El Día de Muertos se conmemora en México el 2 de noviembre, en honor a la vida y a la memoria de los difuntos. Como parte del ciclo vital, este día se entiende no como el fin, sino como el tránsito al más allá y el regreso del espíritu. Sin embargo, también es cierto que nunca nos resignamos del todo a perder a un ser querido. Por más que la memoria transforme este proceso en una festividad que nos permite sentir su presencia de manera simbólica, las familias de personas desaparecidas, difícilmente aprenden a aceptar la ausencia y el no retorno.
A las y los muertos se les ofrecen el pan de muerto, calaveritas de azúcar y los platillos que solían disfrutar en vida. Los altares en los que se les espera se adornan con flores de cempasúchil, papel picado de colores, velas y copal, elementos que nos remiten a recibirles con alegría. estos altares se colocan tanto en los hogares familiares como en las tumbas donde reposan los cuerpos de los seres queridos. Se les recuerda para mantener viva una conexión con quienes han partido.
Este día también evoca el dolor, la tristeza y el sufrimiento que acompañan a la pérdida. El duelo es la experiencia de dolor y aflicción que sigue a la muerte de alguien importante. Aunque es una parte inevitable de la vida, una experiencia por la que prácticamente todos pasamos en algún momento, puede ser una de las más dolorosas. La muerte de un cónyuge, una pareja, la madre, el padre, un hijo o hija puede resultar abrumadora. Los sentimientos que acompañan la pérdida suelen ir desde la tristeza y la desesperación hasta la culpa, por pensar que no se hizo lo suficiente por el ser querido.
El caso de las personas desparecidas encierra un dolor aún más profundo. Padres, madres, herman@s e hij@s viven una angustia constante ante la incertidumbre del destino de su ser querido. La ausencia de certeza sobre la muerte impide vivir el proceso del duelo y alcanzar el cierre emocional que ésta conlleva. La falta de un cuerpo al que velar, al que rezar y al que esperar en espíritu convierte esa herida en un dolor permanente. Sin la posibilidad de realizar los rituales funerarios tradicionales, las familias quedan suspendidas entre la esperanza y la pérdida, viviendo un duelo que no termina.
Ante una desaparición, las familias viven entre la ambigüedad y la incertidumbre sobre el destino de sus seres queridos, transitando entre la esperanza de encontrarlos con vida y el dolor de la ausencia, que puede durar días, meses o años. Lo mismo sucede con los rituales religiosos católicos, que dictan el comportamiento ante la pérdida: vestir de negro durante el funeral, velar y celebrar los rezos ante el cuerpo presente, rezar el rosario durante nueve días, levantar la cruz, dar el pésame, dejar de escuchar música, no comer ciertos alimentos, evitar mostrar expresiones de alegría, entre otros.[1] Ante la desaparición de un ser querido y la incertidumbre de las mujeres, estos rituales quedan suspendidos en un estado liminal, pues la falta de certeza impide su realización plena y dificulta realizar el duelo en fechas como el Día de Muertos.
Este 2 de noviembre, como en muchas otras prácticas de la vida cotidiana, las mujeres desempeñan un papel muy importante en la preservación y celebración del Día de Muertos. Son ellas, principalmente -no las únicas-, quienes buscan a sus seres queridos, quienes se encargan de la creación de ofrendas, la decoración de las tumbas y preparan en su mayoría los alimentos que se ofrecen a las personas fallecidas. Además, durante todo el año, participan activamente en el cuidado y mantenimiento de las tumbas para recordar a sus ancestros.
Aunque se trata de una tradición que une a toda la familia y que suele vivirse en comunidad, son las mujeres las principales transmisoras de los rituales, las recetas y los significados culturales que dan sentido a esta festividad.
Esta tradición como muchas otras, ha sido transmitida por las mujeres a través de la historia oral, asegurando la continuidad narrativa de veneración a las personas fallecidas. La Catrina, personaje icónico que en estas fechas luce ataviada elegantemente, se ha convertido en un símbolo distintivo de esta festividad. La imagen creada por José Guadalupe Posada y reinterpretada en miles de figuras, es hoy un elemento distintivo de la celebración.
La celebración del día de muertos en México es resultado del sincretismo entre lo prehispánico y las prácticas católicas que llegaron a nuestro país. En la actualidad, esta celebración, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, se vive en muchos lugares como una fiesta que honra la memoria de quienes ya no están. Sin embargo, para las familias que aún buscan y esperan el regreso de sus seres queridos desaparecidos, este día no solo evoca el recuerdo, sino también la resistencia y la búsqueda de verdad y justicia.
Bibliografía
Rodríguez Rodríguez, Guadalupe y Martha Rebeca Herrera Bautista. “Cuerpo ausente: narrativas de duelo y resistencia ante la desaparición de personas en México”. Revista de Estudios de Antropología Sexual, vol. 1, núm. 15 (2024): 179-202.
[1] Guadalupe Rodríguez Rodríguez y Martha Rebeca Herrera Bautista “Cuerpo ausente: narrativas de duelo y resistencia ante la desaparición de personas en México”, Revista de Estudios de Antropología Sexual, vol. 1, núm. 15 (2024): 179-202.




