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Afrodescendientes e indígenas: un México pluricultural y multiétnico

Según datos del Censo de Población y Vivienda 2020 del INEGI, en México hay más de 2.5 millones de personas que se identifican como afromexicanas, lo que representa el 2% de la población. El Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos Indígenas (IWGIA) indica que en nuestro país hay 16,933,283 indígenas, es decir, el 15.1% de la población.

El pasado 24 de septiembre, el Senado aprobó por unanimidad la reforma que reconoce a pueblos indígenas y originarios, la segunda incluida en el denominado “Plan C”, que sin duda representa un valiente paquete de reformas constitucionales presentadas por nuestro (ahora) Expresidente, Andrés Manuel López Obrador, en febrero pasado. En la que ahora nos ocupa, se modificó el artículo 2 de la Constitución Política, estableciéndose la libre determinación y autonomía de pueblos y comunidades indígenas y afromexicanas para decidir conforme a sus sistemas normativos, además de que les reconoce como sujetos de derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio propio.

Esta histórica reforma es la segunda que cumplió su ciclo legislativo en ambas Cámaras y establece la composición pluricultural y multiétnica de nuestro país, además de que se deben respetar las formas de gobierno de los pueblos originarios. La población afromexicana ha enfrentado condiciones de alta marginación social y económica, producto de prácticas históricas de discriminación y racismo, lo que había sido ignorado, en el mejor de los casos. Entonces,  resulta histórico que, entre algunos de los derechos que se reconocen a los pueblos afromexicanos, están los siguientes: preservar, difundir y fomentar su cultura, lenguas y educación, promover el desarrollo de la medicina tradicional y prácticas de salud, reconocer el trabajo comunitario, derecho a ser consultados y cooperar para adoptar y aplicar las medidas que puedan afectar su vida o entorno y derecho a impugnar determinaciones por las vías legales pertinentes. Algo fundamental y de gran relevancia es que se reconoce el derecho de las mujeres indígenas y afromexicanas a participar en el desarrollo integral, la toma de decisiones públicas, la educación, la salud, la propiedad y la posesión de la tierra.

En cuanto a la niñez, adolescencia y juventud indígenas y afromexicanos, se reconoce y garantiza el derecho de a una atención adecuada, en sus propias lenguas, para hacer efectivo el conocimiento y ejercicio pleno de sus derechos de acceso a la educación, a la salud, a las tecnologías, al arte, la cultura, el deporte y la capacitación para el trabajo, entre otros. Asimismo, para garantizar una vida libre de exclusión, discriminación y violencia, en especial de la violencia sexual y de género. Es mucho lo que tenemos, como sociedad, por hacer a favor de la población indígena y afrodescendiente, y lo tiene claro nuestra Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, que en su gira de transición, dijo en Guaymas, Sonora: “Nunca más un México sin sus pueblos indígenas. Nunca más un México que niegue sus propias raíces. Nunca más un México que incumpla la justicia para ningún mexicano o mexicana”.

Como guerrerense (entidad donde existe mayor población afrodescendiente dentro de nuestro país, según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística), pero también como mujer, me siento altamente orgullosa porque tenemos la voz en el Senado de la primera mujer afrodescendiente por acción afirmativa: Beatriz Mojica Morga, quien haciendo historia, impulsó la aprobación de este decreto, sosteniendo con valentía y contundencia durante su participación en la reunión de comisiones unidas que “este avance, es un primer paso para acabar con 500 años de discriminación e invisibilidad”, puntualizando además que el pueblo afrodescendiente es fundador de la Patria, que el mestizaje es de tres en México y pidiendo entonces: “que se nos reconozca como fundadores de la nación”.

 Lo anterior no sólo es justicia social, sino una contundente prueba de lo mucho que hemos avanzado, como sociedad, en la legislación a favor de quienes menos tienen. Ahora, nos debemos abocar a que dicha ley no sea, de ninguna forma, letra muerta… que vibre en cada acción gubernamental el reconocimiento de lo que históricamente les debemos a indígenas y afrodescendientes, pero también, que cada mexicana y mexicano nos sintamos y conduzcamos con respeto, empatía, solidaridad y admiración hacia quienes por siglos fueron víctimas de una forma de gobierno que les ignoraba y faltaba al respeto. Sin duda, falta demasiado, pero por ahora, es tiempo de hacer nuestras las sentidas palabras de Mojica Morga, porque en ellas se reflejan muchas de nuestras mujeres guerreras y sus familias: ¡soy costeña, morena, negra, prieta, soy de Guerrero y orgullosamente afromexicana!

 

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