Como en las tres entregas anteriores de esta serie —la introductoria, la dedicada al jaguar y la centrada en deforestación— el punto de partida es la conversación digital. Y en el caso del acuífero y de los cenotes de la Península de Yucatán, la evidencia muestra un patrón que se repite con exactitud: la construcción de una narrativa ambiental donde el Tren Maya aparece como la principal amenaza, aun cuando los datos científicos señalan causas mucho más profundas, antiguas y estructurales para el deterioro del agua subterránea.
La razón por la cual esta narrativa ha tenido tanta fuerza es que toca un sistema excepcionalmente frágil. La Península de Yucatán descansa sobre un gran acuífero kárstico: una plataforma de roca caliza altamente porosa, sin ríos superficiales, compuesta por miles de grietas, cavernas y túneles interconectados. En este tipo de sistemas, todo lo que se vierte al suelo —aguas residuales, químicos agrícolas, escorrentías urbanas— se infiltra casi de inmediato y viaja largas distancias por el subsuelo. La interconexión hídrica implica que una alteración localizada puede propagarse hacia otras zonas, y que la contaminación, una vez instalada, es prácticamente irreversible a gran escala. Por eso, el acuífero es uno de los ecosistemas más sensibles del país, y cualquier discusión pública sobre su estado requiere precisión técnica y evidencia verificable.
El primer hallazgo del análisis de conversación es contundente: cuando el ecosistema digital habla de cenotes, habla del Tren Maya. En el estudio de conversación general sobre cenotes (octubre 2024–octubre 2025), el 69.6% de todas las menciones se agrupan en la categoría “cenotes en riesgo por el Tren Maya”. Muy lejos quedan temas que son, desde la perspectiva hidrogeológica, los verdaderamente relevantes: contaminación por empresas (20.7%), presión turística (4%), desarrollos inmobiliarios irregulares (3.5%), carreteras (2%), o limpiezas ciudadanas (0.2%).
En otras palabras: la primera línea discursiva del tema “cenotes” es el Tren Maya, incluso cuando la evidencia señala otra cosa.
Cuando se analiza exclusivamente el cruce temático “Tren Maya + cenotes”, la concentración es todavía más marcada: más del 60% de esa conversación sostiene variaciones de una misma idea —que el proyecto ferroviario es la amenaza principal para cavernas y agua subterránea. El resto se distribuye entre videos virales de pilotes, imágenes aéreas de desmontes y advertencias reiteradas sobre supuesta contaminación irreversible.
Este patrón se confirma fuera de redes sociales. El análisis de tendencias de Google Trends (2021–2025) muestra que los picos de interés sobre “cenotes”, “acuífero” o “agua subterránea” coinciden casi siempre con coyunturas político-electorales, suspensiones judiciales, comparecencias públicas o campañas de activismo visual. No coinciden con estudios técnicos nuevos ni con eventos relevantes de monitoreo hidrogeológico. Coinciden con momentos políticamente rentables.
Este fenómeno ya lo habíamos identificado en la narrativa del jaguar: los temas ambientales asociados al Tren Maya se vuelven “reactores de interacción”, moldeados por incentivos de polarización, visibilidad y ganancia simbólica. En cenotes, el efecto es aún mayor: el cenote funciona como ícono turístico, cultural y moral. Nada genera más clics que un video donde un pilote parece atravesar una cueva subterránea. La emocionalidad del símbolo multiplica el impacto de la narrativa.
El resultado es una percepción profundamente desequilibrada, que produce tres efectos centrales:
- Se instala la idea de que el Tren Maya es la principal causa de deterioro del acuífero, aunque la evidencia demuestra que los factores más lesivos —falta de drenaje, descargas residuales, agroindustria, minería, crecimiento urbano desordenado— son previos y mucho más extensos.
- Los momentos de mayor conversación coinciden con picos político-electorales, lo que indica un uso estratégico de la narrativa ambiental como herramienta de disputa simbólica.
- Se forma un consenso percibido en el cual la 4T aparece como el actor ambiental más destructivo de la península, no por el balance real de impactos acumulados, sino por la asociación casi automática entre “cenotes”, “acuífero” y “destrucción” con la imagen del tren y del gobierno que lo impulsó.
El resultado es el mismo que documentamos en las entregas previas: una conversación ambiental configurada más por incentivos políticos que por datos verificables, donde un solo proyecto —visible, polémico y altamente rendible en términos narrativos— concentra culpas que corresponden en realidad a procesos mucho más amplios.
Este reportaje busca corregir esa distorsión.
No niega los impactos del Tren Maya —existen, están documentados y deben ser mitigados—, pero coloca el fenómeno en su escala real: un impacto localizado frente a problemas estructurales que llevan décadas deteriorando el acuífero maya.
Para hacerlo, el texto se organiza en tres partes:
- Parte I — Evidencia científica sobre el acuífero: qué sabemos sobre su fragilidad, sus dinámicas kársticas y los factores estructurales de contaminación.
- Parte II — Comparación de impactos: cómo se posicionan el drenaje, la basura, la agroindustria, las megagranjas, la urbanización irregular y la minería frente al impacto real del tren.
- Parte III — El Tren Maya en contexto: qué daños verificó Semarnat, en qué sitios ocurrieron, qué escala tienen y cuál es su dimensión comparada.
Con esta hoja de ruta, avanzamos hacia la discusión central: qué está realmente amenazando el acuífero maya y por qué la conversación pública decidió mirar hacia otro lado.
Parte 1 – La construcción digital del “agua en riesgo”
El posicionamiento del Tren Maya como la principal amenaza para el acuífero maya no surgió de los datos técnicos ni de los diagnósticos hidrogeológicos disponibles, sino de una construcción narrativa consolidada en el ecosistema digital. Desde 2022, y con especial intensidad entre 2023 y 2025, el tema “cenotes” quedó prácticamente capturado por la controversia político-electoral en torno al tren.
Los análisis de conversación muestran un patrón inequívoco: la conversación pública sobre cenotes está dominada por el Tren Maya, no por los factores que la evidencia científica identifica como los más dañinos para el acuífero. En la medición de la conversación general sobre cenotes (octubre 2024–octubre 2025), el 69.6 % de las menciones se concentró en la categoría “cenotes en riesgo por el Tren Maya”. El resto de los temas —contaminación por empresas, impactos turísticos, desarrollos inmobiliarios o carreteras— aparece fragmentado y con volúmenes marginales, a pesar de que son precisamente los que explican los procesos de degradación observados en campo.
Este desplazamiento temático no es casual. Al revisar los picos de conversación, se observa una correlación directa con momentos de alta tensión político-electoral: campañas estatales y federales, conflictos mediáticos, litigios judiciales, suspensiones de obra, comparecencias de Semarnat o intervenciones públicas de actores políticos opositores. La indignación ambiental se activó no por nuevos estudios o hallazgos, sino por coyunturas que maximizaban el rendimiento político y mediático del tema.
En el cruce temático “Tren Maya + cenotes”, la concentración es aún más pronunciada: más del 60 % de la conversación sostiene la premisa de que el proyecto ferroviario amenaza de manera directa la integridad del manto acuífero. Esta narrativa se articula alrededor de un conjunto reconocible de imágenes y afirmaciones virales: videos de pilotes sobre ríos subterráneos, grabaciones desde cavernas inundadas, fotografías aéreas de desmontes, y advertencias generalizadas de contaminación irreversible.
A esto se suma un elemento simbólico que refuerza su potencia emocional: los cenotes ocupan un lugar único en el imaginario colectivo de México y del extranjero. Son espacios turísticos, culturales, espirituales y científicos. Representan la península ante el mundo. Convertirlos en emblema de la destrucción ambiental amplifica cualquier mensaje, sin importar su precisión técnica. En términos narrativos, los cenotes operan como un “amplificador moral”: cualquier daño percibido se traduce inmediatamente en una crisis ambiental mayor.
El resultado fue la construcción de un consenso digital percibido, según el cual el Tren Maya era —y debía ser— el centro de la preocupación ambiental sobre el agua subterránea de la península. En esta lógica, la 4T aparece como el actor responsable del deterioro del acuífero, aun cuando los indicadores históricos muestran que los problemas de contaminación y colapso hidrogeológico anteceden por décadas al proyecto ferroviario.
Lo que ocurre no es un fenómeno aislado: es la tercera vez, en esta serie, que encontramos el mismo patrón.
- En la entrega sobre jaguares: el tren fue convertido en el principal riesgo para el felino, aun cuando los registros oficiales mostraban que los atropellamientos ocurrían en carreteras.
- En la entrega sobre deforestación: el tren fue presentado como la principal causa de pérdida forestal, pese a que la agricultura, la ganadería y el desarrollo urbano explican más del 80 % de la deforestación histórica.
- En esta entrega: el tren vuelve a ocupar el centro de la conversación, desplazando los factores que realmente contaminan el acuífero y deterioran los sistemas kársticos.
Así, la narrativa del “agua en riesgo” se consolidó no como el reflejo de una evaluación técnica, sino como una construcción comunicativa asociada a momentos de visibilidad política y a la fuerza simbólica de los cenotes. Lo que está en disputa no es únicamente el impacto ambiental del proyecto, sino el marco interpretativo desde el cual se define qué es un riesgo, quién lo produce y quién debe cargar con la responsabilidad pública de enfrentarlo.
PARTE 2 — Evidencia hidrogeológica y comparativa: lo que realmente degrada el acuífero maya
Comprender el deterioro del acuífero maya exige partir de un hecho hidrogeológico fundamental: la Península de Yucatán se asienta sobre un acuífero kárstico, un sistema construido sobre roca caliza extremadamente porosa, sin ríos superficiales y compuesto por una red intrincada de grietas, galerías y ríos subterráneos. Investigaciones de la UNAM, la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) y trabajos académicos revisados por pares —como los estudios de Long et al. (2018) en Applied Geochemistry y el análisis de González-Herrera et al. (2018) sobre riesgo de contaminación del acuífero yucateco— coinciden en una premisa central: una vez que un acuífero kárstico es contaminado, la dispersión es inmediata y la recuperación es prácticamente imposible a gran escala. Cualquier contaminante, desde aguas residuales hasta agroquímicos, viaja con rapidez a través de las cavernas interconectadas, infiltrándose en cuestión de horas.
Este funcionamiento explica por qué el deterioro del agua subterránea de la península es un fenómeno mucho más antiguo y profundo que el Tren Maya, y por qué las causas estructurales rebasan ampliamente cualquier impacto puntual asociado a la obra ferroviaria. La evidencia técnica proveniente de estudios oficiales, académicos, ambientales y de campo es inequívoca: la degradación del acuífero maya es resultado de procesos acumulativos de décadas, donde el tren ocupa un lugar marginal frente a factores urbanos, industriales y agrícolas.
La principal causa documentada del deterioro del acuífero no proviene de grandes obras de infraestructura, sino de la falta de drenaje sanitario. En el estado de Yucatán, apenas el 13 % de la población está conectada a la red pública de alcantarillado, según el Observatorio Ciudadano del Agua de Yucatán (OCCAY, 2024) y datos del INEGI. En Quintana Roo, aproximadamente 448 mil habitantes —equivalentes al 22.5 % de la población estatal— descargan aguas negras directamente al subsuelo (Por Esto!, 2023). Este volumen constante de descargas hace que miles de litros de aguas residuales fluyan cada día hacia un suelo poroso que carece de mecanismos naturales de filtración.
Las consecuencias están ampliamente documentadas. Muestreos oficiales realizados en cenotes cercanos a Tulum detectaron Escherichia coli, bacteria de origen fecal, en más de una decena de cuerpos de agua, una señal inequívoca de infiltración de aguas negras (La Jornada Maya, 2020; Quintana Roo Hoy, 2025). Estudios compilados por medios regionales señalan que más del 80 % de los cenotes de Quintana Roo ya muestran contaminación bacteriológica. Estos hallazgos coinciden con más de una década de trabajo de campo del buzo-espeleólogo Roberto Rojo (Echoliu), quien ha documentado turbidez creciente, pérdida de fauna cavernícola, acumulación de basura y presencia sostenida de bacterias fecales en sistemas subterráneos desde mucho antes del inicio del Tren Maya.
A la contaminación bacteriana se suma la contaminación química derivada del manejo deficiente de residuos sólidos. Según Canal 10 (2024), limpiezas ciudadanas realizadas en unos 70 cenotes urbanos extrajeron más de treinta toneladas de basura en pocos meses. En los sistemas subterráneos se han encontrado botellas, tuberías, piezas metálicas, electrodomésticos y bicicletas. Estudios locales citados por Quintana Roo Hoy en 2025 identificaron, además, residuos de nicotina, cafeína, antibióticos y metales pesados en muestras de agua de cenotes y pozos someros. Estos contaminantes no tienen relación alguna con el tren: proceden de basureros clandestinos, drenajes informales y lixiviados urbanos que llevan décadas filtrándose al subsuelo.
La segunda gran fuente de deterioro del acuífero es la agricultura intensiva. Investigaciones del OCCAY, la UNAM y un estudio de Arcega-Cabrera citado por National Geographic (Rojas Contreras, 2025) muestran la presencia de niveles excesivos de nitratos en más de la mitad de los pozos de Yucatán, así como plaguicidas organoclorados —heptacloro, lindano, endosulfán— en pozos del Anillo de Cenotes. Estos compuestos se infiltran fácilmente por el suelo calizo, alcanzando los ríos subterráneos y provocando fenómenos de eutrofización, pérdida de oxígeno y mortandad de fauna acuática. Algunos de estos contaminantes se han asociado incluso a riesgos para la salud pública, como metahemoglobinemia en infantes y la posible relación con cánceres vinculados a altos niveles de nitratos.
Un actor particularmente relevante en esta ecuación es la ganadería porcícola industrial, cuyo impacto ambiental ha sido señalado repetidamente por el Center for Biological Diversity (2021–2024) y el OCCAY. En Yucatán operan más de 250 megagranjas; solo en 2019 se registraron 410 unidades que produjeron 2.2 millones de cerdos al año. Los residuos generados por esta actividad —purines con altas concentraciones de nitrógeno, fósforo, antibióticos, hormonas y coliformes fecales— presentan una carga contaminante equivalente o superior a la que genera toda la población humana del estado, según DPLF (2020). Peor aún: al menos el 37 % de estas granjas operaban sin plantas adecuadas de tratamiento de residuos. Los impactos documentados incluyen pérdida de oxígeno en cuevas inundadas, contaminación bacteriana severa y afectaciones en cenotes próximos a zonas porcícolas, incluso dentro de áreas naturales protegidas.
A esta presión se suma el desarrollo urbano inmobiliario y turístico desordenado, responsable de buena parte de la degradación reciente del acuífero. En Tulum, por ejemplo, La Jornada (2023–2024) ha documentado más de doscientos desarrollos construidos sin Manifestación de Impacto Ambiental en los últimos quince años, con densidades que alcanzan los 180 departamentos por hectárea —cuando el plan urbano establece un máximo de doce. El resultado ha sido la saturación de pozos, descargas directas al manto freático y el colapso sanitario de lagunas costeras. En Playa del Carmen, numerosos cenotes urbanos han sido convertidos en basureros subterráneos; en Holbox, la extracción desmedida de agua para el turismo agotó mantos someros completos.
Otro caso particularmente grave es el de Calica/Sac-Tun, donde la minería a cielo abierto destruyó aproximadamente 1,200 hectáreas de selva y afectó al menos tres cenotes, según Semarnat y reportes de Milenio (Montes, 2024). La remoción masiva de roca caliza alteró los flujos hidrológicos y provocó daños considerados irreversibles. La recuperación ambiental total fue estimada en más de 34 mil millones de pesos y catalogada por especialistas como “técnicamente imposible”.
El análisis comparativo de todas estas presiones revela un patrón claro: la degradación del acuífero maya es resultado de múltiples dinámicas acumulativas —urbanas, agrícolas, ganaderas, mineras— que operan desde hace décadas y que en conjunto han provocado una contaminación generalizada. Frente a ellas, los impactos atribuibles al Tren Maya —verificados y acotados a ocho cavernas y un cenote, principalmente durante la construcción del Tramo 5 Sur— representan un porcentaje mínimo del deterioro general. La evidencia documental, científica y de campo demuestra que el tren no es ni la causa principal, ni el riesgo dominante del sistema hídrico peninsular.
Lo que la conversación digital dramatizó como un proceso de “devastación total” se reduce, en términos técnicos, a un conjunto de afectaciones puntuales, mitigables y localizadas. En contraste, las causas estructurales del deterioro —aguas residuales, basura, agroquímicos, megagranjas y turismo desordenado— continúan operando a gran escala y con impactos miles de veces mayores sobre la calidad del agua.
PARTE 3 — El impacto real del Tren Maya en cenotes, cavernas y el acuífero kárstico
La magnitud del impacto ambiental del Tren Maya ha sido uno de los temas más controvertidos del debate público. En redes sociales, el proyecto fue asociado con la idea de una “destrucción irreversible” del subsuelo kárstico, una narrativa que sugería el colapso de cavernas, la pérdida masiva de cenotes y la contaminación permanente del acuífero. Como ha ocurrido a lo largo de esta serie, la evidencia técnica disponible muestra un panorama mucho más acotado: sí hubo afectaciones, sí hubo errores de obra, pero su escala es limitada, está localizada y no se acerca a la devastación generalizada que dominó la conversación digital.
Los peritajes más sólidos provienen de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), que en octubre de 2025 reportó ante el Congreso que las afectaciones verificadas se concentraron exclusivamente en el Tramo 5 Sur. De acuerdo con la comparecencia de la secretaria Alicia Bárcena, los daños identificados incluyen ocho cavernas y un cenote donde se registraron colapsos parciales de bóvedas, infiltraciones de concreto y taponamientos de galerías durante la fase constructiva (El Financiero, 08/10/2025; Infobae México, 07/10/2025). Estos incidentes ocurrieron principalmente en zonas del sistema Aktun Tuyul, al norte de Playa del Carmen, un corredor subterráneo de alta fragilidad geológica.
La autoridad precisó, además, que ya se encuentran en marcha trabajos de retiro de concreto, limpieza de galerías y estabilización interna, con supervisión continua de Semarnat y especialistas en espeleología. Este punto es relevante: los daños no se ocultaron ni se negaron; fueron reconocidos públicamente, delimitados espacialmente y sujetos a programas de remediación.
La evidencia de obra: pilotes, turbidez y destrucción de formaciones
Más allá de los colapsos puntuales, existen registros independientes de impactos adicionales vinculados a la ingeniería del viaducto elevado. Espeleólogos locales documentaron columnas de concreto colocadas dentro de sistemas cavernosos, incluyendo cavidades asociadas a los complejos Manitas–Oppenheimer (El Universal, 2022–2025). En algunos casos, la inserción de pilotes alteró la circulación natural de aire y agua en galerías subterráneas, provocando turbidez temporal en cuerpos de agua que previamente eran cristalinos y la pérdida de formaciones geológicas milenarias en los puntos exactos de perforación.
Aunque estos efectos son relevantes desde el punto de vista ecológico y espeleológico, la evidencia disponible indica que se trata de intervenciones localizadas, no de una afectación masiva o regional al sistema de cenotes. De hecho, buena parte del trazo del Tramo 5 fue reconfigurado en 2022 para evitar cavidades mayores y reducir el número de pilotes en zonas críticas.
La comparación crítica: impacto lineal versus impactos estructurales
En términos hidrogeológicos, el punto más importante es el siguiente: el Tren Maya no introduce fuentes continuas de contaminación al acuífero. La obra no genera descargas sistemáticas de aguas negras, agroquímicos, purines, lixiviados ni residuos urbanos, que son las principales causas de deterioro del subsuelo kárstico documentadas en la Parte 2.
El impacto del tren es puntual y lineal, ligado a:
- la inserción de pilotes en áreas sensibles,
- la alteración física de algunas cavidades,
En cambio, las actividades que realmente deterioran el acuífero —contaminación fecal por falta de drenaje, agroquímicos, granjas porcícolas, basureros clandestinos, desarrollos irregulares— producen descargas continuas, difusas y acumulativas, que afectan diariamente la calidad del agua y la salud de los ecosistemas subterráneos.
La comparación es, por tanto, estructural: mientras los impactos del tren ya fueron identificados y están en proceso de mitigación, los otros factores siguen operando sin control y sin supervisión suficiente, generando una presión crónica sobre el acuífero. Las muestras con E. coli en múltiples cenotes —descritas en la Parte 2— no provienen de pilotes ni de concreto, sino de la infiltración persistente de aguas residuales domésticas (La Jornada Maya, 2020).
Un impacto real, pero no el central
El balance técnico actual es claro:
- Sí hubo daños: ocho cavernas y un cenote afectados, más intervenciones puntuales en otros sistemas.
- Sí existen impactos ecológicos reales, especialmente en términos de turbidez, formaciones dañadas y pérdida de vegetación.
- Sí debe haber remediación, restauración y monitoreo independiente.
Pero también es cierto que:
- La escala de estos impactos es limitada.
- La geografía es precisa y acotada.
- La intensidad es baja comparada con los factores estructurales de contaminación del acuífero.
- El tren no es la causa principal del deterioro del agua subterránea en la península.
La narrativa de “colapso total” no se sostiene en los datos disponibles. La obra tuvo errores y afectaciones, como cualquier infraestructura de gran escala, pero su impacto hidrogeológico está lejos de ser comparable con el deterioro masivo y sostenido generado por décadas de urbanización desordenada, ausencia de drenaje y actividades agropecuarias intensivas.
Con estas precisiones, la serie puede avanzar a la sección final: los mitos principales y la conclusión editorial, donde se integrará este análisis con las entregas previas de jaguares y deforestación.
| Afirmación | Veredicto | Evidencia técnica y verificable |
| “El Tren Maya destruyó decenas o incluso cientos de cavernas y cenotes.” | FALSO | La Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat) reportó oficialmente que las afectaciones verificadas se concentran exclusivamente en el Tramo 5 Sur, con ocho cavernas y un cenote dañados por colapsos parciales, taponamientos y filtraciones de concreto durante la obra (El Financiero, 08/10/2025; Infobae México, 07/10/2025). No existe evidencia técnica ni peritajes independientes que sustenten cifras superiores. Las afectaciones son localizadas y acotadas, no masivas. |
| “La construcción del tren contaminó el acuífero y los cenotes de manera irreversible.” | FALSO | Los episodios de turbidez y presencia de concreto se documentaron en cavidades específicas, pero no existe evidencia de contaminación regional o irreversible del acuífero. El tren no introduce fuentes continuas de carga contaminante (aguas negras, purines, lixiviados, agroquímicos). En contraste, más del 80 % de los cenotes de Quintana Roo ya presentaban contaminación bacteriológica (incluida E. coli) antes del Tren Maya, debido a descargas domésticas sin tratamiento (La Jornada Maya, 2020; Quintana Roo Hoy, 2025). |
| “El tren es la principal amenaza para el manto acuífero de la Península de Yucatán.” | FALSO | Los estudios técnicos identifican como principales fuentes de deterioro del acuífero: falta de drenaje y descargas residuales, agricultura intensiva, megagranjas porcinas, residuos sólidos, urbanización irregular y minería. Estas fuentes generan contaminación crónica, difusa y persistente, no comparable con los efectos puntuales del tren. La evidencia consolidada en esta serie muestra que el Tren Maya es, en la ecuación regional, un factor minoritario. |
| “El Tren Maya ha causado un ecocidio en la red de cenotes.” | FALSO | No existen estudios académicos o peritajes oficiales que documenten un “ecocidio” regional. Las afectaciones verificadas son puntuales, la remediación está en curso, y la red de cenotes mantiene funcionalidad hidrogeológica. En cambio, la eutrofización, los coliformes fecales, la presencia de agroquímicos y la infiltración de residuos sólidos —todas fuentes previas al tren— sí representan amenazas sistemáticas para los ecosistemas subterráneos (OCCAY 2024; Long et al., 2018; González-Herrera et al., 2018). |
Conclusiones: datos contra narrativa
La evidencia reunida en este reportaje confirma un patrón que se repite en todas las entregas de esta serie: la conversación ambiental sobre el Tren Maya ha operado más como un artefacto político que como un reflejo fiel de los impactos reales en la Península de Yucatán. Al igual que en los casos del jaguar y la deforestación, la narrativa dominante sobre los cenotes y el acuífero maya se construyó alrededor de un símbolo —el tren— que absorbió casi toda la atención pública, desplazando los factores estructurales que llevan décadas deteriorando el subsuelo kárstico y la calidad del agua en la región.
Los datos técnicos son inequívocos. Antes del Tren Maya, más del 80 % de los cenotes ya presentaban contaminación bacteriológica, incluyendo Escherichia coli, como documentaron estudios citados por La Jornada Maya y muestreos oficiales en Tulum. De manera paralela, investigaciones hidrogeológicas (Long et al., 2018; González-Herrera et al., 2018) muestran concentraciones elevadas de nitratos y plaguicidas asociadas a agricultura intensiva y ganadería porcícola, así como la infiltración crónica de residuos urbanos por la ausencia de drenaje formal. A ello se suma el impacto acumulado del desarrollo inmobiliario irregular y de actividades extractivas como Calica, que durante más de treinta años modificaron cavernas, destruyeron cenotes y alteraron los flujos subterráneos sin generar el escrutinio que hoy concentra el proyecto ferroviario.
Frente a este panorama, insistir en que el Tren Maya es el principal agente de degradación del acuífero constituye una forma de distorsión ambiental. No porque la obra esté exenta de impactos —los daños documentados en ocho cavernas y un cenote son reales y requieren mitigación continua—, sino porque su magnitud es incomparable con las presiones históricas y sistemáticas que han afectado a la península. La narrativa que presenta a la 4T como el actor más destructivo de la Selva Maya y del manto freático no se sostiene en los registros técnicos disponibles. Por el contrario, omite deliberadamente que los principales focos de contaminación y pérdida de ecosistemas tienen raíces previas y profundas, y que su solución exige políticas públicas de largo aliento, no solo indignación episódica.
A pesar de ello, la conversación digital ha logrado instalar un consenso percibido según el cual el tren es el enemigo central del agua en la región. Este desplazamiento del foco no es accidental: coincide sistemáticamente con momentos de tensión político-electoral y con incentivos de visibilidad mediática que privilegian imágenes impactantes —pilotes en cavernas, videos virales, fotografías aéreas— sobre diagnósticos rigurosos. Se trata de una injusticia narrativa importante: atribuir al proyecto político de la 4T la responsabilidad principal de un deterioro que inició décadas antes y que ha sido provocado, en su mayoría, por actores privados, industriales y urbanos que rara vez aparecen en la conversación pública. En varios casos, incluso hay evidencia de esfuerzos sociodigitales deliberados para amplificar selectivamente fallas del tren y minimizar causas estructurales de mayor escala.
Lo que muestran los datos, en suma, es una historia menos cómoda pero más verdadera: el Tren Maya no es la principal amenaza para el acuífero maya; tampoco el origen del deterioro de los cenotes. Su impacto existe, es verificable y debe atenderse, pero está lejos de ser el eje central del problema. El riesgo real para el futuro hídrico de la península proviene del rezago histórico en drenaje sanitario, de la expansión agroindustrial sin control, de la ganadería intensiva, de la minería, de la urbanización caótica y del manejo deficiente de residuos. Mientras esos factores permanezcan sin atender, el acuífero seguirá degradándose, con o sin tren.
La lección de fondo es clara: una narrativa ambiental distorsionada puede convertirse en un obstáculo para la acción climática y la política pública. Cuando la atención colectiva se desvía hacia un solo actor por razones simbólicas o electorales, se dejan sin escrutinio los procesos que realmente determinan la salud del ecosistema. Si queremos proteger la última gran reserva de agua dulce del sureste mexicano, el debate debe volver a centrarse en lo estructural, no en lo viral. Las soluciones están en el drenaje, en la regulación, en la contención de la agroindustria contaminante, en la ordenación territorial, en la vigilancia ambiental y en la restauración del territorio, no en la simplificación de un solo proyecto.
El Tren Maya pasará —con sus aciertos, sus errores y sus programas de mitigación—, pero el acuífero maya permanecerá. Y su destino dependerá no de lo que se grite en redes sociales, sino de la capacidad colectiva de enfrentar las causas reales de su deterioro. En última instancia, cuidar el agua requiere cuidar también la verdad. Sólo así podremos construir un futuro sostenible para la península, más allá de cualquier coyuntura política.
Lista de citas y fuentes
1. Fuentes periodísticas y de monitoreo
- La Jornada Maya (2020, 3 de febrero). “Cenotes de Yucatán presentan coliformes fecales: Sergio Grosjean.” https://www.lajornadamaya.mx/yucatan/166756/Cenotes-de-Yucatan-presentan-coliformes-fecales–Sergio-Grosjean
- Quintana Roo Hoy (2025, 27 de mayo). “8 de cada 10 cenotes están contaminados en Quintana Roo.” https://quintanaroohoy.com/quintanaroo/8-de-cada-10-cenotes-estan-contaminados-en-quintana-roo/
- El Financiero (2025, 8 de octubre). “Alicia Bárcena reconoce daño ambiental por construcción del tramo 5 del Tren Maya: ‘Se afectó cenotes’.” https://www.elfinanciero.com.mx/nacional/2025/10/08/alicia-barcena-reconoce-dano-ambiental-por-construccion-del-tramo-5-del-tren-maya-se-afecto-cenotes/
- Infobae México (2025, 7 de octubre). “Semarnat admite daño ambiental en cenotes y cavernas del tramo 5 en el Tren Maya; aceleran regularizaciones.” https://www.infobae.com/mexico/2025/10/07/semarnat-admite-dano-ambiental-en-cenotes-y-cavernas-del-tramo-5-en-el-tren-maya-aceleran-regularizaciones/
- Por Esto! (Rodríguez, E.) (2023, 31 de octubre). “En Quintana Roo, 448 mil habitantes no cuentan con drenaje sanitario.” https://www.poresto.com/quintana-roo/2023/10/31/en-quintana-roo-448-mil-habitantes-no-cuentan-con-drenaje-sanitario-468213.html
- National Geographic (Rojas Contreras, I.) (2025, 19 de agosto). “The fight to preserve Mexico’s portals to the underworld.” https://www.nationalgeographic.com/environment/article/saving-mexico-cenotes-tren-maya
- La Jornada (Vázquez, P.) (2024, 6 de octubre). “Reforman ley ambiental en QR para frenar construcciones irregulares.” https://www.jornada.com.mx/2024/10/06/estados/020n2est
- Milenio (Montes, R.) (2024, 11 de octubre). “Calica destruyó tres cenotes, debe restaurar desastre ecológico causado: Semarnat.” https://www.milenio.com/politica/semarnat-pide-calica-responder-cenotes-destruyo
2. Literatura científica y técnica
- Long, D. T., Camacho, J., Tagle-Zamora, M., & Pacheco-Ávila, J. G. (2018). Influence of rainy season and land use on drinking water quality in a karst landscape, State of Yucatán, Mexico. Applied Geochemistry, 98, 265–277.
- González-Herrera, R. A., Gamboa-Vargas, J., González-Herrera, T., & Mendoza, M. E. (2018). El acuífero yucateco: análisis del riesgo de contaminación con apoyo de un sistema de información geográfica. Revista Internacional de Contaminación Ambiental, 34(4), 667–680.
- gob.mx — “Acuífero peninsular y vulnerabilidad hidrogeológica.”
- OCCAY (Observatorio Científico Ciudadano del Agua de Yucatán). (2024). “Principales fuentes de contaminación del agua en Yucatán.” https://occayucatan.org/
- Backer, DPLF (2023–2024). Informes sobre contaminación porcícola y nitratos en Yucatán.
- Seminarios de hidrogeología de la UNAM sobre contaminación difusa (2019–2024).
3. Documentos oficiales y gubernamentales
- SEMARNAT – Comparecencia de Alicia Bárcena ante el Senado (octubre 2025).
- SEMARNAT – Gaceta Ecológica (2024). Registros del Tramo 5 y reportes de vegetación afectada.
- (2023). Plan Integral de Manejo Ambiental del Tren Maya.
- CEMDA (2023). Estimaciones de superficie desmontada atribuible al Tren Maya.
- CONAFOR (2021). Informes nacionales y estatales de pérdida de cobertura forestal.
- CONANP (varios años). Datos sobre caletas, áreas naturales protegidas y corredores biológicos en Quintana Roo.
- CAPA Quintana Roo. Informes de saneamiento y red de drenaje.
- Gobierno de Quintana Roo (2024). Reforma ambiental estatal para control de desarrollos inmobiliarios sin MIA.
- SEMAQROO (Secretaría de Medio Ambiente de Quintana Roo). Reportes sobre contaminación de cenotes (2023–2025).
- Urbina, J. (2023). Análisis técnico de la MIA del Tramo 5 Sur. Sélvame del Tren / Consejo Civil MX.




