Por: Dunia Ludlow
El asesinato de Carlos Manzo, un hombre comprometido, es una llamada de alerta. No para cambiar de rumbo, sino para reafirmar que el camino trazado es el correcto, y que frente a los grandes retos del país hay que redoblar esfuerzos. Porque hacer buen gobierno, desde todos los niveles y trincheras, también es una forma de ayudar a la presidenta.
A Andrés Manuel López Obrador le tocó dar el giro de timón: mover el barco hacia un modelo de país que mira primero por los que menos tienen. A Claudia Sheinbaum le toca afinar los procedimientos, dar seguimiento puntual a las políticas públicas, y, por qué no, hacer una depuración de quienes se acomodan o se olvidan del propósito de servir. Su tarea no es menor: consolidar el movimiento, corregir inercias y demostrar que gobernar con valores también es gobernar con eficacia.
La violencia que hoy enfrentamos es heredada. Es el resultado de décadas de abandono, desigualdad y corrupción. Pero ahora toca erradicarla, al mismo tiempo que se saca de la pobreza a millones de mexicanas y mexicanos. Ese es el verdadero desafío: acabar con la raíz de la violencia, no con sus síntomas. Por eso es tan importante el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia: una estrategia integral que, en lugar de militarizar, pone el acento en el desarrollo, la educación y la cultura. Cualquier otro partido habría optado por enviar más soldados, como lo hizo Calderón. La presidenta, en cambio, ha decidido pensar en las causas, no solo en las consecuencias.
Sin embargo, hay voces de la derecha que ven el homicidio de Manzo como una oportunidad política. Carroñeros. Saben que la violencia que hoy lamentamos fue sembrada en sus gobiernos, pero gritan insultos y críticas como si no tuvieran historia. Convenientemente olvidan que Morena llegó al gobierno de Michoacán apenas en 2021, mientras que las décadas anteriores —donde se fraguó el caos y la violencia— fueron gobernadas por el PRI y el PRD. Políticos sin memoria que hoy pretenden dar lecciones de moral.
Pero para que la visión de la Cuarta Transformación funcione, hace falta que todos los que formamos parte del movimiento seamos congruentes. Las instituciones —la Fiscalía, la Auditoría, la Secretaría de Gobernación, la Contraloría, el propio partido y los coordinadores parlamentarios— deben asumir su responsabilidad y sancionar a los perfiles que no honran los principios de la transformación. No podemos permitir que casos de frivolidad, como el de la alcaldesa que justificó un collar de lujo como regalo del pueblo, manchen el esfuerzo colectivo de quienes creen en este proyecto.
Gobernar bien también es una forma de luchar contra la violencia. No se trata de más fuego, armas o muertos. Se trata de inteligencia, coordinación y ética pública. El movimiento de la Cuarta Transformación nació del pueblo y debe seguir siendo ejemplo de humildad, congruencia y eficacia. Porque si algo tenemos claro es que la paz no se impone: se construye. Y para lograrlo, hay que ayudarle más a la presidenta.




