A estas alturas no queda ya la menor duda de que la derecha se está reagrupando y que lo está haciendo en torno a un proyecto muy claro: regresar a donde estábamos hace sólo 2 años, salvar el statu quo de lo que aún se encuentra en proceso de ser modificado -que es mucho-, y volver a un régimen diseñado por sistema para el mejor flujo de la corrupción, la impunidad y los privilegios.
Habían venido resistiendo de manera atomizada, atropellada y tan burda que dieron la percepción de no haber entendido por qué perdieron el poder político. Es probable que en su cálculo estuviera, también, la idea de que la transformación que venía no lo hiciera en serio: entonces se establecerían negociaciones que posibilitarían el mantener ejes estructurales que, por un lado, volvieran a igualar a toda la clase política ante los ojos del electorado y, por el otro, que las cosas quedaran lo suficientemente igual como para poder regresar a retomar el lugar en el que se quedaron.
Pero luego han venido una serie de modificaciones de fondo que no han facilitado ni lo uno ni lo otro: la reforma al 4º constitucional, las investigaciones en curso contra procesos de corrupción de alto nivel en administraciones anteriores, la revocación de mandato (que obligaría a cualquier presidente a rendir cuentas periódicamente), la desaparición de los fideicomisos y de mecanismos de intermediación discrecional en la administración de recursos (también con los estados, por ejemplo), la recuperación de Pemex y de sectores estratégicos de recursos nacionales, el reordenamiento y aplicación de la ley en materia de recaudación fiscal y, hoy, la regulación de la subcontratación que tanto terreno había ganado en el sector privado y en el público. Esto, junto con una serie de definiciones en el marco de la lucha contra Covid-19, ha dejado muy claras las prioridades de este gobierno, distinguiéndolo sin duda de los anteriores.
No la tienen fácil y hoy se muestran claramente desesperados pero, también, reagrupados en un solo bloque que ya entiende muy bien frente a qué se encuentra, y empieza a lanzar una estrategia común que constituiría un despropósito subestimar, en la medida en la que este proyecto apunta a apelar y a hacer tierra con un sector que también votó por la transformación bajo la idea romántica de que sólo tocaría, allá lejos, a “los de más arriba”: la clase media, sobre todo la intelectual. Este sector podría convertirse, bien jugadas las cartas de la derecha, en la bisagra que posibilite el regreso del viejo régimen.
Y es que el pasado del que venimos y, que aún mantiene inercias, no sólo posibilitó enriquecerse a los más ricos y poderosos del país. Tampoco mantuvo su base electoral únicamente ofreciendo tortas. Tejió una red de complicidades no escritas y bien normalizadas entre amplios sectores de la sociedad que, por ejemplo, se acomodaron en que no había que pagar impuestos. Era, por otro lado, un sistema que, por su diseño discrecional y de amiguismos salpicaba, y bien, entre sectores que en el discurso han sido progresistas, siempre y cuando no se les toquen sus pequeñas certezas (de lo cual el drama de los fideicomisos ha sido una gran revelación). A la hora de la verdad, muchos de estos sectores de la academia, la burocracia, la cultura, el arte y de la representación de causas sociales (auto asumida en muchos casos), no encuentran ya tan seductora la idea de una transformación profunda en la que haya que esperar, en la que no son protagonistas, intermediarios o intérpretes de una realidad con la que, hoy se ve, se encontraban a años luz. Y ahora, al mismo tiempo en el que estos se viven decepcionados, la derecha del país se aglutina con el firme propósito de desacreditar toda iniciativa del gobierno desde el discurso de que, en realidad, lo que hace golpea a las clases más necesitadas.
La batalla por ganar la narrativa está más viva que nunca y harán uso, como lo han hecho, de lo que sea necesario. La gran pregunta es si el proceso por el cual se están transformando nociones sobre la economía moral, la ética en el ejercicio público y la responsabilidad compartida de todos los sectores sociales en esta transformación, estará suficientemente consolidado frente a la campaña mediática que se viene y que hace ojitos a quienes empiezan a añorar el pasado. El 2021 será un año intenso.



