El 3 de noviembre se celebraron unas elecciones presidenciales muy cerradas en Estados Unidos que contaron con una altísima participación ciudadana y nos dejaron con una sociedad dividida y sin opciones políticas reales que les permitan dirimir sus diferencias. Dicho suceso no solo causó revuelo en ese país, sino también en México. Aquí se realizaron una gran variedad de mesas de análisis; se enviaron corresponsales de distintos medios a Washington para reportar en vivo el proceso, y las redes sociales estuvieron a tope con el tema. Algo totalmente natural y esperado, ya que Estados Unidos no solo es la potencia más poderosa del mundo, sino que también está estrechamente ligado con nuestro país, por lo que decisiones económicas y políticas —sobre todo de tal magnitud— nos afectan directa e indirectamente. Extraño hubiese sido que todos nuestros ojos no hubieran estado puestos ahí.
Este texto no tiene la intención de hacer un recuento o de analizar lo acontecido en Estados Unidos. Seguro que cientos de artículos muy reveladores y de gente mucho más conocedora del tema saldrán de ambos lados del Río Bravo. Lo que busco es hacer notar cierto tipo de pensamiento que existe entre varias y varios miembros de la comentocracia mexicana (del que en lo personal, nunca me había percatado hasta el día de los comicios), ya que lo hicieron visible tanto en televisión como en Twitter: que Trump y Biden son totalmente distintos entre sí y es ridículo verlos como iguales, mientras que en otras ocasiones han insinuado o afirmado que en México todos los políticos son lo mismo. Este tipo de comentarios me parecieron muy curiosos, dado que sobre su país ya les he escuchado mencionar que todos tienen prácticas priistas, que todos usan a las fuerzas armadas con los mismos fines, que todos son clientelares, etc. Y ahora, hasta en tono de regaño, pedían a la población no meter a los contendientes estadounidenses en el mismo saco, que es importante no ser reduccionistas para no terminar eligiendo a la peor opción por no saber apreciar las profundas diferencias que hay entre cada uno.
Es cierto que ni Trump ni Biden representan lo mismo, aunque ambos protegen a la oligarquía estadounidense y han cometido actos terribles, sería absurdo afirmar que son iguales. Es claro, al menos para mí, que un presidente abiertamente racista y xenófobo por segundo mandato consecutivo no es deseable para Estados Unidos ni para el mundo. Pero aquí yo me pregunto: ¿qué hay en esas diferencias entre los candidatos a la presidencia estadounidenses que les parecen tan notables y que al parecer no existen en los políticos de su país? ¿Por qué pueden salir con mucha seguridad a decir que Biden es mejor opción que Trump y no que Andrés Manuel o Morena sí representan algo distinto al PRI y al PAN? ¿De verdad aquí son lo mismo y allá es muy evidente que no lo son?
El Presidente de México tiene una agenda que ha limitado los intereses de los más grandes oligarcas del país —tanto que uno de ellos incluso tuvo que crear un grupo para aglutinar a toda la oposición—; tiene una política exterior incluyente con miras muy distintas a las de los gobiernos anteriores y, entre muchas otras cosas, mantiene un gobierno cercano a la gente, cuando a los otros partidos les siguen siendo ajenas las personas de a pie. Pero ¿será que de verdad tienen razón y no hay mayor diferencia para quienes se encuentran en situación de pobreza si gobierna uno u otro? Para mí es muy evidente que no. Vivimos en una democracia. La diversidad de pensamiento es siempre bienvenida, pero pedir no hacer análisis sin rigurosidad sobre la política estadounidense y sí hacerlo en México refleja hipocresía, o por lo menos, aspiracionalidad. Como diría Alejandro Dolina: “Para quienes dicen todos los políticos son lo mismo, les contesto que para un analfabeto todos los libros son iguales”.
