La unión y la línea

En los movimientos políticos de izquierda, el desacuerdo es común. Muchos de nosotros tenemos experiencias directas con las discrepancias. Lo vivimos en asambleas, las infinitas votaciones y lo que parecería un defecto congénito de la crítica de izquierda: la incapacidad de ponerse de acuerdo. 

Normalmente, desde la oposición las dificultades cohesionan. El fraude de 2006, las manifestaciones contra las reformas estructurales y cada una de las veces en que hubo represión a los movimientos sociales izquierdistas, vimos que la capacidad de organización de la izquierda para forjar una identidad propia pesó más que los desacuerdos para avanzar.

Sin embargo, cuando dejamos la oposición y nos transformamos en gobierno, llegaron nuevas dificultades. El ejercicio del poder implica distribuir y descentralizar en alguna medida la influencia que se tiene. Esto tiene el objetivo de ocupar la mayor cantidad de espacios, como gubernaturas, diputaciones, regidurías y sobre todo un tema que siempre es espinoso: la repartición de los recursos.

Morena posee solo una breve historia como partido político. Tiene más tiempo como expresión del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, que convocó al Pueblo organizado a seguir resistiendo para eventualmente triunfar en las urnas. Por eso, debe de existir una nueva mística de organización en Morena y por lo que vivimos una disputa para definir qué significa el Obradorismo.

Yo creo que el Obradorismo significa apertura popular. Como simpatizante, llevo esperando un tiempo relativamente largo para poder afiliarme. Esto debe cambiar: el Pueblo está ansioso de abrir las puertas de Morena y encontrar la promesa de organización popular con muchísima gente que se prometió al triunfar en 2018. El poco diálogo desde el partido con los movimientos sociales para ofrecer captar sus demandas es prueba de ello.

Yo creo que el Obradorismo significa dignidad y organización. Muchos militantes llevan años esperando renovar los órganos estatales de sus partidos políticos de poder ejercer los recursos, tener una formación política de cuadros gobernantes y poder organizarse para ganar elecciones y garantizar que la Cuarta Transformación llegue a sus estados. Yo también soy uno de ellos.

Yo creo que el Obradorismo es poder popular. Por eso, la manera de procesar nuestros desacuerdos debe ser con un nuevo juego de balances y equilibrios. Esto implica nivelar las ansias de renovación y las combinaciones necesarias con los factores reales de poder para llevar la 4T al interior de la república. Supone reconocer trayectorias de digna militancia en la izquierda, pero también abrirse a la participación político-electoral de millones de morenistas que tenemos menos de 40 años.

El proceso de elección de la dirigencia y la secretaría general debe tener un fin. Es tiempo que la política ocupe el lugar que tienen hoy día las impugnaciones, los escritos, los juicios de protección de derechos electorales y todos los artilugios para evitar equilibrar las diferencias en la izquierda plural de Morena. No tenemos que ser amigos todos, basta con ser aliados en búsqueda de la Transformación. Si el acuerdo no llega, no le habremos fallado al partido. Le habremos fallado al país y eso es imperdonable. Esa es la única línea por seguir y la unidad que es más alcanzable para Morena. Si Morena no refleja la pluralidad de México, corre el riesgo de transformarse en un partido diluido y poco atractivo. Si no podemos resolver los problemas de la abundancia de participación, pronto tendremos que solucionar los de la escasez y todos sabemos en dónde termina esa historia.
 

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