El día de hoy, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) anunció el deceso de uno de los mexicanos más ilustres: el químico mexicano Mario Molina, quien en 1995 obtuvo el Premio Nobel de Química.
Lamento el fallecimiento del doctor Mario Molina Pasquel y Henríquez, destacadísimo científico mexicano, defensor del medio ambiente y Premio Nobel de Química. Mi abrazo a familiares y amigos.
— Andrés Manuel (@lopezobrador_) October 7, 2020
El doctor Molina nació en la Ciudad de México en 1943 y fue ingeniero químico egresado de la UNAM; realizó estudios de posgrado en la Universidad de Friburgo, Alemania y recibió un doctorado en Fisicoquímica de la Universidad de California, Berkeley, en Estados Unidos.
El 11 de octubre de 1995, Mario Molina recibió el Premio Nobel de Química, junto con su amigo y colaborador Sherwood Rowland, de la Universidad de California y el danés Paul Crutzen, del Instituto Max-Planck de Química de Mainz, Alemania.
Desde muy pequeño, Mario Molina manifestaba una curiosidad innata para la investigación científica. Según sus propias palabras, de niño quedó incluso convirtió uno de los cuartos de baño de su casa en un improvisado laboratorio, que llenó de artefactos para hacer experimentos.
En 1972 Mario Molina se unió por vez primera con el profesor Sherwood Rowland. Juntos abordaron la investigación acerca de las propiedades químicas del átomo en procesos radioactivos. Rowland ofreció a Molina varias líneas en las que desarrollar sus investigaciones. Entre ellas hubo una que le cautivó: averiguar el destino de algunas partículas químicas inertes derivadas de procesos industriales: los clorofluorocarburos (CFC), acumulados en la atmósfera y cuyos efectos sobre el ambiente no habían sido tenidos en cuenta hasta ese momento.
Este trabajo brindó a Mario Molina la oportunidad de aprender sobre un campo químico que, a la postre, se convertiría en un inmejorable campo de investigación. Después de incansables estudios e investigaciones, Molina y Rowland desarrollaron la teoría de la reducción de la capa de ozono, que estableció que los átomos producidos por la descomposición de los CFC destruían el ozono.
En 1974, Rowland y Molina daban cuenta de los resultados de sus investigaciones en un artículo publicado en la revista Nature. En él advertían de la creciente amenaza que el uso de los gases CFCs suponían para la capa de ozono, aviso que en aquel momento fue criticado y considerado excesivo por un sector de investigadores.
La cima de su trayectoria de trabajo y perseverancia en pro de su preocupación por un problema que afecta a todo el planeta llegó el 11 de octubre de 1995, cuando Mario Molina recibió, junto con Rowland el Premio Nobel de Química por ser uno de los pioneros en establecer la relación entre el agujero de ozono y los compuestos de cloro y bromuro en la estratosfera.
El 4 de diciembre de 1995, Molina, Rowland y Crutzen fueron premiados además por el Programa de la ONU para el Medioambiente (UNED), por su contribución a la protección de la capa de ozono.
Molina obtuvo también los premios Tyler (1983) y Essekeb (1987) que concede la American Chemical Society, el Newcomb-Cleveland, de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (1987), por un artículo publicado en la revista SCIENCE que explicaba sus trabajos sobre la química del agujero de ozono en la Antártida. Y la medalla de la NASA (1989) en reconocimiento a sus logros científicos.
Mario Molina ha señalado en alguna ocasión que cuando eligió el proyecto de investigar el destino de los CFCs en la atmósfera, lo hizo simplemente por curiosidad científica. No consideró las consecuencias que conllevarían sus estudios. Pero cuando se dio cuenta de la envergadura de su descubrimiento, se sintió sobrecogido, porque su aporte no sólo ha contribuido a la comprensión de la química atmosférica, sino que además ha supuesto un profundo impacto en la conciencia ecológica de todo el mundo.
Al entregarle el Premio Nobel en 1995, Ingmar Grenthe, Presidente de la Real Academia de Ciencias de Suecia dijo al Doctor Molina:
“Usted no solo ha creado una comprensión más clara de los fenómenos químicos fundamentales, sino también de las consecuencias a gran escala y, a menudo, negativas del comportamiento humano. En palabras del testamento de Alfred Nobel, su trabajo ha sido de gran "beneficio para la humanidad".