimismo, hace algunos días, causó suspicacia una referencia que hizo Andrés Manuel ante la ONU. Algunos lo acusaron de pueblerino (y hasta de aldeano) por hablar de los valores de la Cuarta Transformación y citar al máximo exponente de la diplomacia mexicana, Benito Juárez, siempre vigente por la frase “El derecho ajeno es la paz”. Perdieron de vista que el mensaje de fondo es que las agendas globales no tienen sentido ni fundamento si no están acompañadas de un respaldo popular; que la relevancia radica en lo que es importante en la cotidianeidad para las mayorías; que los problemas y soluciones de México no son ni más ni menos importantes que los planteados en el concierto de las naciones. 

La obsesiva idea de situar en un espectro ideológico horizontal de izquierda-derecha a los mandatarios que, como Andrés Manuel, son apoyados por la mayoría popular, obedece a un pensamiento menospreciativo de lo propio y lo verdaderamente público. Las élites académicas siempre miraron hacia Europa y peor aún, algunos que no son élites miran con nostalgia a mandatarios (como el canadiense) que con una mano levantan la bandera LGBTTI en nombre las minorías y con la otra condenan pueblos por generaciones enteras; así, aspiran a un modelo de izquierda inexistente que solo habita en los libros rojos o en países del primer mundo, dándose el lujo de aislar a las mayorías de una teoría y práctica verdaderamente útil a su circunstancia. En resumidas cuentas, como dice Andrés Manuel, se trata de ayudar con lo que tengamos y hasta donde podamos, aunque la vida se nos vaya en ello o fallemos a la sagrada teoría escrita en los escritorios de países primermundistas. 

No es la primera vez que la religión y los líderes que aman y son amados por el Pueblo encuentran puntos en común. Frei Betto, fraile brasileño que entrevistó a Fidel Castro, escribió aquellas coincidencias que el revolucionario cubano comentó en la entrevista:

“la religión desde el punto de vista político, por si misma no es un opio o un remedio milagroso. Puede ser un opio o un maravilloso remedio en la medida en que se utilice o se aplique para defender a opresores y explotadores, o a los oprimidos y explotados, en dependencia de la forma que se aborden los problemas políticos, sociales o materiales del ser humano…pienso que se puede ser marxista sin dejar de ser cristiano y trabajar unido con el comunista marxista para transformar el mundo. Lo importante es que en ambos casos se trate de sinceros revolucionarios dispuestos a suprimir la explotación del hombre por el hombre y a luchar por la distribución justa de la riqueza social, la igualdad, la fraternidad y la dignidad de todos los seres humanos, es decir, ser portadores de la conciencia política, económica y social más avanzada”. 

 

Podrán tildar al Presidente Andrés Manuel, al Papa Francisco y al comandante Fidel Castro de anticuados o arcaicos por recurrir al evangelio y a los valores universales. Sin embargo, la historia, como maestra de vida, ha demostrado que las comunidades que enarbolan los valores universales de fraternidad y solidaridad se sostendrán en el tiempo y engrandecerán a sus naciones. El reconocimiento de los pueblos no radica en libertad económica de los individuos sino en la cooperación mutua, sin dejar de ver que el común denominador de estos tres actores es tener experiencia latinoamericana recién escrita. No solo han desafiado a las élites y pensadores conservadores sino a otros grupos privilegiados que insisten en concebir la izquierda como un fin inalcanzable y no como una herramienta útil ante la urgente necesidad de cambiar la realidad de las mayorías. 

La oportunidad histórica de cambiar el paradigma horizontal de izquierda-derecha y de ampliarlo (con mayorías organizadas en contra de oligarquías económicas) encuentra una alianza práctica en la teología de la liberación. Se halla con diversos actores que se concentren en la mejora de la vida de las por todos los medios posibles y no en seguir obsesivamente las recetas de los caminos andados que pudieron o no funcionar en el pasado. Esto posiblemente signifique renunciar al narcisismo que ofrece la academia y la autocomplacencia de los círculos de estudio donde le hablamos a nuestros espejos. 

La urgencia de atender las necesidades primarias obligará al Pueblo a organizarse, con la misma prisa que se va a misa los domingos para redimirse. El nuevo paradigma planteado por el Papa también consiste en abandonar la idea reduccionista del cristianismo y su cumplimiento como premio o castigo después de la vida. Invita a pensarlo como la búsqueda del bienestar material y del alma de todas las personas. La declaración de hacer de los problemas humanos y su solución la causa del cristianismo impactarán no solo en la política y en el sistema económico, sino en las relaciones sociales. Como dijo el Presidente “ayudar a los pobres no es comunismo, es el centro del evangelio”. 
 

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