La libertad de las formas tradicionales de trabajo tiene el potencial de crear problemas sociales de amplio calado en un futuro. En muchos países, la seguridad social está vinculada al contrato de empleo tradicional o común.
Como se sabe, el covid-19 detonó coyunturas que veíamos lejanas. Sistemas como la gig economy o de pequeños encargos o trabajos que satisfacen necesidades como de alimentación, transporte, mandados, etcétera, por un lado, han provocado mayor productividad de aquellas personas que ya tienen un trabajo y, por el otro, han sido fundamentales para la subsistencia de aquellos que forman parte de las cifras del desempleo o falta de empleo formal.
El término gig economy es relativamente nuevo, pero el trabajo de pequeños encargos —en su sentido más amplio— lleva algunos años. Cotidianamente, hace referencia a la economía de las plataformas, o mejor dicho al trabajo de plataforma, teniendo como sostén el estatus de aquellas personas que trabajan de forma autónoma.
Por ejemplo, los startups —como modelos emergentes de economía— son tan útiles dado que, por un lado, proporcionan la infraestructura necesaria para los trabajadores autónomos y, por el otro, ofrecen interacciones más rápidas entre sus usuarios. Sus efectos de forma generalizada han satisfecho a grupos específicos de clientes, y —por supuesto— de manera ´parcial´ a los trabajadores autónomos.
Uno de sus efectos es la preocupante liberación de las empresas del pago de prestaciones, un tema que interesa a los jóvenes, pues las herramientas tecnológicas están cambiando el sistema laboral de los países.
Los enfoques sociales y económicos de las generaciones actuales, como la flexibilidad laboral que ofrecen las plataformas digitales, la diversificación de ingresos —todos aspectos íntimamente relacionados a la vida personal— promueven la adopción de la gig economy, teniendo efectos potenciales de diferente forma en los países.
Al menos en México la economía de los pequeños encargos se ha crecido y desarrollado. Es notable en sectores de transporte privado y el reparto de comida, extendiéndose en emprendimientos de asistencia jurídica, enseñanza de idiomas, de cocina, etc.
Sin embargo, sin pretender la demonización de la tecnología y la globalización, en nuestro país, la condición de desigualdad y las diferencias cuantitativas y cualitativas de población no se ha logrado un permeo homogéneo del capitalismo digital.
Por ejemplo, en ciudades importantes como Monterrey, Guadalajara, Cancún y la Ciudad de México se ve claramente la polarización entre quienes solicitan los servicios vía digital y quienes optan por la vía tradicional, comprando directamente artículos de primera necesidad en el supermercado o tienda vecinal.
Además, persiste la precariedad laboral para quienes realizan los trabajos de reparto. Las ganancias de grandes empresas, incluso a nivel mundial, han ido a la par del detrimento de aquellos que laboran en trabajos esporádicos, ya que las personas se encuentran desprotegidas en caso de sufrir un accidente o enfermedad, además de que la utilidad promedio que reciben a duras penas les alcanza para sobrevivir.
Por eso ,“ser tu propio jefe” sale caro muy caro, tiempo al tiempo.