A 500 años de la resistencia indígena por conservar su cultura, nuestro Presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado uno de los discursos, en mi opinión, más importantes de su mandato: definir a la Conquista española como un signo de atraso, no de civilización y menos de justicia, a la luz del arraigado clasismo y racismo que tiene la sociedad mexicana.
Sin duda, aceptar la dolorosa realidad que representaron tres siglos de dominación colonial (en los que los indígenas solo tuvieron dos opciones: sobrevivir en la pobreza en zonas de refugio, en la sierra, los pantanos o en la selva —porque fueron despojados de sus mejores tierras—, o ser enganchados para trabajar en las minas o en las haciendas como esclavos) es el primer paso para superar el trauma de discriminación y desigualdad con el que carga nuestro país para, por fin, aprovechar esta Transformación y lograr que impere la justicia, la igualdad, la paz y la fraternidad.
Para nada los bellos palacios y templos coloniales, así como la cultura mestiza que, sobra decir, no beneficiaron a todos justificaron las epidemias y violaciones a la dignidad humana entonces, ni nunca. Por ello, estoy por la reivindicación de la grandeza indígena desde la cúpula del Estado mexicano y por el perdón ofrecido por la catástrofe que supuso la invasión española, en tiempos en los que una minoritaria y mezquina parte de nuestra sociedad —representada por el PRIAN— aplaude la Conquista y la califica como una bendición.
No sorprende que figuras de la ultraderecha mexicana, como Diego Fernández de Cevallos, coincidan con la ultraderecha española al calificar a los aztecas como opresores y a Hernán Cortés como libertador; como si contaran con la legitimidad del resto de los pueblos indígenas que, según ellos, mejoraron su calidad de vida con la Conquista.
Más bien, pareciera que la derecha nacional y extranjera quisiera justificar su clasismo y discriminación inherente bajo los típicos argumentos imperialistas que se utilizan cuando una nación invade a otra en pro de un “ideal” o bien mayor. Pues resulta curioso que olviden lo que supone pertenecer a una comunidad indígena en un país como el México de hoy.
Ya son muchos los reportes académicos, como aquellos publicados por OXFAM, que evidencian los enormes beneficios que tiene ser blanco en nuestro país, así como los privilegios que conlleva el sólo tener la piel más clara y no pertenecer a una comunidad indígena.
Por lo cual, que todos los mexicanos seamos conscientes de esta cruda realidad es una condición sine qua non para superar cómo nación la herencia negativa, siendo muy significativos algunos elementos que busquen reivindicar la cultura originaria y el tono de piel históricamente estigmatizado y da mucho sentido el nombre de Morena para encabezar esta Cuarta Transformación de la vida pública de México.