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Fraternidad universal, ideal más allá de la diplomacia.

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La palabra fraternidad proviene del latín «frater» que significa hermano, y es de las más antiguas que existen. Tiene sus raíces en los primeros años de historia cuando en la antigua Grecia y Roma fue defendida como un principio ético que promovía la hermandad como un deber universal destinado a fomentar la paz y la armonía. Este término se entendía como una virtud ya desde tiempos bíblicos; prácticamente, desde que Jesús, en los pueblos del mundo antiguo, predicaba la solidaridad y el amor al prójimo.

Fue hasta la Edad Moderna, durante la Revolución Francesa, cuando se consagró el término como un principio del republicanismo con el lema “Liberté, Égalité, Fraternité”, que aún figura en la identidad de Francia. Siglos más tarde, Naciones Unidas cristalizó esa idea en la práctica con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, en donde se señala que todos los seres humanos “deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

El humanismo, como corriente filosófica y modelo, no le da la espalda a este término tan extraordinario, sino por el contrario, filósofas y filósofos del siglo XVIII y XX subrayaron que el reconocimiento de todos como “hermanos” es la base de lo que llamaron “moral global”. Ejemplo de ello es la teosofía fundada por Helena Blavatsky (1831) en el siglo XIX, cuyo primer principio era “constituir el núcleo de una Hermandad Universal de la Humanidad”.

El sueño de Bolívar, recogido después por figuras como José Martí, Fidel Castro y el Che Guevara, también apuntaba a la Fraternidad Universal. Bolívar, en el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826, defendía la idea de una gran confederación latinoamericana que trascendiera las fronteras nacionales para unir a los pueblos del continente en solidaridad y cooperación mutua. Para él y los que defendieron su memoria, la libertad política carecía de sentido si no se acompañaba de un proyecto de unidad y hermandad entre naciones. Esta visión, retomada en el siglo XX por múltiples luchas revolucionarias, entendió a la fraternidad no solo como como un valor moral, sino como estrategia política frente al colonialismo y las desigualdades globales.

Hoy en día, entre los mayores promoventes de la Fraternidad Universal, se encuentra el Presidente Andrés Manuel López Obrador y el Papa Francisco. El primero, solía decir en su gobierno que ésta se refiere a la unidad, la no confrontación, no violencia, no desigualdad, no discriminación, no racismo, la ausencia de guerras, paz, solidaridad internacional, respeto y, en palabras de él mismo, como “progreso con justicia”.

El segundo, solía señalar que, para la construcción de esa fraternidad, se debía perseguir el horizonte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “no suficientemente universales”. De hecho, en uno de sus viajes en febrero de 2019 a los Emiratos Árabes Unidos, emitió el “Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común”, en el que invitó “a todas las personas que llevan en el corazón la fe en Dios y la fe en la fraternidad humana, a unirse y a trabajar juntas, para que sea una guía para las nuevas generaciones hacia una cultura de respeto recíproco, en la comprensión de la inmensa gracia divina que hace hermanos a todos los seres humanos”[1].

En el mismo documento, señaló que esta fraternidad ha sido golpeada por las políticas de integrismo y división, y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y el destino de la humanidad.

En tiempos de crisis y de guerra, la Fraternidad Universal nos invita a ver más allá de la diplomacia que, en este contexto, suele fracturarse o debilitarse y, por ende, no ser la vía más eficaz para solucionar los conflictos internacionales, que muchas veces van a parar a organismos que hoy en día han perdido legitimidad.

El noble oficio de la política se inventó para evitar la guerra. En México se practica el humanismo mexicano a partir del legado de la Fraternidad Universal y, en este sentido, ese es el mensaje que enviamos al mundo. He ahí la importancia de que las y los representantes, en especial los que nos representan desde el exterior, sean humanistas y prediquen con el ejemplo.

El ideal supremo de la diplomacia es la Fraternidad Universal, dado que apunta hacia una política exterior basada en principios morales y constitucionales, en la espiritualidad, en el humanismo, en el amor, y en la unidad de los pueblos libres y soberanos.

Las y los que militamos desde el humanismo, militamos desde la Fraternidad Universal.


[1] Vaticano (2019). Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común”, Vaticano, La Santa Sede, Francisco.

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